SAN SEBASTIÁN / Omer Meir Wellber o el gozo de hacer música
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 29-VIII-2023. Quincena Musical Donostiarra. Die Deutsche Kammerphilarmonie Bremen. Hillary Hahn, violín. Omer Meir Wellber, director.
Cuando se publique esta reseña, la Quincena Musical estará a punto de cerrar el telón hasta agosto de 2024. Todo un mes de viajes musicales a través de los cuales hemos tenido la suerte de escuchar mucha música a muy buen nivel general y en algunos casos, a una altura extraordinaria. No podremos asistir al último concierto, lo cual nos causa un hondo pesar, porque dados los mimbres ‒mismo director y misma orquesta que en esta crítica‒, se adivina un verdadero broche de oro.
El penúltimo concierto en el Kursaal corrió a cargo de la Deutsche Kammerphilarmonie Bremen bajo la batuta del director israelí Omer Meir Wellber, músico poliédrico donde los haya, como deja traslucir su amplia trayectoria que abarca todos los géneros. Esta orquesta venía precedida por su fama y por sus acertadas elecciones para el podio (lleva muchos años con Paavo Järvi y acaban de escoger al jovencísimo Tarmo Peltokoski, pero la nómina de nombres es impresionante) y por tanto había no poca expectación tanto por la agrupación como por la solista que interpretaría la segunda obra, la fantástica Hillary Hahn. Pero comencemos por el principio. La velada se abrió con la obertura del Don Giovanni de Mozart.
Un tempo relativamente rápido fue el marcado por Omer Meir Wellber para el Andante inicial, una de las páginas más inspiradas y más minimalistas en cuanto al material armónico de la historia de la música, porque les aseguro que no se puede hacer más con menos ni tampoco se puede ser dramáticamente más eficaz. A estas alturas no voy a descubrirles a Mozart, claro. Enseguida quedó claro el gusto de Wellber por la teatralidad, por los contrastes, por marcar bien las dinámicas. El Allegro molto fue realmente vivaz, pero la relativa agilidad del Andante no permitió que hubiera bastante cambio: en general, los directores historicistas tienden a hacer el Andante “a la barroca”, bastante ligero, de manera que el contraste con el Allegro molto no es tal. Es un asunto quizá de gusto personal y que no es fácil de resolver, pero muy a menudo me falta eso, el componente teatral que conlleva ese choque entre la presentación de ese “leitmotiv” fatal (y perdonen la anacronía) y la alegría irrefrenable. Eso sí, desde este comienzo tuvimos fogonazos de auténtica genialidad, por ejemplo en la manera de conducir las escalas ascendentes y descendentes frente a las notas tenidas. La segunda parte de la obertura estuvo magníficamente tocada por la orquesta, con una claridad y precisión absolutas y sólo echaría en cara a Wellber cierta precipitación a la hora de conectar las frases, algo así como si se pisara a sí mismo.
Apareció la muy esperada Hillary Hahn para el Concierto nº 5 “Turco” de Mozart. Precisamente lo grabó hace nueve años con esta misma orquesta y su titular, en una versión, digamos más consensuada que la que escuchamos en el Kursaal. Evidentemente, todo estuvo en su sitio y no hubo desajustes entre orquesta y solista, pero sí quedó claro que la idea estilística de Wellber bebe de fuentes más históricamente informadas ‒como hay que decir ahora‒ que la de Hillary Hahn, Ella tiene un sonido precioso y muy pocos fueron los momentos de ligera imprecisión en la afinación (la mala suerte quiso que el más audible tuviera lugar en la presentación del tema principal del primer movimiento). Su concepto del concierto está, forzosamente, muy asentado y parte de una idea de un color del sonido muy puro, claro y redondo. Por supuesto, su fraseo es irreprochable, cuida las articulaciones, los matices… pero no hasta el punto al que da la impresión de querer llegar Wellber. Quizá por ese estar obligada a forzar su naturaleza y por querer adaptarse, hubo algún final de frase un tanto brusco y algún golpe de arco más corto de lo que era la tónica general. Quizá los mejores momentos estuvieron en el tercer movimiento, en la parte “turca”, donde sí hubo más conexión de carácter y cierto relajo. Quede claro que son una grandísima violinista y una orquesta de primer nivel, pero precisamente por eso, el listón de la exigencia no puede sino estar muy arriba.
La segunda parte del programa sí que fue de las que pasan a los anales. Omer Meir Wellber explicó previamente que la primera obra prevista, de la compositora Aziza Sadikova y que también contaba con Hillary Hahn como solista, había tenido que ser cambiada debido a que la violinista había padecido covid y no habían podido ensayarla. Fue una pena no seguir disfrutando de semejante intérprete, pero por otra parte, escuchar la Sinfonía nº 1 de Mozart en esa versión deslumbrante fue un auténtico lujo asiático. Y maravillosa la idea de programar esta “obrita” de ese genio siendo un niño de ocho años. En cuanto a Wellber, se trata de un director muy poco ortodoxo en cuanto a la técnica de dirección: físicamente presente en cada inflexión de la música, con una gestualidad muy variada y una movilidad constante de todo el cuerpo. Pero el resultado está ahí y eso es lo que cuenta, porque la realidad es que resulta claro y los músicos responden. Preciosos los crescendi de las notas repetidas del primer movimiento; muy expresivo y en ocasiones hasta divertido ese gusto tan acusado por las disonancias que se crean con las notas pedales o con las de paso; fantástica la manera de otorgar importancia a pequeños detalles siempre que al destacarlos, el conjunto adquiera mayor relevancia; casi inverosímiles los pianissimi del segundo movimiento, al límite de lo ejecutable; y unas articulaciones perfectas de todo el conjunto orquestal en ese final tan jocoso. Impresionante cómo Wellber y su orquesta extrajeron todo el jugo y toda la esencia con una gracia y una entrega totales.
Tras una salva de aplausos, se escuchó la 2ª Sinfonía de Schubert, también muy poco programada de manera completamente incomprensible, porque se trata de una obra realmente bellísima. Compuesta cuando Schubert tenía dieciocho años, no se estrenó hasta pasado medio siglo de su muerte. Si ya había quedado patente que todas las secciones de la orquesta son magníficas, en esta partitura tuvieron mayor ocasión de lucimiento los solistas. A lo largo de la sinfonía pudimos disfrutar de todas las características desgranadas anteriormente pero con mayor intensidad, como es lógico. Magníficos los juegos de notas tenidas con la sección de viento para llevar al paroxismo el gusto de Wellber por las disonancias y el choque de diferentes planos. Su dirección extremadamente enérgica y vital destacó tanto la influencia de Weber y de Beethoven como el anuncio de Mendelssohn. Delicioso fue ese Andante con variaciones, en el que Schubert trata a la orquesta como a un grupo de cámara ampliada y que estuvo lleno de delicadeza, gracia, respiraciones y verdaderas reverencias. En este movimiento pudimos disfrutar de la calidad de todos y cada uno de los solistas de este magnífico conjunto. Fantásticos los chelos en la II variación, en que llevan la voz cantante y estupenda la decisión de hacer intervenir únicamente a los solistas de ambos atriles de violín en la III variación. Si Wellber frasea bien los temas, hay que decir que pocos hay que consigan hacer tanto con los contrasujetos y los acompañamientos. Muy bien el contraste con ese Scherzo de índole beethoveniana en el tema del Minueto, con gran lucimiento de la sección de maderas en el Trío. El Presto final fue una auténtica y trepidante apoteosis de exactitud instrumental, expresividad, humor y colores que incluso nos hizo recordar a Rossini en esas sorpresas que llegaban con los calderones, con respiraciones repentinas o incluso con ciertos leves cambios de tempo aprovechando los grados rebajados de la tonalidad. Un auténtico derroche de imaginación, implicación, precisión y ganas de disfrutar.
Para la propina, volvió a salir Hillary Hahn en un alarde de elegancia y generosidad para interpretar el Ave María de Piazzolla, en el que Omer Meir Wellber dirigió mientras tocaba el acordeón, porque este muchacho vale para todo, oigan (dirigirá la Nelson de Haydn desde el pianoforte). Como ven Ustedes, tuvimos contrastes incluso con la elección del bis, que fue aplaudido con un entusiasmo desbordado por todo lo que había precedido.
Gran orquesta, gran director y gran noche para la última (¡ay!) reseña de esta Quincena musical.
Ana García Urcola