SANTIAGO DE COMPOSTELA / Pablo González, o el dominio del instrumento desde la idea
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 26-X-2023. Real Filharmonía de Galicia. Director: Pablo González. Obras de Gerhard, Schoenberg y Dvořák.
El regreso de Pablo González al podio de la Real Filharmonía de Galicia, orquesta con la que su última colaboración se remontaba a marzo de 2020, cuando el director ovetense comandó a la RFG en su gira austriaca, nos ha dejado un tercer concierto de abono marcado por un detallado trabajo orquestal, así como por una interpretación de las tres partituras en programa directamente enfocada desde el tema que vertebra la temporada 2023-2024 de la RFG: las migraciones.
Así, la primera parte del concierto presentó a dos ilustres exiliados del siglo XX, Robert Gerhard y Arnold Schoenberg; respectivamente, alumno y maestro, por lo que Gerhard se convirtió en una de las principales puertas de acceso del dodecafonismo en España; eso sí, el tiempo que Robert Gerhard pudo quedarse en nuestro país, antes de que el advenimiento del franquismo le hiciese tomar el camino del exilio.
Aunque tardíamente recuperado (tras el ostracismo al que lo condenó la dictadura), la presencia de Gerhard en nuestros auditorios se antoja siempre insuficiente, teniendo en cuenta que hablamos de uno de los compositores más importantes en la historia de la música española. Consciente de esta situación, Baldur Brönnimann —director artístico de la Real Filharmonía— ha programado esta temporada hasta tres partituras orquestales de Gerhard y un concierto monográfico con su música de cámara: antesala de lo que, esperamos, sea una mayor abundancia del compositor catalán en el futuro.
Pablo González puso sobre los atriles Albada, interludi y dansa (1936), una partitura bajo cuya colorida y folclórica superficie orquestal el director asturiano no deja de mostrar asomos de disonancias que nos hablan de la tensión ya entonces vivida en una España que en ese 1936 entraba en Guerra Civil, así como asomos de lo que González cree intuición, por parte de Gerhard, de lo que sería su inminente exilio.
La inicial Albada no muestra aún esos sombríos presagios, habiendo optado Pablo González por un tono festivo, con un fraseo muy incisivo y acentuado que se ha repetido a lo largo del concierto, mostrando que su semana de ensayos con la RFG fue bien aprovechada, pues desde las últimas veces que había visto a González en directo y hasta este concierto del 26 de octubre, se percibe una gran maduración del director ovetense y un mayor dominio de la intención artística tras cada gesto. En el Interludi sí ha empezado la RFG a dejar más siniestras pinceladas y premoniciones, con su tono obscuro en las cuerdas y un canto en las maderas que ofrece el reverso de la vivacidad previa, tornándose cuasi cantos elegíacos. En ellas ha destacado un Vicente López al que encontramos especialmente motivado, como clarinete principal, en esta nueva etapa de la RFG, buscando un sonido no tanto potente o redondo (en el sentido romántico), sino moderno y articulado, mimando cada inflexión y rango dinámico.
Como en el Interludi, también mimó Pablo González la presencia de las maderas en la Dansa, donde despliega los aspectos más modernos de la partitura, su prolijidad rítmica y la reivindicación de las formas populares como base para la creación de un lenguaje de vanguardia, en un sentido más bartokiano que schoenberguiano. Primer encuentro, por tanto, muy disfrutable con Robert Gerhard esta temporada, si bien los platos fuertes se esperan para el mes de enero; especialmente, su Sinfonía Nº1 (1952-53).
Dos años después del estreno de Albada, interludi y dansa, concluyó Arnold Schoenberg una obra de gestación especialmente difícil para el vienés, su Sinfonía de cámara nº2 op. 38, una partitura comenzada en 1906 y no terminada hasta 1939, con Gerhard ya en el exilio. Buena parte de esa dificultad vino dada por la compleja relación con la tonalidad de Schoenberg en esta sinfonía, basculando entre la nostalgia de los modelos clásicos y su perenne deseo de conquistar nuevos territorios.
En esa tensión ha puesto, con gran criterio, el foco Pablo González, pues ha vinculado en su versión el exilio político de Schoenberg con la nostalgia de su tierra, a través de sus formas tradicionales en lo musical. De este modo, no ha sido su lectura como las de Pierre Boulez, Michael Gielen o Péter Eötvös; es decir, no ha buscado al Schoenberg progresivo, sino que dejó muestras muy evidentes de las improntas de Richard Wagner, en lo armónico y en lo cromático; y de Johannes Brahms, en la factura camerística y temática. Claro que esos temas; destacadamente, en el segundo movimiento, entran en un proceso de disgregación que hacen buenas las sabias palabras de González en su charla previa al concierto, en la que afirmó que la evolución efectuada por Schoenberg en la historia de la música supone un paso análogo al dado desde la física newtoniana a la física de partículas. Esas partículas aún las ha ceñido González en el comienzo del Adagio desde una impronta posromántica (cual el Schoenberg de Karajan o el de Barenboim), creando silencios de gran densidad dramática (para el director ovetense: muestra de las dudas del propio Schoenberg en el proceso de composición).
Frente a lecturas más camerísticas y concentradas (como las antes citadas de Boulez y Gielen), Pablo González confiere mayor aliento y opulencia al comienzo del Adagio, fraseando con profundidad desde la cuerda grave con una densidad armónica que se va expandiendo y perfilando cromáticamente por las diferentes secciones de la RFG. De este modo, el Adagio refuerza la pátina crepuscular y un tanto decadentista que se ha respirado en esta lectura compostelana, comprendida desde el exilio y la nostalgia.
Si en el Adagio ya me había convencido la Real Filharmonía, no sólo en técnica y estilo, sino por cómo ha comprendido el sentido artístico desarrollado por Pablo González, el Con fuoco ha sido un continuo festín, con proliferantes «digresiones armónicas» —como González las definió— y cambiantes centros tonales, cuya clara definición y unidad, dentro de su independencia formal, me ha recordado a un móvil de Calder (por más que las esculturas del estadounidense, en lo compositivo, las solemos asociar con la música de Earle Brown). En este segundo movimiento, el arranque sonó más vivo, con una paleta tímbrica muy colorista y un fraseo ejemplar de contrabajos y violonchelos. Estos últimos, como las trompas (tan lentas y expansivas como han sonado en Compostela), vuelven a portar ecos wagnerianos, filtrados a través de las últimas reverberaciones de los Gurrelieder (1900-11), lo que reincide en lo programático de la dirección de Pablo González, en su voluntad de construir esta Segunda sinfonía de cámara como una mirada hacia atrás para tomar impulso hacia el futuro: ése que se vislumbra en el uso de los colores tímbricos en maderas y metales.
También programático podríamos decir que fue el final de esta versión de la RFG, pues casi como una passacaglia ha sonado la cuerda grave en el último Largo. Previamente, ésta fue profusamente explotada en diferentes combinaciones camerísticas, portando sombríos augurios más explícitos que los escuchados en Gerhard. Lo que no supone ningún augurio, sino una evidencia palmaria, es la importancia de que una orquesta programe con asiduidad las partituras más avanzadas de la Segunda Escuela de Viena, y no sólo sus clásicos populares, como la versión orquestal de Verklärte Nacht (1899). Si Baldur Brönnimann y la RFG quieren sentar las bases de un repertorio contemporáneo trascendente, sin duda en las partituras de Schoenberg, Berg y Webern tienen una base ineludible; base, como nos ha mostrado Pablo González, repleta de vínculos con la tradición y de posibilidades expresivas que desarrollar con criterio, como fue el caso, por la tan notable hoy orquesta compostelana.
De dos exiliados por motivos políticos pasamos, tras el descanso, a un emigrado por razones profesionales: las que llevaron en 1892 a Antonín Dvořák a la dirección del National Conservatory of Music of America, en Nueva York, donde compone su celebérrima Sinfonía nº9 en Mi menor op. 95 (1893).
A las claves norteamericanas de la composición de esta Sinfonía del Nuevo Mundo se refirió Pablo González en una breve charla justo antes de comenzar la interpretación, ya sobre el escenario: charla informada que contrasta con otras entre lo anecdótico y lo improvisado que más de una vez tuvimos que padecer en temporadas previas de la RFG.
También informada, y muy convincente, ha sido la lectura de esta Novena de Dvořák, poniendo el énfasis González en sus conexiones tanto con los espirituales negros como con el poema épico de Henry Wadsworth The Song of Hiawatha (1855), que nutre parte del desarrollo de la obra, con sus anhelos, persecuciones, paisajes y ritmos tan variados, a pesar de que el Adagio lo comenzó lento y bien paladeado, con una pátina nada romántica, buscando otra sonoridad: la propia de una sinfonía que, como afirmó Pablo González, no se parece a ninguna otra. De ahí, ese contraste de fraseos secos y articulados, junto con compases ralentizados en tempo, más cálidos, como los suspendidos en torno a la flauta de un estupendo Laurent Blaiteau.
En el Largo, y por la lentitud imprimida, aparecen mayores problemas de fraseo individual y orquestal, al exponerse de forma más desnuda los principales de la RFG (como sabe cualquiera que haya visto ensayos de ese gran dvorakiano que fue Sergiu Celibidache). En todo caso, las secciones confiadas a los primeros atriles de cuerda han sonado con una gran y camerística belleza, así como el dúo de violín y violonchelo, y, por descontado, el corno inglés de Esther Viúdez sobre la cuerda en sordina.
Pero lo mejor de esta Novena vino en un Molto vivace y en un Allegro con fuoco en los que resultó evidente el disfrute de Pablo González viendo cómo la RFG respondía a sus ideas: un timbal poderoso en ritmo y presencia, una cuerda transparente (sobresalientes, hoy, los violines), logrados contrapuntos de viento y cuerda (justificando por qué se dice que Dvořák era el Brahms checo), y un metal expansivo y musculoso que, más allá de algún desliz en las trompas, rubricó otro concierto realmente interesante en una temporada de abono que nos sigue dejando momentos muy especiales.
Paco Yáñez
(Fotos: Real Filharmonía de Galicia)