SAN SEBASTIÁN / La vuelta de Gustavo Gimeno y la Filarmónica de Luxemburgo para un notable concierto inaugural en la Quincena
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 1-VIII-2024. 85ª Quincena Musical Donostiarra. Orchestre Philarmonique du Luxembourg. Bruce Liu, piano. Gustavo Gimeno, dirección. Obras de Saint-Saëns y Mahler.
La cita veraniega con San Sebastián y su Quincena Musical Donostiarra se inaugura cada agosto para hacernos disfrutar de todo un mes de buena música y variados espectáculos que recorren la ciudad, la provincia, la Comunidad Autónoma, invaden Navarra y hasta parte del extranjero, pues también hay lugar para acercarse a algún encantador emplazamiento al otro lado de la frontera. Cabe recordar que la Quincena fue uno de los pocos festivales que se celebraron el verano de 2020, a pesar de restricciones sanitarias y por supuesto, de posibilidades de programación. La recuperación de la actividad completa ha llevado su tiempo para todo el mundo (literalmente) y comprobamos con satisfacción que la agenda está tan repleta como antes de ese fatídico año, gracias al esfuerzo de la dirección y el incondicional apoyo del público y no tanto así de las instituciones públicas, cuyo interés por la cultura en general y por la música en particular es perfectamente descriptible. Antes y después de la pandemia, hay cosas que no cambian.
En el marco habitual del Auditorio Kursaal han tenido lugar los dos conciertos de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo bajo la batuta de Gustavo Gimeno, que han dado comienzo a la 83ª edición. Esta formación se ha convertido en una de las relativamente habituales del certamen, siendo su anterior visita la de 2021, también acompañados de su titular. Se trata de una orquesta sólida que, sin ser una primera fila, cuenta con un nutrido grupo de excelentes solistas y una solvencia que hemos podido corroborar en San Sebastián, donde se han presentado siempre con programas muy variados y comprometidos. En cuanto a Gustavo Gimeno, uno de los directores españoles más aclamados, recordemos que asumirá en 2025 la titularidad del Teatro Real y que en la actualidad compatibiliza su actividad al frente de la Filarmónica de Luxemburgo con la de Orquesta Sinfónica de Toronto.
El concierto de inauguración se abrió con esa pequeña e inhabitual perla que es el Concierto nº 5 para piano y orquesta “Egipcio” de Saint-Saëns. La música de este compositor ha sufrido –y sigue sufriendo– un desdén desproporcionado e incomprensible. Desde luego, nunca fue un innovador ni pretendió serlo, puesto que era un ardiente defensor de la tradición e incluso, de la “academia”. Su enfrentamiento abierto con Debussy y los más innovadores de sus contemporáneos franceses ha trascendido el paso de los años y su postura muy nacionalista y claramente chauvinista en exceso nunca le fue perdonada (en cambio sí se ha sido indulgente con Debussy), probablemente por esa militancia conservadora también en lo musical. Ni siquiera en Francia goza del estatus que merecería, a pesar de la admiración declarada de compositores como Ravel o Dutilleux. En cualquier caso, fue una alegría escuchar el Egipcio, que no es tan popular como rezaba en las notas al programa puesto que los más interpretados son el 2º y el 3º y tampoco de forma frecuente. Antes de que un prócer de cualquier Ministerio –pongamos que el de Cultura, con desconocido interés por la misma antes de ser nombrado– nos prohíba escuchar esta música “colonialista”, por inspirarse su compositor blanco, occidental y conservador en un tema escuchado en Nubia y por recrear el exotismo según un intolerable prisma europeo, hay que aprovechar esta pequeña ola de interés por la obra.
Compuesto en 1896, dos decenios después del precedente concierto en el corpus de su autor, es una partitura que combina el virtuosismo con el exotismo tan en boga en aquel momento. Saint-Saëns era uno de los mayores pianistas de su época y eso se refleja claramente en sus textos que, de hecho, en ocasiones incluso se resienten de ese dejarse llevar por la pirotecnia instrumental. En cuanto a ese orientalismo recreado, responde sin duda a las convenciones del momento, a una imagen convenida y consensuada del espacio exótico, como dice Hervé Lacombe, uno de los mayores expertos en el tema. Pero también es necesario reivindicar que, en el caso de Saint-Saëns, conoció de primera mano todos lugares cuya música evoca en este concierto (España, Argelia, Egipto y China) y muy posiblemente, algunas originalidades compositivas provienen precisamente de ese contacto.
El pianista que se enfrentó a la obra fue el joven canadiense Bruce Liu, ganador del Premio Chopin en la edición de 2021. Desde el comienzo destacó en su interpretación un sonido perlado y una limpieza de ejecución y de pedalización muy adecuada al estilo, así como un acompañamiento exacto a la orquesta en ciertas dinámicas comunes. Personalmente, hubiera preferido un tempo un poco más calmado en el primer movimiento para poder cantar más las frases más líricas, que, sin sonar precipitadas, podían haber sido más expandidas en la expresión. Probablemente el movimiento más trabajado con la orquesta fue el segundo, que también es el más comprometido en la conjunción. El comienzo, de corte “español” tuvo la garra requerida, aunque también quizá podría haber sido un poco más declamado. Sin embargo, el resto del movimiento tuvo la gracia, el humor y la delicadeza requeridas. Liu y Gimeno no dudaron en destacar de forma casi brutal la tercera disminuida entre el piano y las trompas para conferir la acidez necesaria a la nota larga de de esa melopea orientalizante; bellísima la ejecución por parte del pianista de esa frase de una originalidad fuera de serie, en que una melodía suave se dibuja en la mano izquierda mientras que la mano derecha acompaña con el mismo ritmo, rellenando el acorde con la tercera en la voz superior a distancia de 18ª, de forma que se tiene la impresión de una extraña campanilla; deliciosamente dibujada esa presunta canción nubia en el corazón del movimiento que el propio piano acompaña en una especie de ostinato en semicorcheas y que va pasando de forma integral o fragmentaria a diferentes instrumentos de la orquesta; y muy bien el acompañamiento orquestal de matices e intención en todo este movimiento al que es complicado conferir cierta unidad y en el que hay que mantener un término medio en la expresión para no incurrir en cierto mal gusto y, a pesar de todo, destacar la magnífica orquestación de Saint-Saëns. El tercer movimiento es un típico final de concierto lleno de demostraciones técnicas y alegría instrumental en el que Liu descolló, sin dejarse llevar por la facilidad de ciertos excesos, como por ejemplo ejecutar el tema de la introducción como un ragtime avant-la-lettre. Muy al contrario, casi se diría que hizo hincapié en la deuda que el francés tenía con Chopin y Liszt. Muy bien el acompañamiento de la orquesta en todas las intenciones del piano. Liu agradeció los aplausos del público con un Vals del Minuto de Chopin en el que no pudo aportar más fraseos, matices y articulaciones diferentes en el brevísimo tiempo que dura la obra. Nos quedamos con ganas de algún minuto adicional.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada a la 5ª Sinfonía de Mahler, obra de prueba para toda orquesta y todo director por su dificultad intrínseca, por lo apreciada y conocida del público y porque, reconozcámoslo, cada melómano tiene “su” versión en la cabeza. La Filarmónica de Luxemburgo demostró tener unos excelentes primeros atriles, particularmente de viento metal, con un fantástico solista de trompeta a la cabeza y una cuerda que, teniendo un buen nivel general y un sonido compacto, no goza de la altura de sus colegas, sobre todo en cuanto a la tensión musical necesaria para esta obra. Gustavo Gimeno planteó una versión más bien clásica de esta sinfonía, muy unitaria y en la que cada sección prácticamente parece provenir de la anterior y una frase fluye hacia la otra. Es una idea perfectamente defendible pero en ocasiones, este postulado parece llevado hasta el extremo y por tanto, los contrastes entre ambientes, caracteres e incluso los choques frontales que Mahler plantea en ocasiones, quedaron un tanto desdibujados.
Excelente el trompeta solista en esa entrada de la Marcha fúnebre, así como las trompas y trombones. Desde el comienzo se pudo apreciar la que, quien suscribe, considera la mayor virtud de la versión de Gimeno, que fue la claridad en el entramado de voces, instrumentos y líneas de fraseo. Como hemos dicho, ese contraste entre la primera sección de la marcha y la segunda, más grotesca y llena de elementos aparentemente inconexos podría haber estado más marcada, con más tensión en la agógica. En el segundo movimiento, tormentoso, faltó un tanto de tensión dramática, de ese carácter casi operístico que lo caracteriza. En ocasiones dio la impresión de que el director temía perder el control o las riendas de la partitura y se quedaba al límite de tomar un riesgo, pero sin llegar a hacerlo. Lástima, porque la orquesta habría respondido probablemente y por momentos esa prudencia fue en detrimento de la expresividad. Fantásticos de nuevo los vientos en cada una de sus intervenciones, particularmente las maderas. El tercer movimiento Scherzo fue probablemente el mejor delineado de todos y donde esa claridad de la que hizo gala Gimeno resaltó más, aunque un poquito más de morbidez en el ritmo de ese vals no habría sobrado. Nueva lección de los vientos en la sección central del movimiento. En cuanto al Adagietto, siguió la línea general: buena ejecución, tempo giusto, discurso coherente e hilado, pero un tanto falto de respiraciones y de rubato. Gimeno tomó el partido de avanzar mucho hacia los puntos culminantes, que es una opción muy respetable, legítima y válida, pero no es la que más me satisface (repito lo de que cada uno tenemos nuestra versión en la cabeza y de este movimiento, más que de ningún otro). Sin embargo hizo una transición muy hermosa y suspendida en el tiempo a la reexposición, que me hizo pensar que ojalá se hubiera recreado así en el resto del movimiento. Se echó de menos un sustento mayor de las cuerdas graves, a pesar de lo numeroso de los efectivos y el arpa cumplió un muy buen papel en su comprometido cometido. En el último movimiento fue donde quizá Gimeno se sintió más libre y donde los contrastes de la partitura resaltaron más. De nuevo, un gran bravo por los solistas, que tienen buenas ocasiones de lucimiento y supieron aprovecharlas.
La interpretación de Gimeno y su orquesta cosechó un gran éxito y una sonada ovación que cerró de forma brillante esta jornada inaugural.
Ana García Urcola
(fotos: Quincena Donostiarra)