SANTANDER / Tocar el cielo

Santander. Palacio de Festivales. 29-VIII-2020. Festival Internacional de Santander. Javier Perianes, piano. Orquesta Nacional de España. Director: Josep Pons. Obras de Mozart.
De los primeros pasos del Festival de Santander a inicios de los años cincuenta le viene a la Nacional un vínculo histórico con la ciudad que se renueva en cada una de sus apariciones. Ha pasado el tiempo y hoy la orquesta es una joya bien pulida que transita de unas zonas a otras del repertorio con una espléndida capacidad de adaptarse a cada estilo y de encontrar la belleza en cada uno de ellos. Y en Mozart abunda la belleza, especialmente cuando se trata los dos géneros que mejor se le daban, la ópera y el concierto, en los cuales fue capaz de encadenar una obra maestra tras otra con ideas musicales que solo a él se le podían ocurrir.
El Concierto n° 20 en Re menor, como modelo de creación trágica, fue elevado a la categoría de mito por quienes consideraban que eran las obras oscuras de Mozart las que expresaban su verdadera personalidad, y por tanto las únicas capaces de dialogar póstumamente con el legado de Beethoven. Esa idea tan expandida en su momento no ha desaparecido del todo y sigue planeando sobre muchas interpretaciones actuales, pero ni Pons ni Perianes fueron demasiado incisivos con la vena dramática de la pieza. Por encima de las zonas oscuras y del clima sombrío dominante, uno y otro parecían convencidos de que en Mozart las sutilezas marcan el camino hacia lo sublime. Pons mantuvo siempre una gran transparencia, reservando la mayor energía orquestal para el Rondó, y Perianes tocó el cielo en la Romanza, logrando el milagro de frasear con sonidos al borde de lo imperceptible, transmitiendo una sensibilidad que le permitía ser a la vez elevado y profundo.
De todas las sinfonías de Mozart la historia ha mantenido arriba, sobre todo, las tres últimas, las mismas en las que se basó su conocimiento como sinfonista durante largas décadas. La Nacional interpretó la única de las tres en modo menor, la n° 40, que encontró su latido emocional desde el comienzo, sin agresividad y sin contrastes especialmente marcados, pero con ligereza y una prodigiosa limpieza que es norma en la orquesta. Luego Pons retrató admirablemente todas las vertientes de Mozart, las zonas de luz conviviendo con las sombras, y lo hizo a su ritmo, sin dejarse llevar ni siquiera por la violencia del movimiento final, por esos temas ferozmente rítmicos que circulan como una corriente impetuosa y que en sus manos condujeron a un desenlace menos impactante que placentero y lleno de encanto.
Asier Vallejo Ugarte