SAN SEBASTIÁN / El Bach ‘ritrovato’ de Masaaki Suzuki
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 11-VIII-2024. Quincena Musical. Bach Collegium Japan. Carolyn Sampson (soprano); Alexander Chance (alto); Benjamin Bruns (tenor); Christian Immler (bajo). Masaaki Suzuki, clave y dirección. Obras de J.S. Bach.
Tras el despropósito del que dimos cuenta hace unos días, no ha habido que esperar mucho para desquitarse y reencontrarse con la música de Bach servida en toda su esencia, sin aditamentos que la contaminen. Perfectamente podríamos haber titulado esta crónica como “Bienvenido, Mr. Suzuki”. El director japonés es desde hace unas décadas uno de los mejores apóstoles de su música y no hay tantas oportunidades de verle en nuestro país. Además, en esta gira que le llevó el día anterior a Santander para interpretar la Pasión según San Juan y que repetirá programa en Torroella de Montgrí el día 13, se presentaba con cuatro solistas de enormes garantías: la soprano Carolyn Sampson, el contratenor Alexander Chance, el tenor Benjamin Bruns y el bajo Christian Immler. Al contrario que los americanos en la película de Berlanga, Suzuki y los suyos no sólo no pasaron de largo, sino que han dejado una impronta inolvidable en San Sebastián.
El Bach Collegium Japan se presentaba con un programa enteramente consagrado a las cantatas religiosas. Dentro de la popularidad de la que goza la música de Bach, dudo que su monumental corpus de cantatas sea lo que más comúnmente se vincule en el imaginario colectivo con su nombre. Y, sin embargo, es la música a la que dedicó más tiempo –quizás junto a la obra para teclado– y en la que, en mi opinión, encontramos con mayor frecuencia al mejor Bach. El hecho es que resulta relativamente difícil encontrar en España conciertos en los que se programe esta parte tan importante de su producción. Pasados los fastos del año 2000, que dieron lugar a una fiebre por dejar registro de esta vertiente de la obra bachiana –en torno a esa fecha comenzaron las integrales de Gardiner, Koopman y quien nos ocupa, Suzuki– la mayor parte de las veces que se aborda su obra vocal es para interpretar las Pasiones, el Oratorio de Navidad o el Magnificat. Incluso unas obras que se me antojan más áridas como los Motetes son más habituales.
Las cuatro cantatas que componían el programa –las BWV 20, 78, 93 y 94– fueron compuestas y pudieron escucharse por primera vez en Leipzig en un lapso temporal de menos de cuatro meses, entre junio y octubre de 1724. Por tanto, son obras que cumplen ahora trescientos años y quizás por ese motivo han sido las elegidas entre la inmensa cantera de música bachiana. Pertenecen al segundo ciclo que compuso en Leipzig entre 1724 y 1725 y, contrariamente al primero, prácticamente toda las obras fueron concebidas ex novo, sin echar mano de música anterior. Resulta casi inverosímil que Bach fuera capaz de componer al frenético ritmo de una cantata a la semana a la vez que atendía las demás obligaciones –algunas humillantes– aparejadas a su puesto como cantor de la iglesia de Santo Tomás y director musical de Leipzig. Ciertamente, la fecundidad de Bach no es un caso único; sin ir más lejos, Telemann y Graupner, primera y segunda opción del Concejo de Leipzig para ocupar el puesto que terminaría recayendo en manos de Bach –ambos rehusaron por razones diferentes–, compusieron muchas más cantatas (más de 1500 el primero, unas 1400 el segundo, frente a las 300 de Bach). Sin embargo, lo que resulta incomparable es la calidad y la densidad de la música bachiana.
Las cuatro cantatas del programa pertenecen al género de la cantata coral, marca de fábrica del mencionado ciclo. En ellas, un coral de la tradición luterana vertebra el coro inicial y el final, si bien en el primero se reviste de un ropaje más complejo, con gran variedad de soluciones. Entre medias, recitativos –secos o, más habitualmente, acompañados– arias a la italiana (es decir, da capo), dúos y algún arioso conforman la estructura de estas obras que comparten muchas características con las de otros compositores alemanes coetáneos y que, sin embargo, son tan diferentes.
Hacer que parezca fácil lo difícil es una de las señas de identidad de los grandes intérpretes y esa es la sensación que llegaba desde el escenario de la sala sinfónica del Kursaal –por cierto, un marco demasiado grande para esta música pero perfectamente entendible y justificado por múltiples cuestiones prácticas y compatible con el disfrute musical–. Con alguna pequeña excepción, todos los intérpretes durante todo el concierto transmitieron un dominio pleno de la situación, lo cual era hasta cierto punto previsible por la calidad de los mismos, pero no dejaba de sorprender por la dificultad que supone afrontar una música tan compleja. Suzuki ha consagrado su carrera a la música de Johann Sebastian Bach, ha pulido su estilo y ha alcanzado un nivel de perfección técnica asombroso, logrando al mismo tiempo que sus interpretaciones resulten expresivas -el tópico de la frialdad oriental, como tantas veces, no se sostiene en este caso-. Su dominio del lenguaje bachiano es absoluto. Lo mismo cabe decir de su orquesta y coro, que ha ido modelando con el transcurso de los años. Además, su prestigio creciente le ha permitido contar con cantantes e instrumentistas internacionales de enorme nivel, como los de esta ocasión.
La soprano inglesa Carolyn Sampson, una de las grandes intérpretes bachianas –y haendelianas– de las dos últimas décadas, destacó por su expresividad y elegante línea de canto. Lo mismo cabe decir de su compatriota Alexander Chance, quien en cada ocasión que tenemos de escucharle constatamos que canta mejor. Aunque su voz no sea la más agraciada dentro de su cuerda, el dominio técnico que muestra, la perfecta proyección de su voz y la sabiduría musical que atesora a pesar de su juventud, hacen olvidar a otros contratenores que cuentan con un instrumento más atractivo. Sus dos dúos con Sampson fueron de lo mejor de la noche, especialmente el duetto de la Cantata 78 Wir eilen mit schwachen, doch emsigen Schritten, (“Con débiles pero incansables pasos, nos apresuramos”), una de esas maravillosas páginas bachianas en las que la espiritualidad no está reñida con la sensualidad y en los que el mensaje de renuncia a los placeres terrenales que encontramos con tanta frecuencia en su música religiosa queda inmediatamente desmentido ante tanta belleza.
Benjamin Bruns es el típico tenor alemán de gran versatilidad al que es fácil imaginarse interpretando desde Schütz a Richard Strauss. No tiene ni la belleza de timbre ni la elegancia de los mejores tenores ingleses pero posee una poderosa voz que sabe adaptar a este repertorio, si bien pasó alguna dificultad en alguna de esas eternas vocalizaciones sobre una sílaba, un recurso retórico que Bach emplea constantemente para enfatizar el sentido de algunas palabras. Pero qué cantante no lo pasa mal en estas endiabladas arias bachianas que parecen compuestas no para la voz sino contra la voz, una constante entre algunos de los autores alemanes (piensen en Beethoven o Wagner y ya no les cuento en el siglo XX…). Por lo demás, la prestación de Bruns fue irreprochable, especialmente en los recitativos, en los que parecía encontrarse más cómodo. El barítono-bajo Christian Immler cerró un cuarteto vocal de auténtico lujo. Immler es un consumado especialista en Bach y colaborador habitual de Suzuki, quien no contó apenas con él para la grabación de la integral de cantatas pero al que ha recurrido en los últimos años para las nuevas versiones de las Pasiones y para sus conciertos Y no es de extrañar porque, aunque se apreciaron algunas dificultades en el registro grave, destila clase y domina el repertorio como pocos, no en vano lleva cantándolo cuarenta años (llegó a cantar, como niño del Tolzer Knabenchor, algunas cantatas a las órdenes de Harnoncourt). Siempre a partir del significado del texto, dio una lección de canto bachiano.
Orquesta y coro brillaron a gran altura. Especialmente destacables fueron las intervenciones del chelista francés Emmanuel Balssa, manteniendo impecablemente el pulso en las arias –esos obbligati tan habituales– y siendo un soporte perfecto en el continuo a lo largo de todo el concierto. Igualmente sensacional fue la prestación de la flautista Yoko Tsuruta en el coro inicial de la Cantata 94, en el aria Betörte Welt, betörte Welt! de la misma cantata acompañando a un magnífico Alexander Chance o en el aria para tenor Dein Blut, so meine de la Cantata 78. Gran nivel también el que mostraron los oboístas Masamitsu San’nomiya, Go Arai y Kohei Soda, que tuvieron abundante trabajo a lo largo de todo el concierto. El gran trompetista Jean-François Madeuf fue uno de los más aplaudidos. Madeuf tocó tres instrumentos diferentes: un corno, una trompeta más aguda de lo habitual y una tromba da tirarsi, un curioso instrumento que combina la trompeta con las varas de un trombón. En el caso de la trompeta, es sabido que Madeuf es uno de los pocos músicos que no hace uso de la habitual trompeta –llamada impropiamente natural–, que se suele emplear en la interpretación de la música barroca, sino que emplea un instrumento sin los controvertidos agujeros –una trompeta natural pura– que ayudan a alcanzar las notas más comprometidas, sosteniendo la trompeta con una sola mano y valiéndose únicamente de sus labios. Es mucho más cercano a lo que se hacía en época de Bach –los mencionados agujeros son una invención del siglo XX– pero aunque Madeuf es un gran músico, el resultado no es siempre convincente. La musicología no termina de resolver la cuestión de cómo conseguían llegar a notas tan agudas, con los instrumentos de que disponían, los trompetistas en época de Bach (al tratar este tema, no puedo dejar de acordarme de nuestro añorado Eduardo Torrico, que disfrutaba enormemente con estas especulaciones). En cualquier caso, Madeuf estuvo todo lo bien que se puede estar en esas condiciones.
El coro, con cinco voces por parte (cuatro más los solistas), rindió a gran altura. Desde el inicial O Ewigkeit, du Donnerwort de la Cantata 20, que sigue el modelo de una obertura francesa –quizás porque inauguraba el ciclo–, pudimos apreciar la impecable emisión, la cuidadísima dicción y la limpieza y claridad del discurso, que se desplegaba con esa sensación de facilidad a la que nos hemos referido. Estupenda su versión del coral inicial de la Cantata 78, Jesu, der du meine Seele (Jesús, Tú que mi alma), una joya en forma de passacaglia que Suzuki llevó de forma menos pesante que otros colegas. Y es que si algo caracterizó la dirección del nipón fue el equilibrio y la claridad, esa sensación de que todo está en su lugar y suena como tiene que sonar. Señor Suzuki, no tarde en volver.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Quincena Musical)