Schreker, otro infortunado

Norman Lebrecht escribe en el último número de SCHERZO sobre la mala suerte de Alexander von Zemlinsky. Podríamos considerar que esa mala suerte golpeó a otros compositores de esa misma escuela. No sé si es una escuela, pero se trata de una vigencia estética comparable. Podríamos poner, como colmo de mala suerte tras una fortuna temprana y duradera, a Franz Schreker. En el próximo número de SCHERZO reseñaré un álbum doble con su ópera El sonido lejano (Der ferne Klang, 1912), su segunda ópera y para algunos la mejor, pese a Los estigmanizados (Die Gezeichneten, 1915). Otro de los infortunados sería Eric Wolfgang Korngold, compositor de una de las óperas más importantes del siglo XX, La ciudad muerta (Die tote Stadt, 1920). Se los borró, murieron dos y se exilió Korngold. Se prohibieron sus obras y llegó el olvido. No tuvo mucha suerte en vida Arnold Schoenberg, que trasciende esa estética, pero que viene de ella (era amigo de Schreker, que estrenó nada menos que los Gurrelieder en 1913). Sí tuvo fortuna póstuma, aunque no tanto entre el público que acude a conciertos y óperas. Pero no vamos a tratar la fortuna de la llamada Escuela de Viena, cuyo progenitor es Zemlinsky, cuyo patriarca habría sido Mahler, porque habría que extenderse sobre la buena suerte póstuma de Berg y Webern, tan distintos. Y no vamos a referirnos al que fue gran afortunado de esa corriente estética, Richard Strauss, que es uno de los grandes, pero que se vio sin rivales de su altura con la desaparición de aquellos tres (Korngold, más joven, tardó en morir, en el exilio, pero solo vivió sesenta años).
Es sabido que Schreker murió en 1934 del disgusto que le provocaron las prohibiciones y ceses de que fueron objeto él y su obra por parte del nuevo gobierno nazi. Te destrozan la vida y la carrera en plena madurez; estás delicado, y te mueres. Nos quedan nueve óperas suyas, y ni su obra ni su figura acaban de recuperarse ante el gran público de los teatros y salas de conciertos, a pesar de que hay muchos fans organizados. El sonido lejano se estrenó en España en la Maestranza de Sevilla, dirección de Pedro Halffter. Es una obra muy bella, un caudal de música desde el foso que resulta inquietante, sobrecoger, un cantabile permanente especialmente intenso, una historia que puede resultar chocante, pero que no pretende nada parecido al realismo, que es una parábola, un símbolo. No es el momento de contarles la historia, pero uno le diría a Fritz, en su moribundia, al final, lo que se canta en El amor brujo: “El querer que ella te daba tú no te lo merecías”.
Hice una promesa, darle una segunda parte a mi libro El siglo de Jenufa. Tendría como protagonistas a Schreker, a Zemlinsky, a Strauss, a Korngold, incluso al rabioso Pfitzner, al ambiguo Hindemith y a alguno más. Son el eslabón hacia Berg, que sí estudié en ese libro. Pero hay obras cuyo esfuerzo solo merece la pena si una editorial te cuida un poco el ‘producto’; y no en lo económico, simplemente un poco de decencia, que uno no encuentra siempre en ese medio. Por el momento, los animo a que lean esa reseña de El sonido lejano y a que escuchen el contenido del álbum (Jennifer Holloway, Ian Koziara, Nadine Secunde, dirección de Stefan Weigle, Oehms OC 980, 2 CD).
Foto: Franz Scherke, a la derecha, junto a sus íntimos amigos Arnold Schoenberg (en el centro) y Alexander von Zemlinsky (a la izquierda).
Santiago Martín Bermúdez
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