SANTIAGO DE COMPOSTELA / Singladuras musicales por Escocia
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 19-X-2023. André Cebrián, flauta. Real Filharmonía de Galicia. Directora: Joana Carneiro. Obras de Mendelssohn, Corigliano y Weinberg.
El segundo concierto de la temporada de abono 2023-2024 de la Real Filharmonía de Galicia nos invitó a un nuevo viaje musical dentro de la temática que estructurará su programación a lo largo de los próximos meses: las migraciones; así como nos mostró algunas novedades en su repertorio, como Voyage (1983), partitura para flauta y orquesta de cuerda del compositor neoyorquino John Corigliano, cuyo estreno en España había ofrecido la propia Filharmonía, en Vigo, un día antes.
Aunque el título del concierto se inspiraba en una obertura de Felix Mendelssohn, Meeresstille und glückliche Fahrt, no fue ésta la primera página que escuchamos el pasado 19 de octubre, sino otra obertura prácticamente coetánea y de sabor, igualmente, marino, Die Hebriden oder die Fingalshöhle op. 26 (1829-31).
Con Joana Carneiro (principal directora invitada de la RFG) sobre el podio, Las Hébridas se convierte en una página netamente impetuosa, como ya nos tiene acostumbrados la lisboeta cada vez que visita Galicia. Otra cosa es la idoneidad de una orquesta como la Real Filharmonía para partituras de este y anteriores periodos históricos. Aunque haya quienes sostengan que Clasicismo y Romanticismo constituyen el repertorio natural de una orquesta como la RFG (poniendo algo tan simple como el número de integrantes de su plantilla por encima de cuestiones tímbricas o de estilo interpretativo), conociendo, como hoy conocemos, las versiones que de Mendelssohn nos acostumbran formaciones con instrumentos de época como la Orchestre des Champs-Élysées, la Hanover Band, la Orchestra of the Eighteenth Century, la Akademie für Alte Musik Berlin o (más recientemente y con soberbia dirección de Pablo Heras-Casado) la Freiburger Barockorchester, afirmar tal cosa es harto discutible.
Más allá de una cuestión puramente instrumental, algo del estilo de dichas versiones parece haber asimilado Joana Carneiro, pues intenta utilizar los recursos de la RFG para insuflar carácter y fuerza a sus interpretaciones, algo que casa especialmente bien con el más rocoso Mendelssohn nórdico: el de sus partituras escocesas, las hoy puestas sobre los atriles de la Real Filharmonía. Lejos de los amaneramientos que tanto daño han hecho a la música del culto y cosmopolita compositor alemán, Carneiro opta por un tempo rápido y por una articulación muy marcada, así como por unos rangos dinámicos contrastados; en general, con tendencia a cierta agresividad, aunque siempre habilite compases en los que el lirismo se convierte en contemplación e interioridad, como en los pasajes centrales de Las Hébridas. Las partes más puramente descriptivas, las asociadas al paisajismo marítimo, así como a los recuerdos del propio Mendelssohn en su zarandeada travesía, fueron las más disfrutables por ese estilo tan incisivo de Joana Carneiro, directora de gesto hiperactivo que impele esa vigorosa acentuación con su propio cuerpo en cada compás.
Tras Die Hebriden, tuvo lugar la antes mencionada segunda audición en nuestro país de Voyage (1983), obra de John Corigliano que se convierte en una versión orquestal de su partitura coral L’Invitation au Voyage (1971), página basada en el poema homónimo de Charles Baudelaire perteneciente a Les Fleurs du mal (1857), leído por Corigliano en la traducción al inglés de Richard Wilbur.
Quizás en dicha traducción se pierda algo del original en francés, o puede que en la gruta de Fingal nos hallemos aún, pues de la noche de los tiempos estilísticos parece haber salido una partitura que toma los versos de Baudelaire en su tono más naíf y sensiblero: tono al que tan acostumbrados nos tiene Corigliano (de ahí, seguramente, su éxito en los Estados Unidos). Por otra parte, y tras el soberbio Ligeti escuchado en el primer concierto de la Real Filharmonía esta temporada, embarcarnos en este Voyage supone retrotraernos a un estilo musical más propio de la orquesta gallega en temporadas pretéritas, con su conservadurismo acomodado y estilo demodé.
Frente a una factura realmente pobre en cuanto a inventiva melódica, estructura armónica y relación entre solista y orquesta, lo más interesante de Voyage es cómo recoge algo de ese color orquestal netamente estadounidense que Corigliano deriva de compositores como Samuel Barber y Aaron Copland, aunque tomados en sus vertientes más simplonas. Quizás, por ello, el concertino de la RFG, el californiano James Dahlgren, haya expuesto con especial criterio sus dúos con André Cebrián, flautista compostelano que llegaba a este concierto, precisamente, desde Escocia, pues de la Scottish Chamber Orchestra es flauta principal. Por descontado, Cebrián se convierte en el gran protagonista de Voyage, aunque hay que reconocer que fácil se lo ha puesto a sí mismo al seleccionar esta obra: una página cuyos procedimientos compositivos abundan en diálogos y contrapuntos tan elementales, que hacen incomprensible que en las notas al programa leamos que Corigliano redefine los conceptos tradicionales a partir de herencias que incluyen «la vanguardia europea de posguerra». Por descontado, dicha vanguardia, que es una de las expresiones musicales más logradas que haya alcanzando la humanidad, se encuentra a siglos de distancia artística de este tan pobre Voyage.
Dentro de la temática de las migraciones que vertebra la temporada de la RFG, el nombre del tercer compositor en programa explicitaba la peor cara de dichos desplazamientos: la del exilio tras el Holocausto. Así, aunque más conocido como Mieczysław Weinberg, la orquesta gallega tiró en sus notas del nombre utilizado por éste en Rusia, reforzando el componente judío: Moisey Samuilovich Weinberg, de quien escuchamos su Concierto nº1 para flauta y orquesta de cuerda op. 75 (1961), una página de innegable aroma shostakoviano que, aunque de factura discreta, se encuentra varios peldaños por encima de la partitura de Corigliano.
En la apertura del Allegro ya queda claro que el estilo tan seco, acerado y en staccato de las cuerdas en Weinberg la va como anillo al dedo a una RFG con tanto instrumentista de escuela eslava, algo en lo que incide una Joana Carneiro que busca esa articulación tan marcada, concibiendo a la orquesta como si de un gran cuarteto se tratara. Tras la calma que, cual interludio, supuso la música de Corigliano, vuelve la lisboeta a manifestar una motilidad y una direccionalidad incansables, lanzando a la RFG en bucles, con André Cebrián convertido en todo un vórtice contrapuntístico: excepcional, en todo momento, tanto en musicalidad como en técnica, de un virtuosismo arrollador.
Mayores evocaciones shostakovianas, si cabe, las escuchadas en un Largo de buen pulso y tempo por parte de Joana Carneiro, reforzando el cantabile y una pátina de lirismo sombrío que nos recuerda a las arias de Katerina Izmáilova en Lady Macbeth de Mtsensk (1930-32). Soberbio, André Cebrián, con un sonido muy redondo y de inspiración vocal, espaciando sus fraseos hasta convertir cada nota en un pulso suspendido, sin perder color ni definición, así como con un registro grave muy bello y natural. Sin interrupción, Joana Carneiro expuso el Allegro comodo, construyéndolo como una recapitulación de los dos primeros movimientos, incidiendo en la arquitectura clásica de este Concierto nº1 para flauta y en la ligazón temática de la partitura. Para otorgar mayores contrastes a sus variaciones, Cebrián reforzó el profuso staccato que Weinberg disemina en la flauta de tal modo, que casi parece lindar el frullato, lo que le hizo ganar en carácter y articulación, al tiempo que mantener una línea melódica de fraseo entre la perfección técnica y un preciosismo en el que deja sutiles evocaciones folclóricas, empastando su instrumento de forma ejemplar con las cuerdas de la RFG. Gran interpretación, la de solista, directora y orquesta.
Como encore, André Cebrián nos ofreció una página de lucimiento, Jade, segunda de las Trois Pièces (1920-21) de Pierre-Octave Ferroud. Obra que nuevamente nos invita al viaje, con sus escalas pentatónicas y ecos de una música oriental tan boga en Francia durante el primer tercio del siglo XX, Cebrián enfatizó ritmo y legato, con un sorprendente portamento final al Re grave en decrescendo que el flautista compostelano marcó más de lo habitual, creando una articulación que tanto aporta modernidad como ecos de la tradición nipona, al remedar la rugosidad del aire en la flauta shakuhachi.
Cerró el concierto la segunda página escocesa de Felix Mendelssohn, igualmente inspirada en su viaje a las Islas Británicas del año 1829, la Sinfonía nº3 en La menor op. 56 (1829-42). Como en Las Hébridas, Joana Carneiro vuelve a tirar de volumen y músculo orquestal, aunque igualmente insufla aquí a la RFG cantabile, pues —como explicó en su charla previa al concierto— la portuguesa comprende esta sinfonía desde el canto, algo que aplicó con calor y expresividad al hermosísimo Adagio (movimiento en el que, sin embargo, se echa en falta un mayor volumen en las cuerdas de la RFG).
El menor tamaño de la Real Filharmonía hace que la orquesta gallega suene con más transparencia y delicadeza en los compases que, nuevamente en el Adagio, Joana Carneiro suspende de un modo rítmicamente tan delicado y camerístico, mientras que en los movimientos primero y cuarto vuelve a primar una visión paisajística, así como el furor de la tormenta: la tensión de un edificio orquestal en el que a los coros de metales y al timbal le concede un gran protagonismo la directora en el Allegro maestoso assai. Únicamente en el final quizás hubiese apreciado algo más de vigor, pues la ralentización del tempo en la (llamémosle) pseudo-coda hace perder unidad estilística en el tono interpretativo; aunque, en global, Joana Carneiro nos ha vuelto a dejar muy buenas sensaciones y una dirección de alto voltaje que parece haber convencido a un público del Auditorio de Galicia en el que se ven este año más caras nuevas y gente joven: cuestión realmente importante para mantener el rumbo de la orquesta en este viaje hacia el futuro en el que se halla inmersa con su nueva dirección artística.
Paco Yáñez
(Fotos: Real Filharmonía de Galicia)