SEVILLA / Bécquer y el espíritu de la noche
Sevilla. Jardines de los Reales Alcázares. 31-VII-2020. Lola Casariego, mezzosoprano. Francisco Sánchez, recitador. Francisco Soriano, piano. Obras de Sidorovitch, Albéniz, Chapí, Olmeda, Hernández, Falla y Turina.
Se cumplen este 2020 los ciento cincuenta años del fallecimiento de los hermanos Bécquer, Valeriano y Gustavo Adolfo. En la ciudad natal de ambos no podía faltar un homenaje a una de las facetas más apasionantes de la personalidad del poeta, su relación con la música. Además de crítico musical en sus mocedades sevillanas, de apasionado por la ópera, de imposible enamorado de la soprano Julia Espín y hasta de libretista de algunas zarzuelas, Bécquer es, ante todo, el poeta más musical de la literatura española. El ritmo interno de sus Rimas, su distribución acentual, sus cesuras y encabalgamientos, junto a la poderosa galería de imágenes que pueblan su universo poético, tan entroncado en parte con el mundo germánico, hacen de sus poemas la base ideal para la composición de canciones. Y, de hecho, así es, porque Bécquer es el poeta del siglo XIX español sobre el que más canciones se han compuesto.
Una pequeña, pero muy significativa muestra de ello fue lo que los integrantes del Ensemble Talismán ofrecieron en el ciclo de conciertos estivales de los jardines del alcázar hispalense. Un programa en el que se complementaban obras y autores conocidos, como Albéniz, Falla o Turina, con obras poco conocidas de alguien tan famoso como Ruperto Chapí y otras de autores que poco o nada sonarán a los aficionados, pero cuya obra merece un rescate. Casariego tardó unos minutos en encontrar la colocación justa de la voz en las canciones del diplomático ruso afincado en España Constantin de Sidorovitch, obras llenas de musicalidad y de elegante melodismo que pronto encontraron en la voz de la asturiana un fraseo muy cuidado, con un noble y bello legato acompañado por apropiadas regulaciones. Son conocidas las canciones de Albéniz sobre las Rimas, pero no lo es tanto su primera versión, escrita para la combinación por entonces habitual en los salones madrileños de piano y recitador. Con buen criterio, se ofrecieron ambas versiones, pudiéndose disfrutar en la primera de ellas de la locución sensible, bien regulada y modulada, de Francisco Sánchez, que supo en toda la noche evitar un tono demasiado enfático.
Fue particularmente impactante su manera de desplegar los juegos de imágenes de ¿De dónde vengo? En la versión para canto, Casariego lució su capacidad expresiva y su flexibilidad con una interpretación casi aforística que se benefició de la inteligibilidad de su articulación. Resultaron muy interesantes por su calidad las piezas para piano con recitador de Federico Olmeda e Isidoro Hernández, compositor este último paisano y amigo de Bécquer y cuya obra para piano debería suscitar el interés de los flamencólogos. Aquí, como en el resto del programa, Francisco Soriano tocó con total sensibilidad, huyendo de excesos en el rubato y con control del pedal (magnífico en la obra de Turina), siempre atento al matiz y a la relación entre la música y las palabras del poeta. Casariego abordó las canciones de Chapí con plenitud de medios en el centro, sedoso y sonoro y con subidas al registro superior que en alguna ocasión supusieron una momentánea pérdida de colocación, pero con un despliegue de sonido magnífico. Su momento de mayor impacto interpretativo estuvo en Olas gigantes de Falla, cantada con total implicación afectiva y con plenitud de medios vocales. Fue perfecto colofón Tu pupila es azul, de Turina, cantada con garbo y fuerza.
Andrés Moreno Mengíbar
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