SEVILLA / Les Cris de Paris, túmulo de celebración para el canto
Sevilla. Teatro Central. 4-II-2023. t u m u l u s. Les Cris de Paris. Coreógrafo: François Chaignaud. Director musical: Geoffroy Jourdan. Les Cris de Paris. Obras de Lotti, Desprez, Byrd, Vivier et al.
Sorprende que en una obra en la que la música coral es el cincuenta por ciento (o más) de lo que sucede se escamotee al espectador el repertorio exacto que se está interpretando. Ni siquiera el dosier del espectáculo detalla las piezas más allá de indicar que, a su término, habremos escuchado polifonía franco-flamenca, también inglesa y alemana de autores como Desprez, Richafort y Lotti, la mayoría de ellas ya fijadas en disco por los protagonistas de esta función, Les cris de Paris, en trabajos como Passions y Melancholia (Harmonia Mundi) y Son of England (Alpha). También se excursiona al siglo XX, con la muy infrecuente Music für das Ende, obra del año 1971 del malogrado Claude Vivier, todavía no grabada por el conjunto francés, quienes sí que dedicaron recientemente un monográfico a otro contemporáneo, Luciano Berio.
Conseguir la fusión de la danza y de la música es una conquista acariciada por incontables coreógrafos e intérpretes, acaso la compañía más contumaz en ese empeño —y de más constante presencia en este escenario sevillano— sea la belga ROSAS, cuya última presentación fue una imponente recreación danzada de las Sonatas del Rosario de Biber, al alimón con Gli Incogniti (cuya reseña pueden leer aquí). En esta ocasión el coreógrafo François Chaignaud unía su imaginación con el director de Les Cris de Paris, Geoffroy Jourdain, para idear este Tumulus (o, exactamente, t u m u l u s) que fue presentado con divergencia de opiniones en el pasado Festival de Otoño de la capital francesa.
En todo caso se trata de una obra mucho más interesante a nivel musical que dancístico sin que debamos minusvalorar la segunda pata de la representación toda vez que, además, son los propios vocalistas los que cantan (por supuesto) y bailan alrededor y sobre un montículo, el túmulo o sepulcro erguido sobre la tierra como cueva que atesora los muertos y en cuyo exterior se celebra la vida. Este tipo de construcción funeraria de culturas antiguas adquiere ahora un carácter de escultura en la que aflora el musgo (trasunto del ciclo vital) y que, durante los 70 minutos de exposición, es soberbiamente iluminado por Philippe Gladieux y Anthony Merlaud, alcanzado uno de los momentos más inspirados y sobrios cuando, hacia la mitad, lo contemplamos yermo de vida y bajo una intensa luz en azul Klein que le da un aura de sofisticada irrealidad.
La valoración de estos cantantes-gimnastas merece elogios pese a lógicas inexactitudes y a que, indicadamente, lo que se les demanda, aun exigiendo una apreciable condición física, no sea excesivamente complejo, por lo que quienes se acercan a Tumulus como obra de danza pueden salir defraudados. Aun careciendo de un desarrollo teatral importante, Chaignaud esquiva mayormente la monotonía (en la que, aun así, incurre brevemente en algunos pasajes redundantes) en los números de conjunto. No se entiende sin embargo que los trece celebrantes inicien la experiencia en el patio de butacas mirando al público y al propio teatro de manera sorprendida ataviados con unos ropajes neumáticos que parecen hablar del futuro, como si aterrizasen directamente aquí, para, pronto, despojarlos de los mismos y continuar la creación con ropas desmañadas y más bien gimnásticas. No se produce así ningún viaje regresivo de lo galáctico a lo primitivo o, si se pretendía, no se logra dar tal impresión.
El final, con la compañía semidesnuda bailando, cantando y pertrechados por unos extravagantes sombreros que poco a poco van depositando sobre el túmulo, deja, sí, una excelente sensación. Es una celebración del tiempo bien aprovechado que nos concede la vida cincelada con enorme virtuosismo plástico. Esos sombreros, ya huérfanos de quienes una vez los disfrutaron y los portaron, serán vueltos a gozar por quienes nos continuarán. Les Cris de Paris cantan en difíciles condiciones sin perder ni el empaste ni enmarañar las voces, lo que resulta todo un reto. También logran, en medio del trajín escénico, dar exacto estilo a cada pieza que abordan, alcanzando un momento de especial inspiración puramente canora con la anteriormente citada partitura de Vivier, para voces y pequeñas percusiones.
Ismael G. Cabral
(Foto: Christophe Raynaud de Lage)
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