SAN SEBASTIÁN / Mikko Franck y la Filarmónica de Radio France: corrección y buen hacer
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 30-VIII-2024. Orchestre Philarmonique de Radio France. Mikko Franck (dirección), Sol Gabetta (Violonchelo). Obras de Debussy, Lalo, Ravel y Stravinsky.
La 85ª edición de la Quincena Musical Donostiarra llegó a su fin este pasado 30 de agosto tras todo un mes bien repleto de actividad y con un resultado muy exitoso en lo que a asistencia de público y recaudación se refiere, según anunció su director, Patrick Alfaya. En el aspecto musical, el balance también ha sido positivo porque en todos los ciclos ha habido muchas más luces que sombras e incluso, algunos momentos de los que atesoraremos en nuestra memoria.
El concierto de cierre estuvo a cargo de la Orquesta Filarmónica de Radio Francia y su titular, el finlandés Mikko Franck. Un programa casi íntegramente francés, con la única excepción del Pájaro de Fuego de Stravinski, que, por contexto histórico, ha quedado casi asimilado al mundo musical galo.
Es casi inevitable hacer referencia a un aspecto muy curioso en la dirección de Mikko Franck, y es que la mayor parte del tiempo lo hace sentado en una silla de ensayo. Hay muchas elucubraciones al respecto, desde una posible causa médica (que no se refleja en ninguno de sus ademanes al caminar o moverse) hasta una búsqueda de “democratización” de su figura en el conjunto, pero no parece que ninguno de estos extremos haya sido corroborado públicamente por el protagonista. Si bien esto no entorpece la mayor parte de las veces su gestualidad, sí que en ocasiones le limita un tanto, teniendo en cuenta que la famosa silla, ni siquiera es giratoria: para dirigirse hacia los violines primeros se apoya en la silla con la mano derecha, por ejemplo. También es cierto que, cuando lo considera, se levanta e incluso camina casi hasta integrarse en los primeros atriles. Quede esto como una curiosidad, porque lo de ser más o menos expresivo, de eso lo hay también sin la famosa silla.
Comenzó el concierto con el Prélude à l´après-midi d´un faune de Debussy, obra estrenada en 1894 y que sería objeto de una coreografía revolucionaria por parte de los Ballets rusos de Diaghilev en 1912. La Filarmónica de Radio Francia es un conjunto sólido y muy profesional con unos instrumentistas de calidad que, bajo la dirección de Franck, ofrecieron una lectura digamos clásica de la obra, sin originalidades especiales pero con una ejecución clara y bien estructurada. Estuvo muy bien la flauta solista y sus compañeros de las maderas, trompas y arpa asentaron estupendamente el ambiente debussysta. Esa necesaria flexibilidad en el tempo estuvo muy bien ejecutada, con respiraciones suficientes y sin exageración en las transiciones. Las cuerdas lograron ese color que ha de oscilar entre la solidez y la transparencia en función de su desempeño. Toda la interpretación transmitió una gran sensación de equilibrio y serenidad, con bellas intervenciones de los solistas y culminó en un precioso final suspendido en el tiempo.
El Concierto para violonchelo y orquesta de Édouard Lalo, que fue la siguiente obra del programa, es sin duda una obra de gran brillantez y que tiene el mérito de ser uno de los primeros compuestos en el XIX para este instrumento tras el de Schumann, concretamente en 1877. Siempre se me escapará por qué este maravilloso instrumento no ha gozado de mayor atención por parte de los compositores para este género. La solista fue la chelista argentina Sol Gabetta, que desde las primeras notas imprimió un carácter muy personal a la obra. Dramática y contundente esa introducción, en la que ni por un momento descuidó la calidad del sonido. Destacó a lo largo de toda la obra su facilidad para pasar de un carácter a otro, como un buen actor que se mete sinceramente en cada personaje. Impecable de afinación, a pesar de no tener ningún miedo en tomar riesgos con esos cambios de posición nada cómodos. Personalmente me gustó mucho su manera de utilizar los portamenti: nada de pasar por encima, bien cantados pero sin tomarse tiempo de más para efectuarlos.
A pesar de su papel solista, Gabetta no duda en integrarse plenamente con la orquesta y seguir en gestos y visualmente a sus compañeros, por supuesto al director y muy especialmente a su colega solista de violonchelos, lo que refuerza el sentido de obra de cámara ampliada. Enormemente elegante en el fraseo y generosa en la utilización del arco para potenciar un sonido que ella misma sabe no muy grande, pero que maneja perfectamente. La adaptación al ambiente requerido por el compositor es una de sus marcas, por ejemplo, no dudó en variar la velocidad y amplitud del vibrato e incluso servirse de un gesto de arco ligeramente oscilante para obtener un timbre más frágil en la vuelta del tema del Andante en el primer movimiento.
Las cuerdas hicieron un magnífico comienzo del Intermezzo, lleno de delicadeza y bellos matices en un fraseo en el que Gabetta pareció colarse casi como si saliera de entre sus compañeros. Impecable su exposición del tema, en el que destacaría la afinación de esa tercera disminuida melódica, que, muy inteligentemente hizo más corta para incrementar el dramatismo. El segundo tema fue casi una fiesta en sus manos. Primero ese anuncio muy lento y ensoñador y después se arrancó con un carácter de danza en el que exageró todo lo que el estilo lo permite las notas cortas, los silencios y todas las articulaciones en general, con una gracia, una intensidad y un pulso fabulosos. El Andante introductorio estuvo fantástico con esa nota pedal de violonchelos y contrabajos, mientras el chelo solista cantaba esa frase de resonancias populares, con un vibrato muy medido, para obtener ese sonido un poco más ácido de las cuerdas más primitivas.
El Allegro vivace, una espagnolade casi en toda regla, estuvo francamente magnífico, fue un alarde técnico absoluto acompañado siempre de un carácter entre lírico, ligero y extraordinariamente simpático, siempre presidida cada frase de un buen gusto ejemplar. La orquesta y su director fueron unos excelentes acompañantes, con el protagonismo justo donde era necesario y dejando a su solista que prácticamente los llevara con la punta del arco. Tras una justa y calurosa ovación, la chelista ofreció un fandango cuyo autor no hemos sido capaces de localizar.
La segunda parte comenzó con Shéhérazade, ouverture de féérie de Ravel. Se trata de una obra compuesta en 1899, cuando el compositor era aún alumno del Conservatorio Superior de París, aunque contaba ya con 24 años. Es la primera partitura en la que se enfrenta a una gran orquesta y en la que ya se anuncia el inmenso orquestador que llegará a ser. Sin embargo, a pesar de su encanto melódico y tímbrico, está claro que no está entre lo más granado de su producción, como es lógico. Como curiosidad decir que en el concierto del estreno también se tocó la orquestación de Cataluña de Albéniz, además de obras de Chausson o Franck, y que una de las críticas más severas fue escrita por Pierre Lalo, hijo de Édouard, que sería siempre contrario a la estética de Ravel. En cuanto a la interpretación, el papel protagonista de las maderas en esos dos temas orientalizantes fue bien destacado y mostraron una buena entente en todo ese trenzado constante. Las trompetas hicieron un buen papel en esas intervenciones puntuales pero esenciales y las cuerdas graves estuvieron muy bien. En general la orquesta respondió a lo que se le pidió, que podía haber sido un poco más. Todo ese conglomerado de pequeños temas podían haber sido coloreados con distintos caracteres para sacarles más partido, pero la dirección resultó un poco plana.
La última obra del programa fue El Pájaro de fuego, primera de las colaboraciones de Stravinsky con los Ballets rusos de Diaghilev y que fue estrenado en el Teatro de la Ópera de París el 25 de junio de 1910, aunque en esta ocasión escuchamos la Suite que el propio compositor extrajo en 1919. Un poco como sucedió con el Ravel que precedió, la tónica general fue la corrección y el buen hacer, pero quizá faltó un poco de imaginación y de mayor intensidad en los contrastes. Los contrabajos estuvieron magníficos en ese color del ambiente introductorio, a los que se fueron sumando el resto de las cuerdas, y las intervenciones tan cortantes, breves y fragmentarias de los vientos fueron de gran exactitud, hasta el planteamiento del primer tema, bien dibujado pero un tanto carente de tensión. En cuanto a la Variación del Pájaro de Fuego, estuvo bien ejecutada, pero falta de fuego precisamente, un poco ausente de esa volatilidad imprevisible, a pesar de la solvencia de los instrumentistas. En la Ronda de las Princesas estuvieron muy bien los solistas de viento y la sección cantabile encomendada a las cuerdas. Quizá fue uno de los momentos más expresivos de la obra, con momentos muy bien logrados, como esa parte final, en que las cuerdas se encargan de un fondo sonoro transparente mientras los vientos se van cediendo el protagonismo.
También resultó convincente el contraste con la Danza infernal del Rey Karschei, donde los metales se emplearon a fondo y Mikko Franck por fin pareció sacar todo su brío a relucir, especialmente en ese final que se precipita para frenarse en seco en la transición hacia la Nana. El fagot solista estuvo francamente bien, así como el oboe en su respuesta. En esta última parte de la obra, la orquesta y el director parecían más caldeados y consiguieron crear un ambiente sonoro realmente interesante, con ese pianissimo final en las cuerdas que descienden lentamente hasta encontrarse con el solo de trompa -impecable el solista- que canta el último gran tema, que van retomando flauta y cuerdas en un crescendo que nos conduce al culmen de la obra que, por fin, fue realmente fogoso, con una pulsación rítmica estupenda y unos efectos dinámicos de verdad efectistas y efectivos.
Ante los cálidos y fervientes aplausos, Mikko Franck ofreció un homenaje a su país natal, como suele hacer, y la orquesta interpretó un Nocturno de Sibelius amable y lleno de placidez, que supuso una nueva ocasión de lucimiento para la flauta solista.
Y la Quincena de 2024 se escapó junto con el vuelo de este pájaro stravinskiano. Por mi parte, sólo me resta agradecer a todo el equipo su disponibilidad, amabilidad, buena disposición, paciencia y sobre todo, su inagotable humor para afrontar cualquier situación y aguantarnos a todos los que por allí nos dejamos caer.
Ana García Urcola