SALZBURGO / Sokolov, el rapsoda
Salzburgo. Festival de Salzburgo. Grosses Festpielhaus. 11-VIII–2023. Grigory Sokolov, piano. Obras de Purcell y Mozart.
Grigory Sokolov siempre camina sin apenas bracear hacia el piano, sin mirar al público. Sólo cuando llega, apoya la mano izquierda sobre la esquina de la tapa y saluda con dos reverencias. Terminada la última, se sienta y sin más colocaciones, ataca la primera nota. Toda esta liturgia no tendría el mayor interés si no reparásemos en algo esencial: todos esos movimientos los realiza siempre con el mismo ritmo, con los pulsos silenciosos de un metrónomo interior. Una medida que sólo se descompondrá más tarde sobre el piano. Más que un aedo de la antigua Grecia, que cantaba con la lira, el pianista ruso es un rapsoda, uno de aquellos viejos recitadores que repetían los poemas épicos, bien leídos o de memoria, y cuando lo hacían se acompañaban del rabdos, un bastón con el que marcaban el tiempo.
La medida también se deshace aquí de manera muy sutil, con un programa que lleva tocando por Europa desde febrero, y que siempre suele terminar aquí, en el Festival de Salzburgo. Este año, de la sencillez de las piezas para teclado de Purcell, que compuso para sus alumnos, a la líneas galantes del Mozart enamorado de los pentagramas de uno de sus grandes amigos, Johann Christian Bach. El programa se cerraba con el Mozart ya postrero, donde se adivinan has hechuras que cristalizarán con Beethoven.
Así, pasamos como quien respira por el Ground in Gamut en sol mayor Z 645, la Suite nº 2 en sol menor Z 661, A New Irish Tune en sol mayor Z 646 «Liliburlero», A New Scotch Tune en sol mayor ZT 678, Trumpet Tune en do mayor ZT 678 «Cibeles» hasta la Suite nº 4 en la menor Z 663 que nos sumió en una serenidad sobrecogedora desde el «allemand» hasta la elaborada «sarabande» del final. El Round O en re menor Z 684 es bien conocida por el uso que hizo de ella Benjamin Britten en su Guía de orquesta para jóvenes. Para terminar esta parte, la Suite nº 7 en re menor Z 668 con un interesante movimiento central y la Chacona en sol menor Z 680.
Del clavecín al pianoforte desde un piano moderno, que Sokolov traduce en un uso tenue y discreto de los pedales, para que no sean tan evidentes las innovaciones técnicas sobre el sonido, y una digitación extrema y ágil en los ornamentos, en especial los trinos, que prácticamente son el eje conductor de todas las piezas. La juventud del primer movimiento de la Sonata para piano nº 13 K 333 conecta con la música para teclado del siglo precedente y advertimos aquí un uso de los trinos más elaborado y más consciente del papel de la música, que deja lo salones de leña aristocracia para mostrarse en los primeros teatros. La pieza es también, como hemos dicho, un homenaje al amigo, a uno de los hijos de Johann Sebastian Bach, y que tanta importancia tendrá en la obra del compositor. Aquí se adivina por la combinación italiana y alemana de los recursos en su deslumbrante «Allegro». El concierto se cerró con el, podríamos llamarlo así, protoromántico Adagio en si menor K 540, donde los pedales ya se liberaron de su posibilidad y el sonido se amplió todavía más. El pianismo de Sokolov es transparente, siempre reflexivo, nunca retórico, una atmósfera que abraza y permanece mientras se suceden los pensamientos que se agarran al discurso sonoro, al salvavidas que configura el tempo, en ese estado de quietud y fascinación que decía Glenn Gould. Incluso los pasajes más joviales terminan revelándose introspectivos, de una alegría contenida, luminosa, pero no cegadora.
Los largos, larguísimos aplausos del final, entre entradas y salidas del gran pianista ruso, fueron agradecidos con seis piezas fuera de programa, donde pudimos escuchar por dos veces a Rameau (otra vez los trinos, conectando con el programa interpretado) y luego Chopin, Rachmaninov y Bach-Siloti.
Felipe Santos