SANTIAGO / ‘A sombra de Cristal’: ópera cómica de ayer y de hoy
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 10-XII-2021. María Hinojosa, soprano. César San Martín, barítono. Víctor Mosqueira, actor. Real Filharmonía de Galicia. Director de escena: Quico Cadaval. Director musical: Paul Daniel. Obras de Pergolesi y Buide.
A sombra de Cristal, segunda ópera de Fernando Buide (Santiago, 1980) es un encargo de la Real Filharmonía y de Amigos de la Ópera de Santiago, coproducida con el Centro Dramático Galego y el apoyo de Xacobeo 21-22. Se trataba de realizar una visión contemporánea y ambientada en Galicia de La serva padrona de Pergolesi y que pudiera interpretarse, suficientemente escenificada, con la orquesta al fondo del escenario, a continuación de esta, formando así un programa doble que, como ha demostrado su estreno, pudiera funcionar adecuadamente salvando la distancia de casi tres siglos.
El estupendo libreto, en lengua gallega, de Quico Cadaval para A sombra de Cristal, agudo, perfectamente puesto en sintonía con los tiempos, políticamente irreverente hasta cierto punto —haría reír a alguno suavemente evocado—, sigue con inteligencia la trama de La serva padrona —Uberto se transforma en Trocado, Conselleiro de Armonía e Innovación de la Xunta de Galicia, Serpina es su jefa de prensa y Uberto una especie de guardaespaldas que responde al nombre de Marcial— hasta que se separa de aquella en un desenlace sorprendente y muy teatral en el que cobra protagonismo lo bien que el cansado político conoce la obra del italiano. Pero, con haberlo, no pensemos que se trata del recurso a la música dentro de la música —a pesar del inicio con una cita literal de Pergolesi y hasta otra de Abba, siguiendo una de las curvas del libreto— como armazón de la partitura, pues no es eso.
Buide —que conoce bien la libertad estética desde que se formara con Balada y Kernis— ha construido una pieza enormemente eficaz, que entenderá cualquier oyente, aficionado conspicuo o simple visitante ocasional, y que se hace respetar por su sólida construcción y la buena escritura para voces y orquesta que ya sabemos posee el autor. No se trata de su anterior A amnesia de Clío, que es una ópera magnífica y que pone en foso y escena recursos más ambiciosos, pero no extraña que el autor de aquella sea capaz de moverse en estos terrenos más livianos pero no por eso menos difíciles, empezando por la decisión de asumir lo que le puede caer por dimitir aparentemente de los presuntos valores del progreso e, incluso, me parece, por asumir alguno de los de la mejor tradición del musical. A este crítico, tras la cita inicial de La serva padrona, lo que oía le recordaba al Poulenc más festivo pero luego se iba volcando hacia lo mejor de aquel género, en letra, música y trabazón de ambas cosas. La escena de los gin-tonics es un buen ejemplo de ello. Si el éxito de una creación se mide por la adecuación entre idea y resultado, aquí está.
En la primera parte escuchamos el origen de la propuesta, es decir, la propia La serva padrona de Pergolesi. En ella, Cadaval, como director de escena, abusa un poco de las posibilidades del personaje mudo, un Víctor Mosqueira en todo momento disciplinado y hasta un poco tópicamente cómico, dándole toques chaplinescos que, si animadamente recibidos por la audiencia, no dejan de distraer de lo esencial. En A sombra de Cristal, Cadaval contuvo ese registro convirtiendo al simple en un entregado esbirro administrativo y evitando, sin renunciar a su poquito de demagogia escénica con el disfraz de macarra, ese cierto desequilibrio entre música y asunto.
Paul Daniel demostró creer en la música de Buide con la misma fuerza que cuando, en 2019, estrenó A amnesia de Clío, con idéntica certeza, acentuando muy bien la expresividad necesaria en cada momento, sirviendo al compositor con la conciencia de lo que la aparente ligereza de esta música tiene de impecable factura. La Real Filharmonía —que ya había firmado una estupenda traducción de La serva padrona en la que destacó un continuo flexible y virtuoso— probó que sigue siendo una de las mejores orquestas españolas en lo que para este crítico era, además, un reencuentro con ella después de la pandemia y sus forzosas limitaciones.
Para llevar todo a buen puerto hacían falta, claro está, buenos cantantes y tanto María Hinojosa como César San Martín se ganaron el sobresaliente, lo mismo en lo vocal, donde todo fluyó sin problemas, que, en lo actoral, tan importante, y tan expuesto, en ambas piezas. En Pergolesi, la soprano puso en práctica su experiencia en el repertorio dieciochesco y él supo equilibrar muy bien los elementos bufos con esa cierta lástima que acaba dando su carácter. Y otorgando los dos a los recitativos toda la intención que piden. En la de Buide —más exigente para la soprano— siguieron esa misma tónica mientras demostraban una versatilidad admirable y, de paso, lo buenos cantantes que tenemos entre nosotros —y tan a mano—casi sin darnos cuenta.
No sé a cuántas orquestas o teatros podrá interesar este programa doble, nada difícil de montar y que se diría, como antes, para todos los públicos. A juzgar por la reacción de el del estreno, el éxito sería fácilmente predecible. Y no estamos para dejar pasar trenes.
Luis Suñén