SEVILLA / Como Donaueschingen (por un día)
Sevilla. 20-XI-2021. CICUS. Vertixe Sonora Ensemble. Obras de Otero Moreira, Markovic, Azguime y Carretero. • Espacio Turina. Taller Sonoro. Obras de Rosal, Luc, Añón, Mantovani, López López y Paredes.
El pasado sábado, 20 de noviembre, se producía una inesperada y hasta cierto punto ilógica confluencia de propuestas en Sevilla. Tres conciertos de música contemporánea tenían lugar a distintas horas del día permitiendo acudir a todos ellos. Sin embargo, no es esta una ciudad con un público suficiente para ser seducido por este aluvión de conciertos en una sola jornada. Sucede, de forma natural y con asistencia total y hasta festiva, en ciudades/templos de la música actual como Donaueschingen, con su señero festival, Viena, Berlín, Estrasburgo o Colonia, por citar solo unas pocas. Pero la capital andaluza, por desgracia, ha seguido históricamente otras derivas como para que hoy podamos afirmar que hay los bastantes interesados para atender tres citas con la creación sonora actual en un día.
Este inesperado minifestival (fruto más bien del desajuste entre unos programadores y otros que de la previsión) arrancó en el Espacio Turina, con un concierto, del Festival Encuentros Sonoros, al que no pudimos asistir del conjunto Rioja Filarmonía. Quede aquí la constancia de un programa integrado por obras de Aperghis, Applebaum, Globokar y Juan José Eslava. Lo contamos en esta misma revista a comienzos de año, nadie en España está ofreciendo las propuestas que la formación que lidera artísticamente Jorge Nicolás Manrique pone sobre la mesa. Su constancia (de años) y su sagacidad programativa todavía no han merecido el abrazo de ninguna institución. ¿Llegará esta antes de que los integrantes del conjunto queden por completo disuadidos y se centren en presentar sus trabajos en países, separados por miles de kilómetros y a años luz en inteligencia cultural, como Suiza o Alemania?
El Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS) acogía, en la tarde, a un cuarteto de cuerdas integrados por músicos del ensemble gallego Vertixe Sonora en el marco del XII Festival de Música Contemporánea Zahir Ensemble. Y aunque rápidamente advertimos que la sonoridad del conjunto no era del todo compacta y personal, fruto únicamente de la ocasionalidad de la reunión, valoramos muy positivamente la apuesta por un programa sin concesiones que arrancó con el cuarteto Soledades infinitas las secuelas (2021), de Ramón Otero. Otero, junto con otros autores como Hugo Gómez Chao-Porta, Ramón Souto y Jacobo Gaspar, forman parte de una multiforme y heterogénea generación de compositores gallegos que están escribiendo algunas de las páginas más radicales y audaces de la música actual española. La obra escuchada del primero se adscribe, sin fisuras, a una estética permeada por la música concreta instrumental del primer Lachenmann; deviniendo en un exploratorio catálogo de quejidos, fisuras, chirridos, crepitaciones y múltiples indagaciones que solo con una audición concentrada comienzan a desvelar su propósito narrativo. La amplificación de los músicos de Vertixe Sonora Ensemble, demandada por la propia partitura de Otero, tropezó en la ejecución con la seca acústica del auditorio del CICUS, lo que restó a la página esa capacidad invasiva y turbadora que se le presupone.
De parecida adscripción, Proximidad (2021) del serbio Djordje Markovic, para trío de cuerdas amplificado, continuó instalando la escucha en una gama de grises; ahora con un trazo más caligráfico, menos abrasiva que la creación de Otero, también resultó más inestable por su indefinición entre un expresionismo lacerante y ciertos vaivenes ruidistas. Aunque Vitor Vieira la defendió con aparente convicción Point Vermeil (2021) para violín solo y electrónica, del portugués Miguel Azguime, resultó una obra de escritura torpe e inconexa, con un ropaje electroacústico naïve y una duración que, inexplicablemente, alargaba una página que nada tenía que decir desde los primeros compases. Fallos en la difusión del sonido por altavoces añadieron más dificultad en la apreciación de una obra que debería ser retirada en posible futuras presentaciones de este mismo programa.
Finalizó la sesión con El encaje roto (2021), estreno absoluto de Alberto Carretero, también junto con la de Otero, la más redonda del concierto. Inspirada por la obra homónima de Emilia Pardo Bazán “en la que se destilan diferentes procesos psicológicos propios al ser humano en contexto de hostilidad”, la obra, para cuarteto de cuerdas (sin amplificación) constató nuevamente que el sevillano, profesor de música electroacústica en el Conservatorio Superior Manuel Castillo, es la voz más privilegiada de entre los compositores hispalenses (o radicados) en la ciudad. El paisaje acústico de este Encaje roto se extendió en inesperadas exploraciones en los cordales de los instrumentos, que también fueron inicialmente preparados mediante la introducción de extensas agujas en los trastes y en la tabla armónica. Pero más allá de la resonancia y el impacto creado por esta primera inmersión (acaso una más que apreciable aproximación) queda en nosotros una constatación, tanto los músicos del conjunto gallego como una formación de cuarteto estable pueden llevar más lejos y exprimir la capacidad de sacudida, de tragedia de la escucha, que supone esta nueva adición al catálogo de Carretero.
Con apenas una hora de margen y en otro punto del centro de la ciudad, el Espacio Turina celebraba una segunda sesión del Festival Encuentros Sonoros a cargo del grupo que lo estimula, Taller Sonoro, quien con la colaboración de la Fundación Siemens y el programa Ibermúsicas sacaba adelante el encargo y estreno absoluto de Epitafio (2021), de Hilda Paredes, presente en la sala y con quien el grupo había estado trabajando la obra durante los dos días inmediatamente anteriores. A pesar de ser ubicada al final de un relativamente extenso programa, la buena música siempre impone su protagonismo. Obra de gran compromiso emocional para la autora mexicana, Epitafio lo es en memoria de su madre, fallecida a muchos miles de kilómetros de distancia de ella durante el periodo de confinamiento por la pandemia de Covid-19. Necesariamente la música, sin asumir un evidente carácter luctuoso, sí que nace imantada por todas esas repercusiones sentimentales que debieron agitar a la compositora durante su escritura. Antes que la agitación tan significativa de muchas otras obras de Paredes, aquí esta se circunscribe más a la parte electroacústica (trabajada en el Experimentalstudio de Friburgo) que a la escritura instrumental; más avocada a la búsqueda de ecos y sonidos al aire, de espasmódicos unísonos y solos que parecieron configurarse como esbozos líricos, como lamentos sutilmente apuntados, no expresados. La presencia de Hilda Paredes volvía a constituir un acontecimiento, para el público y para los miembros de Taller Sonoro, conscientes de la importancia de tener ya en su repertorio una obra, de alcance, que deberán divulgar más en el futuro.
El programa comenzó con otro estreno, Inmerseo 2 (2021), del gaditano Manuel Rosal; partitura que parte de la cita del preludio La cathédrale engloutie, de Debussy. Obra de sabio refinamiento tímbrico y con una discursividad ceñida a su potencial, puede no resultar una obra audaz ni especialmente conectada con los discursos y excursos de la actual música contemporánea, pero no por ello debemos hurtarle su buen hacer ni su capacidad de atraer a la nueva música a sensibilidades menos predispuestas o curtidas en ella. De gran oficio, Forest (2019) de María Eugenia Luc, puso en el centro del relato su ambición como obra de aliento ecologista y, con un lenguaje plenamente inserto en las gramáticas de la modernidad, no escatimó su voluntad descriptiva, incluso poemática. Ejemplar fue la interpretación de Taller Sonoro, en formación de sexteto, página esta de una creadora que desearíamos tuviera una presencia más habitual en los programas de música nueva española.
El clarinetista Camilo Irizo hizo una vez más lo que todo músico debería llevar como signo de identidad, defender y mostrar la creación musical de nuestro tiempo para que sean otros oídos quienes juzguen lo que se les presenta. De las Seis propuestas para el próximo milenio (2020) de Manuel Añón se ofrecieron, por fortuna, solo dos. L’Incadescence de la bruine (1997) supuso una pausa de virtuosismo y acerado academicismo, el que practica el francés Bruno Mantovani; quien tuvo en el pianista Ignacio Torner y el saxofonista Miguel Romero a inspirados traductores de una obra que se escucha con la misma predisposición con la que se olvida. La audición también del Trío I (1992) de José Manuel López López nos permitió de nuevo reafirmarnos en una constatación que ya teníamos, su música es otra, mucho más grande e importante, a partir de esa piedra de toque de la contemporaneidad patria que es su Concierto para piano (2005).
Ismael G. Cabral