SEVILLA / Lección maestra a dos voces sin voz
Sevilla. Teatro Central. 29-11-20. Pavel Kolesnikov, piano. Anne Teresa de Keersmaeker, coreografía e interpretación. The Goldberg Variations.
Pocas veces se tiene la sensación de haber asistido a un acontecimiento histórico. Estas Variaciones Goldberg constituyen el que probablemente sea el canto del cisne escénico de Anne Teresa de Keersmaeker (Malinas, 1960), una de las grandes damas de la danza contemporánea, fundadora en 1983 de la compañía Rosas, tantas veces presente en el Teatro Central de Sevilla, algunas de ellas fundiéndose con las músicas de Steve Reich, Wolgang Amadeus Mozart y Johann Sebastian Bach.
El ropaje de este solo de danza es imponente, desde luego, y eso no pone las cosas sencillas a De Keersmaeker. Podría pensarse que todo lo contrario, alguien lo ha dicho por ahí. Pero no, si el espectáculo —qué palabra tan fea para una experiencia tan íntima, tan ritual— no funcionara como un engranaje ejemplar (gracias, con mucho, a la soberbia iluminación de Minna Tikkainen) las Goldberg hubieran caído a plomo encima de la bailarina. Y no sucede; nadie vence a nadie, nada se impone, todo se ofrece con una desnudez (la misma que muestra el escenario) que impacta en la retina.
Quienes conocen bien la trayectoria de De Keersmaeker advierten aquí todo su catálogo de gestos, de movimientos que hemos visto, en el pasado, esparcidos en sus coreografías para la compañía que sigue —y confiamos, seguirá— como faro de una manera de entender la danza que es abstracción y geometría, vuelo y caída, carrera y delectación.
Cuenta la belga que descubrió esta música con la grabación de Glenn Gould. Por fortuna la versión de Pavel Kolesnikov (Novosibirsk, 1989) no guarda parecido alguno. Su digitación es precisa, rápida cuando se requiere, con un punto de automatismo que busca una objetividad en la que se gusta. Apenas se percibe el pedal, aunque está, más como ribete que como color; y no hay licencia alguna; es radical en su inconcesión a la concesión. Pasando parsimoniosamente la partitura, que apenas mira, nos lo dice todo; respeto a cada nota. Su lectura ha sido muy recientemente grabada en el sello inglés Hyperion, y nadie debería pasarla por alto. Aunque por mucho que pase el tiempo su sonar quedará unido a la inmensidad de la danza infinita de De Keersmaeker, en cuya mirada, fija en ocasiones, restalla la esperanza en el futuro.
Ismael G. Cabral
(Foto: Anne van Aerschot)