SAN SEBASTIÁN / Triunfo apoteósico del Collegium 1704 y Václav Luks
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 23-VIII-2022. Deborah Cachet, Pavla Radostová sopranos. Aneta Petrasová, Jonathan Mayenschein, altos. Tobias Hunger, tenor. Tomáš Šelc, bajo. Collegium 1704. Collegium Vocale 1704. Director: Václav Luks. Obras de Haendel y Zelenka.
Hace unos días Patrick Alfaya, director de la Quincena, decía que el concierto del Collegium 1704 era el que más le apetecía escuchar y que iba a ser la revelación del festival. Probablemente, estas declaraciones algo tenían de estrategia para crear expectación y atraer al público pero seguramente había también en ellas mucha sinceridad porque me consta que este concierto era una apuesta personal suya. En principio, un grupo checo de música barroca con un programa de música sacra de Haendel y Zelenka no parecía el mejor reclamo para llenar el Auditorio del Kursaal. Y sin embargo, la sala casi se llenó y el público terminó entusiasmado tras el concierto. Pero empecemos por el principio.
El número de grupos checos de música barroca que han surgido desde la caída del comunismo es casi inverosímil. Los de mayor repercusión internacional han sido Musica Florea (Marek Stryncl), Ensemble Inégal (Adam Vyktora), Collegium Marianum (Jana Smerádová) y el que nos ocupa, Collegium 1704 (Václav Luks). En sus inicios, todos ellos centraron sus esfuerzos fundamentalmente en la recuperación de los compositores bohemios del siglo XVIII (principalmente Zelenka pero también figuras menos conocidas como Brentner, Reichenauer, Tuma, Rovensky o Jiránek). Actualmente han diversificado sus intereses, abordando autores de otros países, pero ninguno de ellos ha llegado al grado de versatilidad y excelencia artística del Collegium 1704, que se ha convertido en uno los mejores conjuntos a nivel internacional. Sus interpretaciones de Bach, Haendel e incluso Rameau pueden competir con las de los mejores grupos alemanes, franceses, ingleses o belgas. Sin embargo, como decía al principio, es un grupo relativamente desconocido en nuestro país. Para presentarse en San Sebastián eligieron, con acierto, dos obras que les permitían mostrar sus mejores virtudes: el Dixit Dominus de Haendel y la Misa Omnium Sanctorum de Zelenka.
Haendel compuso su Dixit Dominus en Roma 1707. Aunque existen algunas dudas al respecto, se piensa que lo concibió para un oficio de vísperas de la orden carmelita que se celebró en la iglesia de Santa María in Montesanto, en la Piazza del Popolo de Roma. Por entonces Haendel era un joven de 22 años que había abandonado tierras germanas para empaparse de todo lo que pudiera aprender del ambiente musical de los grandes centros musicales de la península italiana (su periplo de cuatro años le llevará a breves estancias en Florencia, Nápoles y Venecia y a una más prolongada en Roma). Pero el ambicioso compositor de Halle no iba sólo a aprender sino que también quería demostrar todo lo que traía ya sabido de tierras alemanas y lo rápido que asimilaba el espíritu de la música italiana. Y esto no se aprecia en ninguna de sus obras de esta etapa como en el Dixit Dominus, pieza con la que es evidente que Haendel quería impresionar y poner Roma a sus pies, desplegando toda serie de recursos, conjugando su enorme saber contrapuntístico con una innegable capacidad para sorprender y emocionar. El sajón de Halle debió de producir un gran efecto porque logró una obra inspiradísima, original, chispeante, irresistible, con pegada en definitiva. Y ese mismo efecto es el que reprodujeron en San Sebastián los músicos del Collegium 1704, con una interpretación fresca, vibrante, arrebatadora y deslumbrante, impregnada del entusiasmo de su director, Václav Luks, que contagió a los músicos y al público.
Desde el pregnante e incisivo coro inicial, hasta el Gloria Patri/Amen final asistimos a una interpretación en la que un deleite sucedía a otro. El coro en esta obra -el primer salmo penitencial de los cinco que forman el oficio de Vísperas-, es el gran protagonista y el Collegium Vocale 1704 brilló a una gran altura, un conjunto con enorme personalidad, fiel reflejo de su director. Frente a otros conjuntos que se empeñan en lograr un color homogéneo, lo que cautiva de este coro es la variedad: cada voz es un solista, con una implicación envidiable, pero a la vez se integra con armonía en un conjunto que como tal resulta admirable. Escuchar hoy por hoy un coro de estas características, tan vivo y expresivo, es un chorro de aire fresco que no se puede dejar de agradecer. La comunión con su director fue casi perfecta a lo largo de toda la obra, respondiendo con enorme ductilidad a las expresivas indicaciones de su director. Las fugas se desplegaron con precisión y naturalidad, con una riqueza de timbres difícil de escuchar hoy en día. Los pasajes más vigorosos que subrayan el sentido del texto como Et non poenitebit eum o el sincopado y martilleante Conquasavit sonaron enérgicos pero más contenidos que en otras interpretaciones, como si Luks quisiera huir de los efectismos fáciles. Cambiando de registro, especialmente emocionante resultó el penúltimo número, De torrente in via, en el que dos sopranos dialogan con las voces masculinas, música bellísima de la que hicieron la mejor interpretación que quizás he escuchado nunca, de un lirismo sobrecogedor. Aunque, como he dicho, el coro se lleva la parte del león, el Dixit Dominus haendeliano también tiene algunos números solistas memorables, en este caso cantadas por miembros del coro pero no crean por ello que desmerecen a los solistas que suelen cantar estas partes. El jovencísimo contratenor alemán Jonathan Mayenschein -retengan este nombre porque está llamado a ser el sucesor de Andreas Scholl-, tuvo la intervención solista más destacada de la noche con una lectura técnicamente impecable del Virgam virtutes tuae; la soprano belga Deborah Cachet tuvo también una actuación más que meritoria en Tecum principium.
La orquesta también estuvo fantástica, liderada por los jóvenes y talentosos violinistas Vadim Makarenko y Simone Pirri, músicos que ya han participado en la actual edición del Ciclo de Música Antigua de la Quincena, y de la que forman parte algunos músicos españoles como el organista Joan Boronat –que mereció un instrumento de más envergadura- o el laudista argentino Juan José Francione. Fueron el soporte perfecto para el coro, con una sección de cuerda que se recreó en esas maravillosas disonancias que sazonan distintos pasajes de la obra y un continuo sólido y entusiasta (incansable la estupenda fagotista). La energía de esta joven orquesta es reflejo de su director, Václav Luks, cuya pasión y entrega son admirables.
La segunda parte del programa estaba compuesta por la Misa Omnium Sanctorum del compositor bohemio Jan Dismas Zelenka. Este autor está vinculado al conjunto checo desde su origen y la interpretación de sus obras ha cimentado en gran parte la fama del grupo. Poco sabemos de los primeros años de su vida. La primera mención de su trabajo como compositor, ligado a distintas iglesias e instituciones de la orden jesuita en la ciudad de Praga, aparece en 1704 y de ahí el nombre del grupo. Luego lo volvemos a encontrar en 1711, cuando entra a formar parte como contrabajista de la orquesta de Dresde, probablemente el mejor conjunto instrumental europeo de la época. Al final de esa década de 1710 viaja a Viena para estudiar con el Kapellmeister de la corte Johann Joseph Fux, maestro del contrapunto. A su regreso a Dresde, Zelenka fue nombrado vice-maestro pero las continuas enfermedades de su superior Johann David Heinichen lo convirtieron de facto en el maestro de capilla de la corte.
Dresde era por entonces uno de los principales centros culturales de Europa. Sus gobernantes, los electores de Sajonia, se habían convertido a finales del siglo XVII también en reyes de Polonia. Para ello Augusto I (o Augusto II como rey de Polonia), apodado el Fuerte, tuvo que convertirse al catolicismo mientras que sus súbditos seguían siendo luteranos. Curioso personaje Augusto I. A su hercúlea fuerza y a su inverosímil capacidad para beber vino o engendrar hijos (testimonios de la época los cuentan por cientos o incluso por miles), Augusto el Fuerte se obsesionó, como otros monarcas de la Edad Moderna, por encontrar el secreto para la fabricación de oro. Con este fin atrajo a su corte a Johann Friedrich Böttger, supuesto alquimista que prometió al monarca la obtención del preciado metal de la nada. Por supuesto, Böttger no lo consiguió pero, literalmente secuestrado por Augusto el Fuerte, en sus trabajos dio con otro secreto: el de la fórmula de la porcelana, que hasta entonces sólo se conocía en China y Japón. Y así Dresde tomó la delantera a otras cortes europeas que estaban en lo mismo. Augusto el Fuerte creó la primera fábrica de porcelana europea, la Manufactura de Porcelana de Meissen, en 1710 y desde entonces su ‘fiebre por la porcelana’ no hizo sino aumentar. Entre lo que importaba de Extremo Oriente y lo que mandaba realizar para su colección personal, amasó miles de piezas del preciado material.
Valga esta digresión para conocer al patrón de Zelenka, que no se portó especialmente bien con él pues a la muerte de Heinichen en 1729, no le otorgó el puesto de kapellmeister que había venido desempeñando de forma interina. En su lugar fue designado Johann Adolph Hasse, joven compositor sajón que se había formado en Nápoles con Porpora y traía los nuevos aires galantes de la ópera italiana. Con el sucesor de Augusto el Fuerte -Augusto II (o III, según se mire)-, la prioridad en la corte fue la producción operística y Hasse (venía acompañado, además, por su mujer, la soprano Faustina Bordoni), era el compositor de moda. Así que nuestro pobre Zelenka quedó a cargo de la música religiosa para la corte, labor más oscura y peor remunerada, hasta el final de sus días.
La Misa Omnium Sanctorum fue la última de las más de veinte misas que compuso Zelenka. Forma parte de un proyecto que concibió en sus últimos años de vida al que llamó Missa ultimarum sexta et forte omnium ultima, un conjunto de seis monumentales misas de las que sólo llegó a componer tres. Las grandes dimensiones de la obra hacen pensar a algunos especialistas, entre ellos el propio Václav Luks, que se trataba de música especulativa, es decir, no era un encargo ni estaba concebida para cumplir una función específica. La fecha de composición, 1741, hace que se aprecien en ella los resabios napolitanos que invadían -no siempre para bien- la música europea; en este caso la influencia del propio Hasse parece bastante evidente.
Es evidente que el grupo de Luks tiene una relación especial con esta música. A lo largo de la ejecución se apreció un amor por el detalle y una intensidad que sólo pueden proceder de la admiración que siente Luks por este autor, como señaló al terminar la interpretación levantando la partitura. El coro volvió a estar impresionante en su titánica labor (para que se hagan una idea el Credo dura unos doce minutos). En los números solistas, brillaron el tenor Tobias Hunger (Christe eleison) y, de nuevo, la soprano Deborah Cachet (Qui tollis). Más apuros pasó la contralto Aneta Petrasová en su comprometida parte, el endiablado Quoniam tu solus, que no hubiera desentonado en cualquier ópera de la época. Mención especial merece Tomáš Šelc, que cantó con mucho gusto y un notable despliegue vocal la exigente parte para de bajo del Agnus dei.
Tras el apoteósico final y la salva de aplausos, los intérpretes arrancaron la repetición del contemplativo Benedictus y acto seguido, sin hacerse de rogar mucho, Luks dio orden de atacar el Cum sanctu Spiritu de la misma misa. Y todos terminamos contagiados por la vitalidad de la música de Zelenka y de estos fabulosos intérpretes.
Imanol Temprano Lecuona
(Foto: Iñigo Ibáñez)