SEVILLA / Barenboim en Sevilla y la de cosas que quedan por hacer
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 30-06-19. Michael Barenboim, violín. Obras de Beethoven. Orquesta del West-Eastern Divan. Daniel Barenboim, director.
No hay nada que le guste más a Sevilla que una tradición. En tiempos, la Sinfónica de Sevilla ponía en los atriles cada Navidad una obra alusiva distinta; hasta que se enrocó El Mesías y así viene siendo desde hace más de una década. En la línea, el Teatro de la Maestranza, huérfano desde hace eones de la visita de orquestas en gira (ni hablar de directores de primerísimo nivel), se abonó hace un buen puñado de años -y por mor de un affair político- a Daniel Barenboim, quien el pasado domingo volvió a presentar -de la mano de la juvenil Orquesta del Diván- uno de esos programas tan ejemplarmente confeccionados (sic) que caracterizan sus comparecencias hispalenses; dos obras de Beethoven.
Ya no es cuestión de gustos, es un asunto de urgente pertinencia poner las cosas en su sitio. La Sinfónica de Sevilla (en huelga por cuestiones presupuestarias durante sus dos últimos programas de abono de la temporada) sigue sin poder abordar obras de envergadura. Tanto es así que su director titular, John Axelrod, dejará la ciudad en junio de 2020 sin haber podido cumplir su deseo de interpretar la Sinfonía nº2 de Mahler. Y durante todo el curso próximo, la ROSS se ceñirá a sus músicos de plantilla, ni hablar de contratar refuerzos, lo que redunda en la mayor estrechez de la programación. Y dos, la Orquesta Barroca de Sevilla tiene en el cajón guardado la posibilidad de abordar una integral de las Sinfonías de Beethoven. Cero posibilidades existen hoy de ello. Mención aparte merece la Orquesta Joven de Andalucía, sin ningún lustre, prácticamente recogida.
Sorprende que la llegada de unos nuevos gestores políticos a la Junta de Andalucía no traiga asociado, de momento al menos, la reordenación de las prioridades. Tampoco es que, por contra, la adhesión de Daniel Barenboim a Sevilla sea plena. Hacía tres años que no subía al escenario del Teatro de la Maestranza, jamás se ha prestado a dirigir la Sinfónica de Sevilla (amoldando su caché) y nunca más se supo de su ofrecimiento (en los albores de la crisis) de dar un recital de piano (sin cobrar) en el teatro como agradecimiento por la acogida de su proyecto.
Al caso, la Orquesta del Diván se dispuso en el escenario para abordar el Concierto para violín de Beethoven con Barenboim padre en el podio y Barenboim hijo como solista. Su violín cantó con un sonido profundamente metálico, envarado, tenso e impositivo. Poca o ninguna delicadeza desprendió la ejecución de Michael Barenboim, como si no se sintiera cómodo con la obra. Nada hubo de alado, de evanescente en su sonar. Cuesta imaginar cómo se desenvolvería con la partitura junto a un director más afín a Beethoven y menos a una tradición interpretativa en retirada. El Larghetto resultó francamente detestable por la conjunción de un violinista de exagerado vibrato y deformada densidad armónica junto con una orquesta sometida a un dialogo imposible en el que toda cantabilidad era contumazmente aniquilada. La morosidad de la batuta de Barenboim llegó a ser exasperante durante todo el Concierto, ya desde los primeros compases de la pieza, convertidos en una caricatura testosterónica y pálida de Beethoven, de lo que se puede hacer con la música del genio de Bonn y de lo que, en efecto, grandes especialistas hacen con ella (los Gardiner, Herreweghe, Norrington, Honeck, Immerseel, Dausgaard…)
Con la Séptima Sinfonía el nivel mejoró, gracias a una orquesta que, indudablemente, suena de forma compacta y, es de justicia reconocerlo, se comporta como una extensión escrupulosa de los deseos de Barenboim. Sus músicos responden con ejemplar precisión a cada gesto del director. Desde luego que fue esta otra muestra del Beethoven marmóreo y fervientemente romántico, agitado y extremado que gustó mucho a un público entreverado por melómanos y abundante protocolo (los intentos de aplausos entre unos movimientos y otros así lo delataron). Hubo, bueno, volviendo a la Séptima una gran dosis de vigor en el Allegro final, con unas dinámicas y un juego de tensiones realmente vibrante. Desde luego las mejores esencias de Barenboim se quintaesenciaron entre los contornos de una Sinfonía que los (excelentes y ya muy curtidos) músicos del Diván brindaron con contagioso ímpetu y algunas disculpables inexactitudes en los metales. Nada puede reprocharse en lo interpretativo más allá de las preferencias musicales / estéticas de cada quien.
(Foto: Luis Castilla – Fundación Barenboim-Said)
Ismael G. Cabral