SAN SEBASTIÁN / Ivan Fischer y su Budapest Festival Orchestra ponen un broche de oro a la Quincena

San Sebastián. Auditorio Kursaal. 27-VIII-2021. 82ª Quincena Musical Donostiarra. Dejan Lazic, piano. Budapest Festival Orchestra. Director: Ivan Fischer. Obras de Milhau, Ravel, Satie y Kodaly.
Y con el fin del mes de agosto ha llegado también el final de la 82ª edición de la Quincena Musical Donostiarra, con un concierto tan esplendoroso y agradable como la tarde en que se desarrollaba. Ivan Fischer y su Budapest Festival Orchestra son siempre sinónimo de muy buen hacer y de gran disfrute para el público. Aún estaba muy reciente el recuerdo de su último paso por el festival en 2018 con dos soberbios y variados programas y no se pudo elegir un mejor final, muy bien diseñado, de altísima calidad, lleno de energía y optimismo y con ciertas dosis de surrealismo con buen humor, para este año en el que los ánimos aún están demasiados marcados por la aparentemente interminable pandemia.
El buey sobre el tejado de Darius Milhaud abrió esta velada que podríamos calificar de franco-húngara. Este ballet de 1920, a todas luces desenfadado (según parece su origen está en lo que iba a ser una partitura para acompañar una película de Chaplin) oculta no pocas trampas en su interior, precisamente ocultas bajo ese carácter ligero. Tenemos a un compositor francés, con una solidísima formación académica y alumno de profesores como Gedalge, Widor o Dukas, y que por tanto escribe con máxima precisión en lo que a la orquesta se refiere, y que, además, está perfectamente inscrito en las corrientes de su momento. Añádase un viaje a Brasil en 1916-1917 en el que bebe de los ritmos y melodías que allí recoge y que, además, mezcla con influencias del jazz, muy de moda en aquel momento. El resultado es una partitura politonal que yuxtapone también grupos orquestales, ritmos y frases sin enlace ninguno o con sutiles encadenamientos con una muy fina instrumentación. Todo esto para decirles que parece fácil y simpático el tal buey, pero que tiene su retranca y que, si no se anda uno con cuidado, lo mismo le cornea. Estupendos estuvieron Fischer y los suyos, tanto la sección de cuerdas, que tuvo frases magníficas de sonido y lirismo, como los diferentes solistas de viento. Muy difícil quedarse quieto en la butaca y no dejarse llevar por ese ritmo imparable y deliciosamente indolente que le imprimió Fischer.
Siguió el maravilloso y siempre bien acogido Concierto en Sol para piano de Ravel en el que el solista fue el croata Dejan Lazic. Predominó una visión marcadamente rítmica de los movimientos primero y tercero, pero sin ningún exceso en los tempi. Lazic estuvo fantástico en los momentos más inspirados por el blues, con un rubato presente pero no exagerado, y en los pasajes más percutivos del Presto final. Dio la impresión de que pretendía remarcar los contrastes de la obra y para ello tocó esa frase inigualable del comienzo del Adagio assai exagerando los matices en piano que demanda Ravel y con una pulsación puramente de dedo, lo cual funcionaba estando cerca del escenario, pero probablemente faltó un poco de profundidad de ataque para una proyección suficiente en el resto de la sala. Hay que decir que tampoco ayudó el concierto paralelo de toses, estornudos, desplome de bolsos y resto de atrezzo que hubo que padecer en esos momentos casi litúrgicos. Pero en conjunto fue una muy buena interpretación de este monumento.
Y llegó el turno de Satie en sendas orquestaciones de Debussy y Poulenc respectivamente: la Gymnopédie nº 1 y la Gnossienne nº 3. Los húngaros cerraron la parte francesa del programa con una versión muy elegante y cuidada, con una dosificación muy precisa por parte de Fischer de planos sonoros y matices. Debussy hizo muy suya la Gymnopédie y los magiares lo dejaron bien claro.
No podía la Budapest Festival Orchestra marcharse del Kursaal sin una obra representativa de su música nacional, que en esta ocasión fueron las Danzas de Galanta de Zoltan Kodaly. Pocos directores aúnan como Fischer autoridad y flexibilidad, rigor y relajo, y esta interpretación fue una muestra más de estas magníficas cualidades. Y por supuesto, su formación se lo devuelve con una entrega, un entusiasmo y una calidad a la misma altura. Así, estas vibrantes danzas sonaron vitales, salvajes, sofisticadas y hasta dulces por momentos gracias a esa sabia dirección y a una orquesta en perfecta conexión que atesora unos primeros atriles de campanillas. Como curiosidad, hay que decir que, para la propina, los músicos abandonaron sus instrumentos e interpretaron con la misma entrega y casi la misma buena afinación una obra coral de Kodaly que la arriba firmante desconoce. Un guiño muy simpático y agradable al público.
Quería aprovechar para dar las gracias a todo el personal que trabaja durante todo el año preparando la Quincena Musical Donostiarra y que hace posible que el festival haya seguido en marcha —y qué marcha— durante estos dos años tan difíciles y, además, a este nivel. Hoy ya hemos podido leer buenas noticias y augurios para la próxima edición en palabras de su director, Patrick Alfaya, así que esperamos expectantes y anhelantes por el futuro y felices por el presente.
Ana García Urcola