SAN SEBASTIÁN / Magistral y cautivadora ‘Iberia’ de Luis Fernando Pérez
San Sebastián. Museo de San Telmo. 4-VIII-2024. 85ª Quincena Musical Donostiarra. Ciclo de Música de Cámara. Luis Fernando Pérez, piano. Isaac Albéniz: Iberia.
“Cuando escucho la Iberia, me siento libre”. Esto fue lo que me contestó un gran amigo y gran músico (él me permitirá que lo ponga en ese orden) cuando le dije que me encaminaba a escuchar ese monumento del piano en manos de Luis Fernando Pérez. Sonreí y no pude sino corroborar su afirmación. Es verdad: cuando uno escucha la Iberia, se siente invadido por un sentimiento de exaltación y de libertad. La frase de mi amigo es preciosa y justa, pero a ver cómo explico yo ahora esto, teniendo en cuenta que he decidido comenzar la reseña así. Creo que la versión que tuvimos el placer de escuchar el pasado día 5 de agosto en el Museo de San Telmo me puede ayudar a desentrañar este misterio de la Iberia.
Albéniz tuvo el acierto de trascender y sublimar de forma inigualable una serie de cantos y ritmos populares que resuenan en nosotros. Y digo acierto porque con esta forma suya de hacer, consigue dos cosas. La primera, que con la apelación a lo popular y el folclore resuene en nosotros algo muy profundo que toca a las vísceras y al inconsciente colectivo. La segunda, que al sublimar y esencializar lo popular, cada uno puede encontrar “su” forma propia e individual de sentir.
No voy a entrar a glosar las enormes y crecientes dificultades técnicas que encierran las piezas que conforman la Suite porque son suficientemente conocidas tanto por melómanos como por cualquiera que haya echado un vistazo a la partitura, no digamos por quienes hemos entrado a fondo en ella. Pero teniendo en cuenta lo titánico del esfuerzo que supone enfrentarse a la integral, sólo se puede hacer desde dos presupuestos (obviaré el de ser un insensato, que no se trata de insultar a tanto estupendo pianista). El primero de ellos es que el disfrute que supone tocar esta música –un disfrute casi físico y sensual, me permito decir– sea mucho mayor que la tensión provocada por la dificultad. El segundo, el haber integrado el discurso de Albéniz, sus cantos populares, sus coplas y cante jondo tan profundamente que uno sea capaz de interpretarlos desde las tripas con toda naturalidad, sin imitaciones, sin forzar la expresividad, sin caricatura pero sin sosería. Y todo esto lleva aún mucho más tiempo que el desafío técnico, se lo aseguro, porque para conseguirlo hay que aunar la fidelidad al texto con tomarse la libertad que Albéniz otorga. Y Luis Fernando Pérez demostró hasta qué punto disfruta y de qué manera tiene integrada esta música.
Desde los primeros compases de Evocación quedó claro que Pérez degusta y paladea cada frase, que considera que las respiraciones merecen su tiempo y que quiere que paladeemos cada resonancia de las armonías con él. Para ello, combina todo tipo de pedalizaciones: desde una sabia utilización de los pedales largos para que se mezclen las armonías con un único y pausado cambio de pedal sólo tras haber pulsado acorde resolutivo, hasta la sequedad completa, cualquier recurso es válido, siempre que esté al servicio de la partitura. Y de la partitura nace también esa inabarcable gama de dinámicas que consigue este pianista, con una asunción de riesgos como hemos visto pocas veces. Se podría pensar que es casi un desafío consigo mismo, una especie de apuesta lúdica: “a ver si lo puedo hacer más piano todavía”, pero siempre desde el gozo por obtener un resultado sonoro concreto.
Da la impresión de que Luis Fernando Pérez tiene tan interiorizada la obra, que combina todo el tiempo una idea clara de cómo dibujar cada frase esculpida durante años, con la necesidad que le surge en el momento de la interpretación, en función del piano, de la acústica del lugar, de las gaviotas que graznan (y esto es una pintura completamente realista del contexto). Se permite dejarse llevar por todo eso asumiendo constantes riesgos –técnicos y acústicos– y siempre gana, porque su honestidad y su forma de invitarnos a disfrutar con él nos arrastran irremediablemente. La premisa de no hacer dos veces la misma célula o frase de la misma manera nos permite oír notas que no se nos habría ocurrido destacar, encontrar iluminaciones diferentes o sonreír con una pequeña articulación inesperada: todo eso está en el texto, pero hay que tener mucho conocimiento y mucha personalidad para poder hacerlo.
En Evocación consiguió esa sensación tan difícil que es dar la impresión de que la música lleva un rato sonando y uno se acopla y continúa con ella, como esos recuerdos que se hilan y no se sabe muy bien cuándo acaba el uno y empieza el otro. Fue el anuncio de su elegantísimo fraseo, control dinámico, variada pedalización y redondo sonido. El Puerto nos transmitió esa alegría desbordante mediante una ejecución impecable de todos esos acentos y articulaciones tan ricas y variadas. Una vez más, fantástico su juego de pedales, siempre atento a contrastes y matices. Personalmente, me fascinó el tempo con el que comenzó ese Corpus Christi (o Fête-Dieu à Seville), como una auténtica procesión y con unos picados un poco menos exagerados de lo habitual, como evocando el peso del monumento sobre los cofrades, cosa que no hizo sino contrastar más con las secciones más brillantes. Pasmosa fue su fidelidad absoluta a las exageradas dinámicas del texto y precioso ese final interminable, jugando de nuevo con las resonancias de esas “campanas”.
La Rondeña fue plasmada con mucho ritmo pero sin perder nunca esa coquetería que permite cierta flexibilidad. La sección del “cante” fue declamada con la nonchalance más adecuada, que es un término muy querido por Albéniz y que implica algo así como hacer las cosas de forma un tanto distraída, como si la cosa no fuera con nosotros pero sabiendo que nos estamos quedando con los oyentes. Una vez más, Luis Fernando Pérez demostró su capacidad infinita para decir lo mismo con vocablos diferentes. Esa Almería que oscila entre la melancolía y el entusiasmo fue declamada en un tempo realmente perfecto para degustar cada detalle. No quiero olvidarme de ese momento absolutamente genial que fue alargar lo máximo la nota larga tras los acordes arpegiados para repartir de nuevo con el tema. Deliciosa la copla central y la transición hacia la sección más elaborada técnicamente, donde se retoma el tema en acordes con sucesivas modulaciones en acordes e insertos rítmicos. Nos sorprendió destacando diferentes voces en el interior de los acordes en toda la sección final para atraer nuestra atención a distintos focos y con unos pedales absolutamente magistrales. Triana nos deparaba aún más sorpresas, como la variedad de pedales para imitar pequeños ecos desde el comienzo. Las respiraciones entre frase y frase fueron siempre acertadas, justas: largas cuando se debía y más breves cuando la música y el cuerpo lo piden. Fantástica la representación de cada carácter, especialmente esa cosa entre coqueta y pelín chula de la temible sección central, que bordó.
El aroma del Albaicín nos fue estupendamente acercado con un fraseo admirable de ese ritmo punteado, evocador de guitarras y baile. El gusto de Pérez (y de Albéniz) por el contraste llegó en la siguiente sección, con ese cante jondo bien ligado, las resonancias de pedal y los efectos de eco y con esa sección central maravillosamente cantada en mitad de toda la catarata de semicorcheas. Y muy original y acertada esa búsqueda de esas líneas interiores que no se cantan nunca en toda la última sección. El Polo (que nada tiene que ver con el deporte, como especificó Albéniz, supongo que a sus amigos ingleses) fue una lección de carácter a través de la articulación. Ese conjunto de acordes arrebuñados en la zona central del teclado con un tema que hay que extraer como si fuera oro de la mina, ha de ser decantado con una aplicación extrema a los acentos, picados y ligados y Pérez no sólo dibujó claramente cada línea de canto, sino que dio a la obra todo su carácter entre orgulloso, desesperado y melancólico. En la parte final se decantó por convertir prácticamente el polo en un vals y ¿por qué no? Deliciosa la parte final en pianissimo y con más pedal de lo habitual. Un derroche de saber hacer, que continuó con un magistral Lavapiés. La obra madrileña, pura maraña de notas, fue interpretada con una gracia enorme. Una vez más, la elección del tempo fue perfecta para la evocación de esos organillos que ya no existen (y menos aún en el propio Lavapiés). Esa especie de chotis que conforma la segunda sección tuvo ese aire castizo que requiere y su punto justo de lirismo cuando se transforma antes de retomar el tema primero. Muy acertada la idea de ir dando cada vez más importancia a las notas pedales a medida que avanzaba la obra, sobre todo al final cuando el bajo baila de la nota dominante a la fundamental. Realmente, magistral.
Y Luis Fernando Pérez se adentró en el corazón de Málaga de forma francamente evocadora con esa subida en la que se van añadiendo voces a los acordes y las dinámicas van creciendo hasta suspenderse en un silencio antes de atacar el tema principal. No se puede hacer mejor esa introducción de cuatro pentagramas. Una vez más, destacó su forma de frasear los temas en mitad del fragor, de contrastar caracteres y de entusiasmarnos hasta ese punto culminante de la obra. El carácter más impresionista de Jerez fue especialmente puesto de relieve por Pérez, que se decantó por poner mucho pedal en todo el comienzo para jugar con planos sonoros que evocaban mayor o menor lejanía. Un acierto más del pianista, que jugó constantemente en toda la obra con esta idea de los diferentes planos, como si contempláramos una escena en la que hay varios personajes en corrillos diferentes. Fantástico el pedal en toda la sección final. Y el cierre de Eritaña nos trajo todo la exaltación de la pieza, con sus mil dinámicas perfectamente realizadas y esa tensión que se va acumulando a lo largo de la pieza, maravillosamente gestionada.
Mi sensación al terminar el concierto fue que había asistido a un gran momento de música en el que la comunión con el intérprete había sido especialmente intensa, porque supo cautivarnos con su sabiduría, su conocimiento, su versión tan personal en la ejecución de lo que Albéniz pide y tomándose la libertad que este genio nos propone, que es mucha y porque, perdonen la expresión, nos llevó al huerto haciéndonos sentir que su Iberia era la de cada uno de nosotros. Cuando escucho la Iberia de Luis Fernando Pérez, me siento libre.
Ana García Urcola