SANTANDER / ‘Orfeo’ y el lamento de Eurídice
Santander. Palacio de Festivales. 23-VIII-2023. Festival Internacional de Santander. Valerio Contaldo, Mariana Flores, Coline Dutilleul, Anna Reinhold, Alejandro Meerapfel, Salvo Vitale, Alessandro Giangrande. Coro de cámara Namur. Capella Mediterranea. Director: Leonardo García Alarcón. Monteverdi: L’Orfeo.
Con Orfeo la ópera volvía al Festival de Santander en versión concierto dramatizada, como suciediera la pasada edición con Las bodas de Fígaro, aunque esta vez se prescindía por completo de cualquier tipo de atrezzo. En su lugar, la luz asumía un papel primordial en la creación de ambientes (soleados o tenebrosos) y el auditorio entero se convertía en un gran espacio escénico: como avance, desde el patio de butacas hicieron su entrada los vientos en la tocata anunciándose como instrumentos de palacio. Si se partía de la premisa de que los clásicos han de renovarse para sacudirles el polvo, podía asumirse que al no poder jugar con la escena este Orfeo lo haría con la música.
Al hacer Orfeo en el Teatro Real en noviembre de 2022 se elogió la dirección de Leonardo García Alarcón pero también se lamentó que no contara con su orquesta (dispuso de la excelente Freiburger Barockorchester) y con unos cantantes que le fueran de veras afines. En Santander todo lo que tenía entre manos era suyo y la Capella Mediterranea le siguió incondicionalmente hasta el final en todas sus decisiones, algunas de calado muy hondo. Dando por descontado su amplio conocimiento de la música de Monteverdi, así como el trazo detallado que le es propio y que demostró en su grabación de la ópera en el sello Alpha, el argentino se sitúa lejos lejos del refinamiento de Les Arts Florissants (igual con Christie que con Agnew) o del virtuosismo y la luminosidad de Alessandrini, por citar dos ejemplos de entre los numerosos que han podido verse en nuestro país. La suya fue una versión incisiva y potente a la hora de penetrar en el relato de Striggio, de manera que además de marcar el contraste entre los distintos actos que forman la simetría perfecta de la obra (alborozo frente a luto en torno a la justa plegaria central del acto III) introducía matices imprevistos, un denso relleno armónico con gran peso del grave (archilaúd, tiorba, órgano, violonchelo…) y tempi inesperadamente vivos (“Lasciate i monti”, inicio del acto II) junto a otros de sosiego y reposo. Pero nada fue más sorprendente que la inserción, como lamento de Eurídice en el acto IV, de los versos finales de un madrigal (“Voglio di vita uscir”) que no pertenece ni a la ópera ni a su estilo narrativo y expresivo.
Si de la Capella Mediterranea habría que alabar uno a uno a todos sus componentes, es forzoso destacar el alarde de Yves Ytier (primer violín) al danzar y a la vez tocar al son del canto de Orfeo en su “Vi ricorda ò boschi ombrosi”. Sin embargo, la transparencia y la intachable afinación mostradas por el Coro de cámara Namur en los primeros actos dieron paso a la impresión de un grupo no tan conjuntado cuando los hombres hubieron de comparecer como espíritus del infierno; quizás fuera el resultado inevitable de incluir en él a algunos de los solistas. A su vez, estos formaron un elenco sin apenas fisuras. Como Orfeo, Valerio Contaldo mostró sus cualidades vocales unidas a una amplia gama expresiva, movido por la música a calibrar el peso exacto de cada palabra. De canto impoluto en “Possente spirto”, donde Monteverdi plasmó casi todo lo que podía plasmar, desgarrado ante la posibilidad de perder a Eurídice, se unió finalmente a Apolo en un fraseo liberador y expansivo.
Mariana Flores encarnó a La Música con un punto de sobreactuación tanto en el prólogo (algo agobiado de matices) como en su innecesaria aparición en la moresca final de la ópera. Como Eurídice pudo reflejar mejor su dominio del estilo, aunque en efusividad y calidad vocal fue superada tanto por Coline Dutilleul (Mensajera) como por Anna Rinhold (Proserpina y Speranza). Nada se echó en falta en los pastores de Nicholas Scott y Alessandro Giangrande (este también un destacable Apolo), de igual manera que Caronte y Plutón tuvieron toda su presencia de la mano de Salvo Vitale y un Alejandro Meerapfel de voz algo más desgastada. Y con ellos se mantuvo el efecto imponente de un averno que albergó, paradójicamente, los momentos más puros de este Orfeo traspasado por algunas sombras.
Asier Vallejo Ugarte
(fotos: Pedro Puente Hoyos)