SAN SEBASTIÁN / Límites y abismos: ‘Dance of the sun’
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 27-X-2019. Geneva Camerata. Director: David Grielsammer. Coreografia, iluminación y coreografía: Juan Kruz Díaz de Garaio. Obras de Lully y Mozart.
Raras son las ocasiones de presenciar un espectáculo de la calidad estética y la hondura filosófica del que ofreció la Geneva Camerata junto al bailarín y coreógrafo guipuzcoano Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola el domingo 27 de octubre en el Kursaal donostiarra. Es esta agrupación un conjunto joven en lo que a la edad de sus integrantes se refiere y de una calidad excepcional, como tuvieron repetida ocasión de demostrar. Al frente de sus variados proyectos, que abarcan todo el repertorio musical desde el Barroco hasta la actualidad, incluyendo rock, jazz o folk de la forma más desprejuiciada y siempre que haya calidad intrínseca, se encuentra el pianista y director israelí David Greilsammer. Si por algo destaca este músico es por su perpetua búsqueda y exploración de las raíces de la génesis artística, de la inquietud creadora que empuja a los compositores por encima de tiempos y geografías. Ejemplo de esta actitud ha sido, en su faceta pianística, aproximar la obra de John Cage a la de Scarlatti para destacar lo que une a estos dos autores, las filiaciones presentes y nada imposibles en las partituras y en la manera de abordar el acto compositivo.
Dance of the sun, que es el título de este concierto-teatro-performance, consta de dos partes, consagradas a una suite orquestal extraída de La Bourgeois Gentilhomme de Lully la primera, y a la Sinfonía nº 40 de Mozart la segunda. Podríamos decir que lo que presenciamos es, en realidad, la interpretación que Díaz de Garaio hace de ambas obras, para lo que arrastra —literalmente— a los músicos hacia su mundo tan físico y tan espiritual a la vez. Y como fue cocinero antes que fraile, o contratenor antes que bailarín, sabe cómo y por qué hacerlo. Este artista concibe el cuerpo como herramienta de expresión y aborda la creación escénica como un continuo en el que los límites entre las disciplinas se borran. Esto implica una entrega total de los músicos que bailan, se mueven, suben y bajan, por la escena y por la sala, tocan a oscuras y en posturas nada confortables, lo que implica no sólo un desafío de memoria, sino, sobre todo, un enorme trabajo de equilibrio sonoro. Se trata de una colaboración en la que nada sería posible sin una confianza ciega, pero, al mismo tiempo, perfectamente consciente del objetivo final.
El mundo desgarrado y esencial de Díaz de Garaio imprime un tinte desolador al Bourgeois Gentilhomme, puesto que nos hace tomar conciencia de la soledad intrínseca del ser humano, a pesar de los afectos imperecederos de nuestras vidas. Y también trágica es su visión de la penúltima sinfonía de Mozart, que nos obliga a reflexionar sobre la vida, la muerte, la bajada a los infiernos y la salvación a través de la comunión con las soledades ajenas. Todo ello interpretado con un nivel excepcional (algún historicista intransigente comentó que parecía imposible escuchar una versión tan estupenda con instrumentos no-originales) siempre al servicio del conjunto teatral. Y qué decir de la plasticidad escénica, que hacía pensar en lienzos de los mejores tenebristas. En definitiva, este espectáculo es un concierto y es mucho más, es un clásico en cuanto que aborda las zozobras eternas y universales del alma humana y es rompedor en cuanto a la forma de imbricar unas artes con otras. Esperemos que a San Sebastián y Pamplona le sigan muchas otras ciudades de nuestro país y que tengamos más oportunidades de asomarnos al abismo de nosotros mismos, de ponernos al límite de nuestra vulnerabilidad con esta interpretación estremecedora y realmente fuera de serie.
Ana García Urcola
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