SEVILLA / Labourdette, García Rodríguez y el milagro de la Conjunta
Sevilla. Auditorio de la ETS de Ingeniería. 24-II-2023. Natalia Labourdette, soprano. Orquesta Sinfónica Conjunta de la Universidad de Sevilla y el Conservatorio Superior de Sevilla. Zahir Ensemble. Director: Juan García Rodríguez. Obras de Ginastera y Adams.
Mientras la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla continúa desnortada programando una y otra vez lo de siempre en la errónea confianza de que esto le devolverá a un público en retirada, la conocida como Orquesta Sinfónica Conjunta, formada por estudiantes y bajo la dirección de Juan García Rodríguez, ha logrado armar otra temporada más un programa digno del mayor elogio y con un presupuesto ajustadísimo.
Aunque aquí es justo hablar mucho y bien de la entrega y el buen hacer de estos jóvenes músicos, hay que señalar a García Rodríguez como artífice de una propuesta que lleva años concitando expectación y arremolinando a un público que aprecia su talento programativo. No sé explica que el director sevillano no acabe de dar el salto a la Sinfónica de Sevilla con una presencia habitual al frente de aquella formación. Esto es algo que solo una gestión realmente responsable y atenta a la realidad cultural que la circunda podría solucionar. No se da el caso al parecer.
Lograr fichar a Natalia Labourdette, una cantante con una proyección imparable, para hacerse cargo de la infrecuente Cantata para América mágica op. 27 (1960) de Alberto Ginastera fue la cuadratura del círculo de este acontecimiento en la temporada 22/23 sevillana. Legítimamente, la soprano abordó el canto de bravura desplegado por el compositor argentino con un tono operístico indisimulado apostillándolo con una proyección agigantada y un dramatismo nervudo y encrespado. El grupo de percusión que la arropó, junto a dos pianos (Óscar Martín, Julio Moguer) con una encomienda de puro color y tono también percusivo, generó momentos de una densidad fabulosa y también otros (en el Nocturno y canto de amor) de una gran transparencia textural. El libérrimo uso que Ginastera aplica otorga a los métodos seriales permitió a García Rodríguez malear la obra para acentuar su fuerza cuasi xenakiana, con instantes, mano a mano con Labourdette, de una potencia insoslayable, como en el final del Canto de agonía y desolación o la teatralización silábica y nada cantable con la que la madrileña cinceló el final del Canto de la profecía (“¡Callará la sonaja, callará el atabal!”).
Más música americana en la segunda parte, esta vez desde la perspectiva de los Estados Unidos, y siendo ofrecida además en la que es hoy Escuela Superior de Ingenieros pero que, durante la Expo’92, fue Pabellón de América. John Adams compuso en 1982 su Grand Pianola Music con la que, podríamos afirmar, ya se habrían interpretado en esta ciudad tres de las más sobresalientes obras del compositor (The Chairman Dances, también con la Orquesta Conjunta, y Shaker Loops, con Pedro Halffter y la ROSS, quienes también ofrecieron su ópera Doctor Atomic). Partitura nada sencilla de enjaretar por su continuo pulso y por un fino hilo de conexión con el repetitivismo más escolástico. A un enorme nivel destacaron los músicos al frente de un García Rodríguez que controló con férreo juego de brazos las dinámicas y las entradas ofreciendo, con la complicidad de la orquesta, un rapsódico y melódicamente desinhibido segundo movimiento que, pensamos, John Adams habría aplaudido encantado.
Ismael G. Cabral