SEVILLA / Del cielo al infierno
Sevilla. Espacio Turina. 13-II-2021. Orquesta Barroca de Sevilla. Director y violín: Shunske Sato. Obras de Vanhal, Mozart, Von Dittersdorf y Haydn.
Se inspiró la Orquesta Barroca de Sevilla en el ‘cuarteto celestial’ que formaron hace siglos los cuatro autores de su programa —mejores compositores que cuartetistas, según testimonios de la época— para retornar al que fue su repertorio favorito durante muchos años: el del Clasicismo vienés. En minigira por Castellón y Sevilla, se trataba de la primera invitación a dirigirlo del conjunto andaluz hacia el violinista Shunske Sato, excelente solista que, como hoy es ya felizmente habitual, alterna sin complejos violín moderno y barroco según lo exijan repertorios.
El americano-japonés confesaba días antes del concierto que su interés por el historicismo musical aplicado al periodo clásico procede de cierto cansancio por el Mozart siempre apolíneo y afable al que habían tratado de acostumbrarlo, y a fe que logró que la orquesta nos llevara del cielo al infierno, de las obras más optimistas y cordiales del programa al borrascoso Sturm und Drang de Vanhal y los movimientos extremos de Haydn. Y es que Sato sacó del conjunto una inagotable cantidad de sonoridades, detalles, afectos y texturas sonoras variadas y sutiles, desde los fogosos y acelerados tuttis de la inicial Sinfonía en Re menor (Bryan d1) de Vanhal (de afinación algo áspera en alguna ocasión) a los acentos acres pero perfectamente gradados del primer movimiento de la Sinfonía nº 45, “Los adioses”, y de ahí a la indefiniblemente sutil y delicada melodía del Adagio haydniano, articulada y dicha con un empaste casi milagroso, dibujando una línea tan frágil como bien conducida y ligada.
Y no es que el Mozart optimista no llegara puntual en el momento debido: un Concierto nº 1 en Si bemol mayor para violín y orquesta KV 207 en el que Sato se mostró como un solista nítido y más contenido que en la dirección. Extremadamente transparente, con un sonido resonante muy ortodoxamente historicista —si se nos permite tal expresión—, sin vibrato continuo, de agilidad y limpieza casi impolutas, el Sato violinista no descompuso nunca el gesto, como tampoco el cuarteto solista en el Minueto del Cuarteto nº 5 de Von Dittersdorf, al que el sonido de la viola de José Manual Navarro puso el picante.
Dignas de subrayar fueron también las intervenciones sinfónicas de oboes y trompas naturales, equilibradas con unas nutridas cuerdas, y que dieron magnífico empaque sonoro al conjunto hispalense. El teatral final de la sinfonía de Haydn, bien dramatizado por los músicos, dio a Sato un ‘adiós’ que esperemos sea un hasta pronto: difícil será encontrar un director que nos desvele un Clasicismo de matices más ricos, desde el trazo amplio al detalle más delicado, de lo celestial a lo infernal.
Juan Ramón Lara