SANTIAGO DE COMPOSTELA / Tres formas de diálogo entre la música y el cine
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 16-XI-2023. Real Filharmonía de Galicia. Director: Timothy Brock. Obras de Rota, Rózsa y Brock.
La Real Filharmonía de Galicia reserva cada temporada, alcanzado el mes de noviembre, un concierto que forma parte, asimismo, del Festival Cineuropa, una de las citas de mayor solera y éxito de público de cuantas jalonan la agenda cultural compostelana, cumpliendo en 2023 su trigésimo séptima edición, este año dedicada a la comedia, aunque no faltarán secciones y ciclos de mayor seriedad en Cineuropa, como el dedicado a Jorge Semprún por el centenario de su nacimiento: figura, la del polifacético escritor madrileño, que tanto se echa en falta en la política de nuestro valleinclanesco ruedo ibérico, tan dado a la flojera intelectual y a las veleidades.
Esta temporada, la relación entre música y cinematógrafo ha sido abordada por la Real Filharmonía en tres niveles o vertientes: una selección de fragmentos de banda sonora original en versión de concierto (sin película en pantalla); una composición orquestal no cinematográfica debida a un consagrado compositor para el medio fílmico; y, por último, una banda sonora contemporánea escrita para una película muda, con su propio creador sobre el escenario, pues como compositor y director se puso el pasado 16 de noviembre Timothy Brock al frente de la RFG, afianzando una relación muy consolidada entre la orquesta gallega y el músico norteamericano.
Dentro de la temática que vertebra la temporada 2023-2024 de la Real Filharmonía en torno a las migraciones, comenzar el concierto con una selección de piezas de baile procedentes de la banda sonora de Il Gattopardo (1963), indefectiblemente nos hará pensar en Lampedusa y, por tanto, en esa fosa común en la que se ha convertido el Mediterráneo: uno de los peores rostros de las migraciones en nuestro tiempo (a cuya sangrante fisionomía se acaba de sumar Gaza).
No es la RFG una orquesta que haya cultivado especialmente este tipo de música, ni creo que Timothy Brock sea, precisamente, un Riccardo Muti, un Carlos Kleiber o un Lorin Maazel, de forma que los distintos pasos de baile compuestos por Nino Rota para la película de Luchino Visconti han sonado en Santiago un tanto rígidos; especialmente, el vals inicial, más bailado al compás del ímpetu de Tancredi Falconeri en el celuloide viscontiano que desde la multitud de matices, entre la distinción y el decadentismo, de un Fabrizio di Salina.
Así, han primado en la selección de piezas de Il Gattopardo (efectuada por el propio Brock) una transparencia y una efusividad que han ido ganando definición a lo largo de los cincos bailes, dejándonos la RFG un Galop final realmente satisfactorio, con un ritmo binario en el que las secciones de la orquesta gallega han cabalgado con un fraseo muy cuidado, en un paso que no involucra tantos matices emocionales, ni de sensualidad, como algunas de las anteriores danzas.
Continuando en clave migratoria, la segunda partitura del concierto vino de la mano de un nuevo emigrante por motivos laborales, como lo había sido Antonín Dvořák en el estupendo concierto dirigido por Pablo González el pasado 26 de octubre. Si el checo se había encaminado a Nueva York para dirigir su conservatorio, el húngaro Miklós Rózsa emigró, previo paso por Alemania, Francia e Inglaterra, a Hollywood, donde se convirtió en uno de los más afamados compositores de bandas sonoras de todos los tiempos.
No por ello abandonó Rózsa su carrera como compositor puramente orquestal, incluyéndose en tal apartado una Serenata húngara op. 25 (1945) que, según nos indicaban las notas al programa, ofreció el pasado jueves la Real Filharmonía por primera vez en España. Tardío estreno en nuestro país, por tanto, el de una partitura sin mayor enjundia, marcada por cierta pátina de nostalgia como la que mostraron otros ilustres húngaros emigrados en los Estados Unidos, como Béla Bartók en su Concierto para orquesta (1943, rev. 1945).
Algunas similitudes comparte la Serenata húngara con el Concierto para orquesta; especialmente, en su edición final, pues fue esta Serenata una partitura que acompañó a Miklós Rózsa a lo largo de varias décadas, desde su periodo en el Conservatorio de Leipzig hasta que, en 1952, efectúa las últimas revisiones a su opus 25. Los compases conclusivos del Scherzo son un buen ejemplo, tanto en el colorido de las maderas (estupendas, las de la RFG) como en el glissando del timbal (tan bartokiano), así como el que destilan Marcia y Danza: dos de los movimientos más vivos y logrados por parte de la RFG bajo la dirección de un Timothy Brock en algunos de cuyos gestos aún perduran ecos de los grandes maestros húngaros asimismo emigrados a Norteamérica, como Fritz Reiner o George Szell, por su seriedad y firmeza. Mientras, los movimientos lentos han sonado más alicaídos, con mejor definición y estilo en el violín de James Dahlgren —el estupendo concertino de la RFG— que en el violonchelo de Plamen Velev, algo corto de vuelo y expresividad, dejando la impresión global de una partitura menor que, aunque bien defendida, no alcanza el peso ni la excelencia artística suficientes para lo que se anuncia como nueva etapa de la Real Filharmonía.
La brevísima segunda parte del concierto (con sus apenas 25 minutos de duración) nos mostró la tercera forma de relación entre música y cine de las presentadas en este programa conjunto de Cineuropa y la Real Filharmonía: la banda sonora compuesta para una película silente, un formato que deparó sobresalientes veladas en temporadas precedentes, como las protagonizadas por José María Sánchez-Verdú y sus creaciones musicales para La Chute de la maison Usher (1928) y, muy especialmente, Nosferatu – Eine Symphonie des Grauens (1922), banda sonora que en noviembre de 2012 contó con Nacho de Paz al frente de la RFG en un concierto memorable cuyo enorme éxito no llegó a propiciar, paradójicamente, que el director asturiano volviese a dirigir más a la Real Filharmonía: algo incomprensible que, dada la apuesta por la modernización del repertorio que Baldur Brönnimann y la RFG pretenden consolidar, debería ser subsanado.
Lo escuchado en la banda sonora compuesta en 2012 por Timothy Brock para la película de Charles Chaplin The Immigrant (1917) dista mucho de la calidad de las bandas sonoras de José María Sánchez-Verdú, o de las que, en los últimos años, nos han ofrecido desde Johannes Kalitzke a Olga Neuwirth, pasando por Voro Garcia en su partitura para The Playhouse (1921), película de Buster Keaton que comparte no poco de ese humor slapstick del que tanto solía tirar Chaplin y que Timothy Brock convierte en inmediato correlato musical por medio golpeos y paradojas acústicas.
Es un tipo de banda sonora, la del compositor norteamericano, que ha primado en la mayor parte de las ediciones que en DVD y blu-ray han publicado tanto Divisa, en España, como otros sellos de prestigio en lo que al cine antiguo se refiere, como Eureka; una banda sonora que se conecta muy directamente con la música cinematográfica compuesta en la época de las propias películas: unos años veinte del pasado siglo con cuya creación musical Timothy Brock manifiesta una especial afinidad, aunque su propia escritura resulte un tanto anticuada, desde un punto de vista actual (quizás influya, asimismo, el que Brock lleva años colaborando en la restauración de estas antiguas bandas sonoras con la Fondazione Cineteca di Bologna, dentro de la cual L’Immagine Ritrovata (como sucede en Alemania con la Friedrich-Wilhelm-Murnau-Stiftung) está desarrollando una apuesta musical de perfil en demasía conservador).
La buena química que parece unir a la RFG con Timothy Brock (como se demostró al finalizar el concierto, por los aplausos de los músicos al director estadounidense) ayuda a cubrir con creces el expediente de esta banda sonora tan prolija en lugares comunes y clichés, de éxito inmediato y asegurado, pues apenas pone en aprietos ni a intérpretes ni al propio público, al que se le ofrece una correlación entre celuloide y música de lo más lineal, sin buscar profundidades artísticas, psicológicas ni tímbricas, más allá de algunas presencias poco comunes en una orquesta de plantilla reducida, como el clarinete contrabajo de un Xocas Meijide siempre espléndido en el manejo de tales instrumentos de resonancia grave (como le conocemos por sus conciertos con Vertixe Sonora).
Concluyó así, entre las carcajadas del público (ese sonido tan extraño en una sala de conciertos, aquí motivadas por las desventuras de Charles Chaplin), un programa de menor calidad artística que los precedentes esta temporada, con tres partituras de bajo perfil que, en global, han sido bien tocadas y que redundan en que la orquesta gane en flexibilidad, al adentrarse en otros terrenos de la interpretación musical, más allá del concierto al uso del que tanto se abusa en nuestros auditorios (¿hace cuánto que no escuchan ustedes a una orquesta espacializada alrededor del público, un concierto para cuarteto de cuerda y orquesta, o una pieza para electrónica y formación sinfónica dentro de una temporada orquestal, por poner sólo tres ejemplos de otros modos de comprender la vida musical?). Confiemos en que la prometida renovación de la Real Filharmonía de Galicia nos permita disfrutar de ese tipo de paisajes acústicos en temporadas venideras, así como de formas más potentes y modernas de comprender la relación entre música y cinematógrafo.
Paco Yáñez
(Fotos: Real Filharmonía de Galicia)