SAN SEBASTIÁN / Brezza: la música bien, sobra el concepto
San Sebastián. Claustro del Museo de San Telmo. 9-VIII-2023. Quincena Musical. Ciclo de Música Antigua. Brezza (Pablo Gigosos, traverso; Marina Cabello del Castillo viola da gamba; Louise Acabo, clave). El arte de preludiar. Obras de Benda, Morel, Quantz, Haendel, Felipe Lluch (¿?), F. Couperin, Leclair, Abel y Rameau.
Interesante aunque deslavazado programa el que han ofrecido los jóvenes músicos de Brezza dentro del ciclo de Música Antigua de la Quincena. Bajo el título “El arte de preludiar” interpretaron una buena cantidad de música de gran calidad pero la manera de intentar dar forma a un conjunto tan heterogéneo no ha terminado de persuadirnos. Eso sí, lo más importante, la interpretación, ha sido más convincente. Y no lo han tenido fácil porque este año, debido a las extremas condiciones de humedad en que se están desarrollando los conciertos de Música Antigua, cualquier concierto se convierte en heroico. Desde luego ya hay muchos antecedentes en este mismo ciclo de Música Antigua de condiciones adversas -algunos intérpretes todavía recuerdan años después sus conciertos en Santa Teresa o en el propio claustro de San Telmo como “conciertos acuáticos”- pero en la presente edición las circunstancias están siendo particularmente difíciles y el resultado artístico se resiente, claro. La madera y las cuerdas de tripa de los instrumentos históricos se hinchan y así es casi imposible mantener la afinación. Aún y todo, el concierto tuvo un notable nivel interpretativo. Otra cosa es el interés del enfoque temático, que se nos antoja un poco traído por los pelos. Nos explicaremos.
El flautista Pablo Gigosos, la violagambista Marina Cabello y la clavecinista Louise Acabo, que sustituía al clavecinista “titular” Teun Braken, ofrecieron una miscelánea de compositores de diversos orígenes que a lo largo del siglo XVIII compusieron sonatas para flauta y continuo y sonatas en trío, además de obras que, bajo otras denominaciones como las Piezas de clavecín en concierto de Rameau, se ajustan a esta formación. Antes de algunas de estas obras, cada uno de los tres intérpretes improvisaron preludios siguiendo una práctica habitual de la época, como bien explicaron Gigosos y Cabello. Estos preludios servían como “calentamiento” al músico, que así se adaptaba a las características del instrumento -pensemos en los órganos por ejemplo-, del lugar -acústica- y preparaba los dedos para lo que se le venía encima. Hasta aquí todo lógico e incluso encomiable. Lo que nos parece un poco forzado es establecer un paralelismo entre la mencionada práctica del preludio y la célebre obra de Calderón de la Barca La vida es sueño, tal y como se reflejaba en el programa, justificándolo como una reflexión sobre la dialéctica entre el destino prefijado y el libre albedrío. Desde luego que ése es un tema central de La vida es sueño – y de tantas obras de la literatura universal- pero intentar equiparar términos como “destino” y “libre albedrío” con una práctica como la del preludio porque en ésta el intérprete tiene un espacio para la libertad de la improvisación pero al mismo tiempo debe adaptarse a unas reglas o a unas convenciones, nos parece un poco sobredimensionado. En realidad, esto se podría aplicar a cualquier disciplina artística y casi a cualquier época: el artista siempre -al menos hasta el Romanticismo- ha tenido que jugar en un terreno acotado -lo que hoy llamamos “artistas” trabajaban por encargo- y ajustarse a unas normas, y dentro de esos límites los buenos artistas han sido capaces de encontrar un espacio de libertad para desarrollar un estilo propio. La misma música barroca es un ejemplo de ello, tanto por los compositores -algunos trabajaron para un patrono casi en régimen de servidumbre- como por los intérpretes, quienes tenían y tienen que seguir una partitura, pero una partitura “abierta” que deben completar con ornamentaciones, cadencias y demás.
El programa se dividía en tres “jornadas”, como en el teatro, con un sobretítulo que resumía el argumento de cada uno de los actos de la genial obra de Calderón. Cada jornada estaba integrada por obras o fragmentos agrupados de forma que nos resulta un tanto arbitraria. Por ejemplo, la primera jornada incluía una sonata del centroeuropeo Franz Benda junto a una chacona en trío del francés Jacques Morel. ¿Qué tienen que ver estos compositores con que el rey Basilio de Polonia encierre a Segismundo por miedo a que se cumpliera la profecía del oráculo? Se me escapa.
Sin embargo, los tres músicos demostraron un gran dominio técnico de sus respectivos instrumentos y del lenguaje musical de las distintas épocas y ámbitos musicales que abordaron. Gigosos es un flautista de gran habilidad en los pasajes rápidos, fraseo elegante y control pasmoso de la respiración, tal y como demostró en el Presto ma fiero de la Sonata en Sol Mayor de Quantz, una obra de virtuosismo similar a las arias de Hasse o Graun con las que tiene tantos paralelismos, o en el Presto de la sonata en mi menor de Felipe Lluch. Por cierto, curiosa historia la del supuesto Felipe Lluch, en realidad un músico que parece que nunca existió y que fue confundido con el flautista y compositor italiano Filippo Ruge, tal y como ha demostrado Antoni Pons.
Marina Cabello fue quien más sufrió con la humedad. Su viola da gamba se resintió y tuvo que ser afinada constantemente. Aún y todo, salvó el concierto con dignidad y nos quedamos con ganas de disfrutar de sus buenas maneras en condiciones más propicias.
En cuanto a la clavecinista Louise Acabo, a quien hemos tenido la oportunidad de ver recientemente en el Festival de Beaune junto a La Chapelle Armonique de Valentin Tournet, fue ganando en protagonismo a lo largo del concierto. En la “tercera jornada” los músicos se agruparon en torno a ella para interpretar obras de Leclair y Abel (de nuevo fragmentos), siguiendo una costumbre bastante habitual en la época de compartir partitura pues, como explicó Marina Cabello, el papel resultaba caro. Terminaron esta tercera jornada con el quinto concierto de esa joya que es la colección Pièces de clavecin en concerts de Rameau, en la que el clave está en pie de igualdad con los instrumentos melódicos (violín o flauta y viola da gamba).
Ante los entusiastas aplausos del público, Brezza interpretó los tambourins del tercer concierto de esta misma colección.
Imanol Temprano Lecuona