SEVILLA / España en Versalles con el Ludovice Ensemble
Sevilla. Espacio Turina. 23-III-2023. Festival de Música Antigua de Sevilla. Ludovice Ensemble (André Lacerda, haute-contre; Joana Amorim, traverso; Ayako Matsunaga, violín; Sofía Diniz, viola da gamba; Fernando Miguel Jaloto, clave y dirección). Obras de Couperin, Boësset, Lully, Campra, Courbois y Desmarest.
A pesar del secular enfrentamiento político y bélico entre España y Francia, desde Carlos I a Carlos II en España, desde Francisco I a Luis XIV en Francia, los sucesivos matrimonios con princesas españolas con Luis XIII (Ana de Austria, la amada secretamente por D’Artagnan según Dumas) y Luis XIV (María Teresa de Austria) posibilitaron la emergencia de la moda por la cultura española en la corte gala, una moda especialmente relevante en el terreno musical. Junto al gusto por la guitarra española, plasmado en los tratados de Corbetta y en la música de Visée, las chaconas, zarabandas y folías hispánicas pasaron a incorporarse al canon musical del barroco francés.
El Ludovice Ensemble, el mejor grupo barroco portugués, especializado en la música francesa, ofreció un bello y delicado recorrido por la presencia de poesías y sonidos hispanos en la música de los tiempos de Luis XIV. Podríamos imaginarnos a María Teresa de Austria aliviando sus tristezas (fue presa de una prolongada melancolía hasta su muerte en 1683), en el inmenso Versalles recién inaugurado, escuchando en su cámara canciones como “Frescos ayres del prado que a Toledo váis/decid a mi dueño cómo me dejáis”, con música de Antoine Boësset. En el programa sonaron piezas tan conocidas como “Sé que me muero de amor” de Lully, las Stances du Cid de Charpentier o la cantata Dom Quichotte de Philippe Courbois, entrelazadas con las danzas de la suite L’Espagnole de François Couperin.
En las piezas instrumentales hay que destacar ante todo la idoneidad estilística del grupo con el universo francés, con un fraseo elegante, pausado, sin estridencias ni excesos articulatorios y dinámicos. Y también el empaste que permite un sonido dulce, íntimo, de cámara, sustentado sobre la calidad de cada uno de los intérpretes. Un momento especialmente bello por la delicadeza del sonido fue la introducción a Sommeil, qui chaque nuit de Campra, con bellísimas sonoridades evocadoras de la noche y del sueño. Y en el Passacaille de Couperin fueron poco a poco acumulando las dinámicas sobre el eterno giro del ostinato, en una gradación muy medida de resultados casi hipnóticos.
Por su parte, André Lacerda, con la clásica voz de haute-contre de emisión alta, pero sin nasalidades, de bellos perfiles y colores, supo adaptar el fraseo, dentro del estilo francés (apoyaturas, portamentos expresivos, medias voces) al sentir de los textos. También la variedad de colores le permitió transmitir tanto la nobleza de Don Quijote como la rusticidad y la comicidad de Sancho Panza. Estuvo especialmente cuidada la pronunciación del castellano (erres y eses especialmente), con una articulación clara. Muy atento a la expresividad de los recitativos, desde los más tiernos a los más dramáticos, en las arias se recreó en la languidez del fraseo necesaria para dotar de sentido a la retórica poética de los textos.
Andrés Moreno Mengíbar
Fotografía: Lolo Vasco/Femás