SAN SEBASTIÁN / Quincena Musical: Requiem por un Requiem
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 18-VIII-2024. 85ª Quincena Musical Donostiarra. Iván Fischer (dirección). Anna Lena Elbert (soprano), Olivia Vermeulen (contralto), Martin Mitterrutzner (tenor), Hanno Müller-Brachmann (bajo). Orfeón Donostiarra. Budapest Festival Orchestra. Obras de W.A. Mozart.
Mozart fue el compositor elegido para el segundo programa que la Budapest Festival Orchestra ofreció en el Kursaal Donostiarra el día 18 de agosto: Sinfonía nº 38 “Praga” y el Requiem (porque no hay agosto sin Quincena, ni Quincena sin Requiem, y si no, repasen, repasen). Si el entusiasmo embargaba a quien suscribe tras el primer concierto de esta orquesta en esta edición, digamos que una sensación muy diferente fue la que me dejó esta segunda velada musical. Una especie de cara y cruz emocional. Pero vayamos por partes.
La Sinfonía “Praga” fue estrenada en la misma ciudad el 17 de enero de 1787 y fue así bautizada porque durante tiempo se pensó que había sido compuesta con ese objeto, aunque investigaciones posteriores demuestran que lo más probable es que Mozart pensara presentarla en Londres. Lo que sí está claro es que es una obra maestra más de este genio, que contiene la peculiaridad de estar conformada únicamente por tres movimientos, contrariamente a la costumbre de la época. Otra originalidad es que el primer movimiento se abre con un Adagio, un poco como en sus últimas oberturas y como sólo en otras dos de sus últimas sinfonías, la 36 y la 39. De hecho, nos remite casi inconscientemente a la obertura de Don Giovanni (también el comienzo del Allegro) por algunas de sus características armónicas y dramáticas, además de compartir tonalidad.
La manera de abordar esta obra de Mozart por parte de Fischer no es la que más me gusta o me atrae, porque, sin ser yo una historicista a machamartillo (o histericista, para los amigos), prefiero esas llamadas “terceras vías” en las que, aun tocando con instrumentos actuales, se intenta ser “históricamente informado” en cuanto a articulaciones, tempi y dinámicas, dentro de lo que cabe. Iván Fischer hace una versión algo más romántica, un poco menos contrastada y algo más dulce en intenciones, pero esa elegancia suya, ese buen gusto y ese conocimiento musical producen una interpretación absolutamente coherente y llena de momentos realmente hermosos. Cargado de dramatismo el Adagio y fantásticas las síncopas que jalonan el Allegro y a las que dota de esa pulsación suya, siempre justa y flexible. Precisamente fue la pulsación lo que condujo las frases y muy especialmente en todas aquellas que tienen notas repetidas, de forma que no hay nunca dos iguales. Siempre me admiran sus encadenamientos de las frases en que la última nota de una es la primera de la siguiente, porque consigue hacerlo con una naturalidad total y como explicándonos lo que sucede en la narración. Los contrastes que exige Mozart fueron suficientes y nunca bruscos y sus dinámicas, claras y amplias. Magníficas las maderas en esas frases -qué bonitos los contracantos de los fagotes- largas y expresivas.
El Andante fue delicado y un tanto cortesano, muy en el espíritu dieciochesco. Destacaron las cuerdas graves y los fagotes en ese papel que pasa de ser base del edificio a protagonista. De nuevo, gran labor de los solistas de las maderas: especialmente bello ese momento en que las cuerdas dibujan apoyaturas y ellos cantan una melodía que incide en las armonías, provocándose unas disonancias de cuyo arte sólo Mozart poseía el secreto. El Presto no llegó a tanto pero sí fue muy ligero en el tempo y en el carácter, aunque con frases muy amplias y bien declamadas. Muy bien el contraste entre esas frases llenas de aristas interválicas y esas mucho más líricas y cuajadas de semitonos y grados conjuntos.
Había muchas expectativas puestas en el Requiem de Mozart que interpretaba la Budapest junto al Orfeón Donostiarra en la segunda parte. Y la cosa se quedó en eso, en expectativa, porque siento de corazón decir que aquello fue un despropósito. Vamos a ver: ¿a quién se le ocurrió poner más de 110 efectivos para esta obra? A partir de ahí, todo lo demás hace bola de nieve cayendo por la pendiente. Semejante barbaridad empuja a dos cosas por parte del director: la primera, tener que bajar los tempi para que el peso de tanta gente suene claro en los fragmentos que exigen una articulación rápida y clara y también para controlar posible desajustes en los fugati; en segundo lugar, pedir contención todo el tiempo y claro, el sonido del Orfeón hace mucho que no es el que era, así que el resultado es un coro sin cuerpo ni color propio. Y como parece que rige la omertà autocomplaciente en este asunto del Orfeón, cosa que me niego a acatar porque hay que decir también lo que no funciona, a ver si las cosas mejoran, pues allá voy.
Aquí se habla mucho de “identidad” pero resulta que el color de los coros vascos se va diluyendo a medida que se ha integrado esa moda venida del Báltico consistente en buscar un sonido tan blanco que parece lavado con Perlán (sobre todo en las mujeres, claro). Esto tiene dos ventajas: es más fácil empastar y cuesta menos afinar, porque no hay que controlar ningún vibrato medianamente potente. Vale. Pero es que eso les funcionará muy bien en el lejano norte por el tipo de música tradicional, por su fonación, su tipo de proyección vocal o por lo que sea, pero por estos lares esto ha dado lugar al coro descafeinado. Y además, en el caso del Requiem que escuchamos en el Kursaal, ni siquiera estaba empastado y mucho menos, afinado. Vamos, que hemos hecho un pan como unas tortas. ¿Y por qué sucedió esto? Pues probablemente por falta de trabajo: aunque el Orfeón ha cantado esta obra en muchas ocasiones, seguramente no tenían que interpretar una Misa solemnis en unos días, como es el caso. Y ustedes me dirán: “bueno, es que es un coro amateur”. Claro, pues razón de más para no meterse a cantar dos monumentos semejantes a tan poca distancia. O sea, problema también de planificación: quien mucho abarca, poco aprieta.
Total, que aquí me ven a Iván Fischer componiéndose con aquello, es decir, llegando a unos compromisos que eran eso: compromisos en los que la orquesta no estaba cómoda, porque tiraban como podían del monstruo de ciento y pico cabezas, ni probablemente los miembros del Orfeón, porque tampoco hay apoyo ni fiato suficiente para mantener unos tempi lentos. En cuanto a la ductilidad propia de la orquesta, quedó anegada por esa especie de inercia del coro, que parecía cantar sin tensión ninguna. Hubo bastantes cadencias de dudosa afinación y algunos momentos nada dudosos, por desgracia, especialmente en la cuerda de sopranos: la subida cromática al La agudo en el Lachrimosa fue un verdadero naufragio porque se quedaron a medio tono, provocando una curiosa politonalidad que, por avanzado que fuera Mozart, nunca hubiera podido imaginar. La cosa salió mejor en el Lux aeternam, donde viéndoselas venir, apretaron e hicieron el tono final entre el Sol y el La más grande para no quedarse bajas. En general, las sopranos no estuvieron a la altura. Me parece increíble que con ese número de efectivos el sonido fuera flaco en los piani (falta de apoyo evidente) y casi chillado en los forte, con un sonido casi siempre estrangulado en torno a las notas de paso. Los hombres en general estuvieron a otro nivel bastante más solvente y las altos, discretas. Teniendo en cuenta que hay más gente que nunca con conocimientos musicales y preparación, aquí falla algo.
“Pero los solistas serían buenos”, me dirán ustedes. Pues miren, tampoco. La prestación de la soprano rozaba lo inadmisible. Estuvo calante todo el tiempo y su voz ni siquiera tenía un timbre agradable, sin contar con un vibrato excesivo. La mezzo, ni chicha ni limoná. Se salvaban el tenor y el bajo, que tienen dos papeles bastante ingratos y que con semejantes partenaires hicieron lo que pudieron.
Dada la evidente distancia entre el concierto del día 17, que fue algo estratosférico, y el del 18 con la misma orquesta y el mismo director, creo que habría que darle una vuelta a la idoneidad de ciertas programaciones. Y en cuanto al Orfeón, también habría que reflexionar sobre una serie de cuestiones que no cuadran. Esperemos que la Misa solemnis se haya llevado el grueso del trabajo y salga muy bien. Ojalá.
Ana García Urcola