SEVILLA / El Bach transparente de Benjamin Alard

Sevilla. Espacio Turina. 4-V-2023. Benjamin Alard, clave. Suite francesa nº 5 en Sol mayor BWV 816, Concierto italiano en Fa mayor BWV 971 y Obertura a la francesa en Si menor BWV 831.
“Clave en Turina” es el nombre del ciclo que, durante este mes de mayo, ofrece el muy dinámico pero poco cuidado por el ayuntamiento (sin refrigeración, sin presupuesto de mantenimiento, problemas con personal de sala, etc.) Espacio Turina, una salsa ideal por su ubicación y por su acústica para la música de cámara y antigua. El primero de estos conciertos (a los que seguirán las dos entregas de las partitas de Bach por Céline Frisch y de los clavecinistas sevillanos Alejandro Casal y Javier Núñez) corrió a cargo de Benjamin Alard. Consumado especialista en la obra de Bach, centró su recital en los resultados de las influencias de la música francesa e italiana sobre su obra.
Con un clave (propiedad de Alejandro Casal) copia de un Christian Vater de 1738 de sonido maravilloso, cristalino y brillante, Alard desplegó unas versiones caracterizadas por la ligereza en las texturas y por la transparencia de su fraseo, siempre delicado, claro y fluido. La digitación es de una precisión insultante y su capacidad para sacar a la luz con relieve todas las líneas y voces es sobresaliente. Para la quinta de las suites francesas se reservó una ornamentación muy a la francesa, con abundantes apoyaturas y grupetos; pero una ornamentación que enriquecía la línea melódica sobre la que se situaba, sin emborronarla nunca ni densificar en exceso el discurso ornamental. Jugando con el tempo, en este fraseo inégal tan del barroco francés, hizo de la Bourrée un juego de contrastes agógicos muy sutiles pero de gran efecto expresivo. Culminó la pieza con un brillante ejercicio de claridad en el contrapunto en los pasajes fugados de la Gigue.
Otro tipo de fraseo, más atento al tempo y con una ornamentación menos profusa, emergió en el Concierto al estilo italiano. Aquí Alard supo sacar partido del doble teclado y de sus registros, explorando los juegos de colores en las intervenciones del tutti frente a la de la voz solista. Quizá el momento en que la magia flotó por la sala (ocupada, vergonzosamente, sólo por sesenta personas) fue el Andante, en el que Alard situó el registro de laúd en la mano izquierda para evocar los pizzicati de las cuerdas como arropo poético de la voz solista de la mano derecha.
Y vuelta al universo estético francés con la gran Obertura a la francesa BWV 831. Se detuvo Alard menos en el aspecto ornamental, aunque la flexibilidad con la medida de las notas volvió impregnar una versión clara, ligera, pero en la que se podría haber explotado más las posibilidades de contrastes de color entre los registros en los efectos de eco en la pieza final o en las doubles.
Andrés Moreno Mengíbar
(foto: Luis Ollero)