SEVILLA / Impresionante Ann Hallenberg
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 18-I-2020. Ann Hallenberg, mezzosoprano. Orquesta Barroca de Sevilla. Concertino y director: Andoni Mercero. Obras de Torri, Vivaldi, Orlandini y Haendel.
Final apoteósico para un concierto que tenía todas las posibilidades de no producirse. A menos de una semana de su celebración, la inicialmente programada Anna Bonitatibus cancelaba por enfermedad. La Orquesta Barroca de Sevilla se movió con agilidad y consiguió convencer a Ann Hallenberg para que adelantase unos días su llegada a Sevilla para los ensayos de la próxima Agrippina (11, 13 y 15 de febrero) y asumiese el protagonismo de este ansiado concierto en el Teatro de la Maestranza. Con apenas ensayos a causa del cambio del programa y con el sobresalto de un inesperado resfriado de la cantante sueca, el resultado final fue sin embargo apoteósico. Pocas, por no decir ninguna, cantantes barrocas hay en la actualidad capaces de conmover a la vez que asombrar con su canto, canto siempre elegante, dominado por el buen gusto en el fraseo, por la absoluta inteligibilidad de los textos y por su sensibilidad a la hora de acentuar y subrayar los afectos.
Calentó la voz con Voi che all’urto de Pietro Torri, un aria agitada en la que Hallenberg se aplicó a conciencia en la expresión de los afectos, con ataques enérgicos y acentos dramáticos. El primer escalofrío de la noche llegó a continuación con Sposa son disprezzata (el recital se titulaba precisamente Donne disprezzate) de Vivaldi. Con un fraseo conmovedor sustentado sobre maravillosas medias voces, con el canto a flor de labios, regaló alguna messa di voce soberbia y unas vocalizaciones poéticamente ligadas sobre la palabra “speranza”, sobre la que en da capo realizó la proeza de atacarla con el larga messa di voce rematada por una bellísima ornamentación en un larguísimo fiato.
En Sonno, che dolcemente de Torri fue una delicia escuchar unos pianissimi perfectamente apoyados y proyectados, seguidos de un diminuendo final de la orquesta no escrito pero de gran belleza. Y, cerrando la primera parte, un Alma oppressa de Vivaldi en el que orquesta y cantante se imbuyeron del dramatismo del texto, con enérgicos sforzandi de violonchelos y continuo y todo un despliegue en la voz de diversas gradaciones de staccato. Una ornamentación profusa, pero siempre variada y al servicio del texto, en una lección magistral de cómo vincular la coloratura con la línea melódica en un todo homogéneo y con sentido expresivo, no meramente exhibicionista.
Se abrió la segunda parte con Non siempre invendicata de Orlandini, ocasión para que la mezzosoprano dio una lección de control de la emisión, regulando las diversas intensidades del vibrato y sacando a relucir un seductor juego de colores vocales. Sibillando, urlando del Teseo de Haendel sonó con toda la carga dramática que, siempre desde el canto apolíneo, Hallenberg es capaz de desplegar, quedando para la memoria los acentos impresionantes sobre la palabra “schernì”. A modo de contraste, sería el fraseo amoroso y delicado el que diseñarse su versión de Viene o figlio del también haendeliano Ottone, re di Germania, para culminar con ese auténtico tour de force que supone la escena Where shall I fly del oratorio Hercules. Allí fue ya el desmelene expresivo total de la sueca, con una auténtica exhibición de fraseo y de expresividad dramática.
Siempre con la complicidad de una OBS espléndida, de sonido empastado y fraseo flexible y lleno de recoveco acentuales, Hallenberg otorgó como propina el segundo escalofrío de la noche, un Lascia ch’io pianga cantado con el corazón y con una voz todo terciopelo, deletreada nota a nota como un susurro, acompañada con los más suaves sonidos por la orquesta y rematada por una leve ornamentación final de Andoni Mercero que nos dio a todos la puntilla de la sensibilidad.
Andrés Moreno Mengíbar