Seong-Jin Cho: “Mi liga no es la del éxito y la fama; yo solo quiero ser un buen músico”
A sus 27 años, Seong-Jin Cho se ha transformado, sin quererlo, en un ídolo. En su currículum ya consta el haber sido el primer coreano en ganar el Concurso Chopin (2015) y fichar por el emblemático sello amarillo de la Deutsche Grammophon. Sorprende su madurez y decisión, su contradicción: tiene claro que su liga no es la de la fama, sino la de la calidad musical; odia los concursos de piano, pero los gana todos… El próximo miércoles, 10 de noviembre, llega a la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, cerrando así la 26ª edición del Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. ¿Estamos frente a uno de los maestros futuros del arte de las 88 teclas? Juzguen ustedes mismos.
Pese a ser ya un asunto manido, el 2020 nos ha cambiado a todos, para bien o para mal. Usted estaba inmerso en una carrera en auge y de repente, el mundo se detuvo. ¿Cómo ha lidiado con estos meses de silencio?
Recuerdo el último concierto que ofrecí antes de la pandemia como si fuera ayer… Fue en Estados Unidos, en marzo del 2020. Volví a Alemania a mediados de mes y. nada más llegar, todo se detuvo. Los primeros días de confinamiento me los tomé como una oportunidad para estudiar nuevo repertorio, leer, pasar más tiempo en casa… ¡Para disfrutar! Todos pensamos que esto estaría controlado en dos o tres meses, pero nos equivocamos. Hoy en día, no hemos vuelto a esa normalidad añorada, lo cual es frustrante. Desde que gané en 2015 el concurso Chopin, mi vida ha estado sujeta al escenario. No he parado ni un segundo. Soñaba con poder estar uno o dos meses dedicándome a mí. Y cuando eso ocurrió, fue de la forma más cruel que jamás se habría imaginado: una pandemia. Por suerte, los conciertos que hemos podido dar este año han sido esperanzadores. Volver, conectar con el público, sentir que la gente está ahí y que quiere compartir estos momentos de música contigo… ¡eso es impagable!
Supongo que habrá tenido tiempo para reflexionar sobre la forma en la que estaba desarrollando su carrera, y los pasos que quiere seguir a partir de ahora. ¿Como qué tipo de artista le gustaría ser recordado?
Hay artistas que sueñan con convertirse en estrellas y otros que prefieren desarrollar su carrera de forma más modesta. A mí, sinceramente, la fama me resulta indiferente. Mi única ambición es tocar con las mejores orquestas y en las salas más prestigiosas, pero no por el éxito que ello conlleva, sino por el aprendizaje que aporta. ¿El medio para lograrlo? Los concursos de piano. Estos te permiten darte a conocer y, por ende, trabajar con orquestas y directores de primer nivel. Mi liga no es la del éxito y la fama; yo solo quiero ser un buen músico. Y para eso tengo que estudiar, seguir preparándome, seguir aprendiendo de los grandes maestros.
¿Pesa mucho haber ganado la Competición Chopin de Varsovia?
Ser ganador del concurso Chopin te hace sucesor de una larga lista de grandes genios de la música, como Argerich, Pollini, Yundi Li… Esto conlleva una gran responsabilidad, pues la gente, al ir a escucharte, espera contemplar al ganador del Chopin. Reconozco que odio las competiciones. Son estresantes y el hecho de pensar que las mismas obras musicales están compitiendo entre sí para ver ‘cuál suena mejor’ me parece absurdo. Si llegas a la final, es que tienes un nivel muy alto. Que ganes depende de criterios estéticos y de la suerte, mucho de la suerte. A mí el Concurso Chopin de Varsovia me abrió las puertas del mundo. Tenía claro que quería forjarme una carrera en Europa, y presentarme al concurso de piano por antonomasia era un buen comienzo. Cuando llegué a la final, sabía que mis dos bazas eran mi gusto musical y el azar. El primero podía controlarlo, pero el segundo era imposible. Sin embargo, son los jueces quienes deciden sobre tu gusto musical, no tú. Nadie va a decir si Argerich es mejor que Zimerman, pues son pianistas completamente diferentes. Que prefieras a uno o a otro es una cuestión de gusto personal. Las finales de concursos son así…
El pasado mes de enero grabó el estreno del Allegro en Re mayor K 626b/16 de Mozart, una experiencia que, lo doy por hecho, habrá sido maravillosa. ¿Se ve dedicando parte de su carrera a sumergirse en los entresijos de la música del genio de Salzburgo o, incluso, a profundizar en compositores anteriores?
Tengo una fascinación especial por el Barroco y espero, en un futuro cercano, poder meterme en el siglo XVIII con algo más de calma. Las Suites para clave de Haendel o la música para tecla de Rameau son atmósferas a las que me gustaría dedicar parte de mi carrera. Por otro lado, mi camino por el siglo XIX debe continuar, siguiendo la senda de Schumann y, sobre todo, de Schubert.
Recientemente se ha aventurado a acompañar nada más y nada menos que al barítono alemán Matthias Goerne, en un disco dedicado al Romanticismo alemán de finales de siglo —con obras de Wagner, Pfitzner y Richard Strauss—. ¿Cómo ve su relación con el lied alemán?
Mi primer contacto con el mundo del lied surge en 2018, con una gira que hicimos por Asia y Europa. Al año siguiente fue cuando grabamos este disco, que se centra sobre todo en tres grandes nombres de finales de siglo. Obviamente, el lenguaje pianístico es mucho más complejo en Pfizner que en Schubert, pero cuando trabajas con la voz humana, la escucha y la forma de hacer música es más sensible, más íntima. Hacerlo con uno de los mejores barítonos del género fue la mejor escuela que pude tener. Matthias es una persona muy especial. Recuerdo que en uno de los primeros ensayos me dijo: “No quiero que me acompañes. ¡Quiero que toques! Que nuestras voces se unan y que, juntos, hagamos música. ¡Lo importante es contar algo!”.
Sus programas se caracterizan por conseguir mezclar de manera piezas muy contrarias, pero encontrando un concepto que las una. En Madrid interpretará la Sonata para piano 1.X.1905 de Janáček, Gaspard de la nuit de Ravel y los 4 Scherzi de Chopin. ¿Cuál es el nexo en esta ocasión?
La idea que guía este programa se podría resumir en una palabra: originalidad. Cuando Janáček terminó de componer esta sonata, decidió quemar el tercer movimiento porque no le convencía. La sonata estuvo perdida hasta el 70º cumpleaños del compositor, en el que se pudieron recuperar los dos primeros movimientos. La música de Janáček no se puede describir con palabras. Es original, individual. Sigue un estilo romántico, con aires solitarios e historia trágica. Gaspard de la nuit es una pieza pintoresca, llena de fantasía y con dos personajes muy bien marcados: Ondine y Scarbo. Te presenta un mundo colorista, con algo de tenebrismo y ciertas dosis de locura, pero único e irrepetible. Por último, en los 4 Scherzi de Chopin el genio polaco mira de reojo a Beethoven. Beethoven cambió la historia de la música cuando transformó el tercer movimiento de la sonata en algo rápido, ágil, incluso satírico: lo que hoy conocemos como Scherzo. Para Chopin, los scherzi eran algo más dramático y profundo. Sus 4 Scherzi son una lucha de blanco y negro. Movimientos contrastantes. Lo psicodélico contra lo espiritual. El llanto contra el silencio… ¡Esperemos que funcione!
Habla de lo original como si fuera un concepto universal, cuando muchas veces es una meta ansiada por el artista para diferenciarse del resto…
Vivimos en el siglo de lo efímero. Nada permanece, nada tiene poso. Todo está obsoleto segundos después de mirarlo. Incluso la información deja de tener sentido cuando terminaste de leer el titular. Por eso las artes han perdido referentes únicos. Por eso es tan difícil encontrar algo auténtico. Porque nos hemos olvidado de que lo original no se busca, lo original surge. El intérprete no debe buscar algo que lo diferencie del resto, el intérprete debe encontrar ese algo en aquello que ya posee. No todos somos Glenn Gould, e intentar imitarlo sería un fracaso desde el minuto uno. Por eso debemos pararnos. Dejar de buscar. Y observarnos a nosotros un poquito más. Descubrir aquello que nos hace únicos. Es algo simple y complejo a la vez…
Hay quien aboga por la originalidad y hay a quien le basta con la belleza. Aunque la belleza del intérprete, más allá de su interpretación, reside en la música…
La belleza vive en la paradoja de lo subjetivo y lo universal. Scarbo, por ejemplo, no es una pieza bella. Pero eso no quiere decir que no sea maravillosa. El gran público tiene que comprender la dicotomía entre belleza y obra de arte. No todo el arte es bello, y que no lo sea no lo hace peor. Hay repertorios, como los de Stravinsky, Shostakovich o Ravel, que nunca van a sonar como un nocturno de Chopin; pero seguirán siendo grandiosas obras de arte. Nuestra responsabilidad como amantes del arte es mostrar esa ambivalencia. Por eso, en mi concierto en Madrid Chopin cohabita con Janáček, pues ambos reflejaron mediante su música la belleza del mundo desde sus diferentes perspectivas.
Pertenece a una generación de la que se dice que no está conectada con la música clásica. ¿Cree que hay esperanza para un sector cuyo público está cada vez más envejecido?
Sorprende de España la devoción que hay por la música clásica, a diferencia de otros países europeos. ¡El público de ustedes no es tan mayor como piensan! Les puedo asegurar que hay países que están mucho peor. Siempre que toco en Barcelona, Alicante o Madrid me fascina ver la cantidad de jóvenes que hay a la salida de los auditorios para saludarte o preguntarte cosas. Es más, recientemente estuve trabajando con la European Union Youth Orchestra, y gran parte de la formación estaba conformada por españoles. ¡No se quejen! En su país aún hay esperanza. ¶
Rafael Ortega Basagoiti / Nacho Castellanos