SANTIAGO DE COMPOSTELA / Javier Martín y Haruna Takebe: paso a dos hacia la intemporalidad
Santiago de Compostela. Centro Galego de Arte Contemporánea. 27-X-2023. Haruna Takebe, piano. Javier Martín, danza. Obras de Giacinto Scelsi y John Dowland.
Quienes habitamos el ecosistema musical de Santiago de Compostela conocemos bien el talento y los muy interesantes programas a los que nos invita periódicamente la pianista japonesa Haruna Takebe, residente en la capital gallega desde el año 2010 y miembro fundacional de Vertixe Sonora Ensemble desde 2011.
No quiere ello decir que Haruna Takebe se limite al repertorio contemporáneo, habiéndonos dejado excelentes muestras de su dominio de las partituras de Mozart, Beethoven o Schubert a lo largo de los últimos años. A esa voluntad de hacer dialogar la creación actual con la del pasado se une la incansable labor de Takebe por descubrirnos la música de su Japón natal, contándose entre sus conciertos en esta última década interpretaciones memorables de compositores como Tōru Takemitsu, Maki Ishii, Noriko Kawakami o Toshio Hosokawa, entre otros.
Todo ello se unió en el concierto que el pasado 27 de octubre subió al escenario del Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC) a Haruna Takebe junto con el coreógrafo y bailarín coruñés Javier Martín, en un encuentro entre la música para piano y la danza que abre una nueva vía que complementa al diálogo interdisciplinario que unió a Javier Martín con Vertixe Sonora a través del proyecto Brumario, nacido en diciembre de 2018 y que conoció sucesivas etapas de desarrollo en los años 2019 y 2020 en distintas ciudades gallegas, a modo de verdadero work in progress.
Brumario nos dejó momentos realmente sobresalientes en dicha relación entre la música y la danza, así como otros en los que la naturaleza improvisatoria del aparato musical puso en serios aprietos a Javier Martín. En el caso de Sintagma y corriente, el espectáculo que hoy nos ocupa, la música estaba escrita de antemano, así como era bien conocida, pues venía de la mano de dos compositores que ya forman parte del canon occidental: el inglés John Dowland y el italiano Giacinto Scelsi.
Aunque lo más habitual en la tradición de la danza es que el baile se acople a la música, Javier Martín lleva décadas explorando otras formas de relacionar ambos lenguajes, tanto en la disociación de los mismos (en una línea que prolonga las investigaciones de Merce Cunningham), como en sus más intricadas redes compartidas de gesto y ritmo. Así, Sintagma y corriente comenzó desde la danza sola, con un Javier Martín cuyos movimientos ensimismados parecían los de un autómata, con un punto robótico de angulosidad y rigidez que pronto habríamos de comprobar lo bien que casaba con ese artefacto repleto de golpeos y reverberaciones metálicas que es Aitsi (1974), de Giacinto Scelsi.
La sonoridad que Haruna Takebe extrae al pequeño Yamaha del CGAC es digna de destacar, pues no es fácil lidiar con tan exigua caja para alquitarar las resonancias que en la partitura se multiplican, en otro más de los muchos dejes orientales a los que el conde de Ayala Valva nos acostumbraba, como influencia de esa música asiática tan bien conocida por Takebe. Pese a lo que pudiera parecer en una audición en disco de Aitsi, estamos ante una pieza sin preparación del piano, siendo las sonoridades que desgaja Haruna Takebe fruto de un sabio manejo del pedal de resonancia, así como de la distorsión que genera la propia amplificación al filtrar unos rangos armónicos y dinámicos tan extremos en un registro grave en el que la pianista no deja de descubrir nuevos matices y armónicos en cada una de sus embestidas en bucle, puestas periódicamente en contrapunto con alturas puras que, cual pinceladas cromáticas, deja sueltas entre los acordes más rugosos (dialéctica de ataque y resonancia ruidista que tan bien comprendió Alberto Posadas, que sobre la estela de Aitsi compuso Anklänge an “Aitsi“ (2015); allí, con una intervención del cordal que comprendía el uso de papel, espátulas, cámaras de bicicleta, super ball, diapasones, generador de ondas sinusoidales y hasta un vibrador, con los cuales creaba el vallisoletano un paisaje acústico profundamente rugoso que evocaba las sonoridades arcaico-electrónicas de lo scelsiano. Una pieza, Anklänge an “Aitsi“, que como parte del ciclo Erinnerungsspuren (2014-18) sin duda tendría en Haruna Takebe a una estupenda intérprete, así que aquí le dejamos el reto).
Tras su imponente y repleto de detalles Aitsi, el contrapunto histórico lo puso Haruna Takebe con Melancholy Galliard (1600), pieza para laúd de John Dowland cuyo tema inicial expuso con una cajita de música por ella misma preparada con la partitura de Dowland, para después completar Melancholy Galliard en un piano de juguete, creando una sonoridad entre lo intimista y lo intemporal: momento en el que Javier Martín se acerca más al piano, mudando su gestualidad hacia un baile de mayor soltura y menor rigidez que el que habíamos visto en paralelo a Aitsi, con su tensa crispación y convulsa interioridad. Mágico momento, de intemporalidad suspendida, el que vivimos con Javier Martín y Haruna Takebe en Melancholy Galliard.
Intemporal, también, lo ha sido la interpretación que cerró este corto pero intenso concierto, la de Un Adieu (1987-88), de Giacinto Scelsi, obra postrera que sabe a despedida y, por tanto, a reencuentro con la eternidad de un tiempo a punto de ser trascendido en su dimensión humana. Haruna Takebe ha sido fiel al sombrío lirismo de una obra cuya partitura está repleta de indicaciones que inciden en ese carácter crepuscular, como Misterioso, Evanescente, Come un ricordo, Incolore, Lontano, o sus finales acordes graves en pianissimo, señalados en Morendo bajo un calderón que ha estirado la pianista japonesa haciendo más densas y grávidas esas últimas resonancias que se hunden una octava baja, camino de la desintegración.
Todo un final, por tanto, con sabor a despedida, Haruna Takebe lo ha expuesto con una nobleza y una elegancia que hubiesen agradado al propio Scelsi, pues rehúye cualquier efectismo melodramático de verismo u opereta, para destacar la integridad y la templanza de un hombre que, sabiéndose realizado, va camino de la muerte. Es por ello que la pianista japonesa mantiene un pulso muy firme, al tiempo que delicado, en esa profusión de densos acordes entre piano y pianissimo a una velocidad con sutiles accelerandi y ritardandi que, diseminados por la partitura junto con las indicaciones de expresividad antes señaladas, hacen de esta lectura una declamación poética que me ha recordado a otra interpretación de la propia Takebe, la que en abril de 2021 nos dejó literalmente sobrecogidos en el Paraninfo de la Universidad de Santiago con la Sonata para piano Nº21 en Si bemol mayor D 960 (1828) de Franz Schubert sobre el atril de la japonesa: otra partitura, como Un Adieu, igualmente testamentaria y que abría el piano a nuevos paisajes, con una aceptación del destino que tiene algo de Zen y contemplativo: hermosísima forma de concluir este nuevo diálogo entre música y danza que, esperamos, se siga desarrollando en sucesivas entregas, como lo había hecho Brumario.
Sintagma y corriente se enmarcó dentro de Fugas e Interferencias, VIII International Performance Art Conference, congreso promovido por la Universidad de Vigo así como por un Centro Galego de Arte Contemporánea cuya relación con la música actual sigue siendo discontinua y errática, tras haber defenestrado, a finales del 2018, el ciclo Música y arte. Correspondencias sonoras, una de las propuestas de creación musical desde el arte más potentes de cuantas hayan existido durante este siglo en España.
Dentro de esa saturnal relación de los directores del CGAC con la música, que se suma a la previa liquidación, en 1998, de su Taller Instrumental (otra experiencia inolvidable para quienes la disfrutamos), no sería de extrañar que en el futuro se asomen por el CGAC espantos musicales como los que parece abrazar el nuevo director del Centro de Arte Reina Sofía (tan cercanos, en el fondo, a los que en los festejos por el trigésimo aniversario del CGAC se han padecido últimamente). Tiempos de estragos virtuales, de triste ignorancia y de cooltura, éstos que vivimos. Cuando, hace décadas, los jóvenes nos acercábamos a los conciertos de los museos de arte contemporáneo (como uno mismo, con el propio CGAC), era cada uno de nosotros quien se tenía que esforzar para no descolgarse de aquellas excelencias musicales, realizando un trabajo personal que contribuía a una formación más interiorizada y global. Hoy parece que sean esas mismas instituciones las que se tengan que rebajar para acercarse a la juventud, arrojándose por los despeñaderos de la estulticia, sin que ello garantice resultado alguno (pues, ¿qué relación hay?), más que el ridículo de los propios museos y que los más lúcidos de esos jóvenes los miren con vergüenza y sonrojo. Menos mal que aún nos quedan ciertos reductos para disfrutar de un arte serio, adulto y trascendente, como el que Haruna Takebe y Javier Martín nos han mostrado en Sintagma y corriente.
Paco Yáñez
(Fotos: Paco Yáñez)