SALZBURGO / Petrenko y la nueva sonoridad
Salzburgo. Grosses Festpielhaus. 30-VIII–2021. 100º Festival de Salzburgo. Anna Vinnitskaya, piano. Berliner Philharmoniker. Director: Kirill Petrenko. Obras de Chaikovski, Prokofiev y Suk.
Sin muchas alharacas y con la discreción que le caracteriza, Kirill Petrenko va cincelando una muestra del carácter de los programas que podemos esperar de su paso por la Filarmónica de Berlín. ¿Qué le queda por hacer a los berlineses? cabría preguntarse, y el nuevo director va intentando responder a medida que van apareciendo sus programas. El año pasado fueron Strauss, la Sexta de Mahler y la llamada de atención sobre las obras de Josef Suk, un músico sobre el que ya había trabajado en el pasado. Sobre la obra del compositor checo, pariente cercano del universo mahleriano, ha decidido volver esta nueva temporada junto a un nuevo acercamiento a la Novena sinfonía, “La Grande”, de Schubert.
En el programa de Josef Suk, junto a su poema sinfónico Cuento de verano, conviven dos obras anteriores y posteriores en el tiempo: la rutilante modernidad del primer concierto para piano de Prokofiev y la obertura-fantasía Romeo y Julieta, de Chaikovski. Ambas obras sirven de marco al sabor intimista de la obra del compositor checo y nos revelan las primeras armas de los berlineses. Romeo y Julieta se abre con un concurso brillante de las maderas y de la cuerda entrando en pianissimo, en una muestra admirable de equilibrio orquestal y sonido cincelado que se mantendrá durante toda la obra.
El concierto de Prokofiev requirió en el piano a Anna Vinnitskaya, pianista rusa residente en Hamburgo, donde además es profesora de su conservatorio. Atacó desde el comienzo una ejecución jovial y virtuosa, pasando desde el registro más rítmico al más recogido y lírico. Siempre mostró un respeto al carácter compositivo de la obra, sin que sonara en ningún momento declaradamente romántico, ayudado en ello por Petrenko, que imprimía a la orquesta la pátina moderna que desprende la obra. Muy aplaudida, la pianista rusa regaló al público el primer vals de los Valses nobles y sentimentales de Maurice Ravel.
Cuento de verano se abre y se cierra con un protagonismo sutil de los contrabajos, que acompañan sombríamente a las trompas en el inicio. La obra tiene efluvios que recuerdan al último Mahler de La canción de la tierra, aunque con un lenguaje orquestal muy distinto. Entre el comienzo y el final brota el tercer movimiento, un intermezzo llamado Los músicos ciegos, escrito con enorme delicadeza y que sirvió para el lucimiento de los cornos ingleses, los dos previstos por la orquestación de la obra, y el primer violín y la primera viola, que dialogan entre ellos hasta encontrarse en un final cerrado por los primeros violines. Una interpretación excepcional, aunque el pathos de esta obra esté alejado de la brillantez con que se suelen cerrar este tipo de programas y que dejó al público un tanto frío al final.
Felipe Santos
(Foto: Stephan Rabold)
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