SALZBURGO / ‘La pasión griega’: de beatos y hombres

Salzburgo. Felsenreitschule. 13-VIII–2023. Festival de Salzburgo. Martinů: The Greek Passion. Gábor Bretz (Priester Grigoris), Luke Stoker (Patriarcheas), Matthäus Schmidlechner (Michelis), Alejandro Baliñas Vieites (Kostandis), Charles Workman (Yannakos), Sebastian Kohlhepp (Manolios), Julian Hubbard (Panait), Aljoscha Lennert (Nikolio), Matteo Ivan Rašić (Andonis), Sara Jakubiak (La viuda Katerina), Christina Gansch (Lenio). Coro de la Ópera de Viena. Orquesta Filarmónica de Viena. Director musical: Maxime Pascal. Director de escena: Simon Stone.
Hubo que esperar a entrar en el Felsenreitschule para presenciar el que posiblemente puede considerarse como la producción más redonda de esta edición del Festival de Salzburgo. Como ocurriera con Intolleranza 1960, de Luigi Nono y escena de Jan Lauwers, en el festival de 2021, vino de la mano de la opera contemporánea, en un lugar emblemático donde comenzó todo cuando Max Reinhardt y Hugo von Hofmannsthal decidieron crear este festival, y con un argumento que sitúa en el centro uno de los problemas sociales del mundo de hoy: las crisis de refugiados, la inmigración y cómo es recibido por las sociedades occidentales que, además, se dicen cristianas. Que fuera concebida a finales de los años cincuenta dice hasta qué punto es este un tema circular, que va y vuelve sin remedio.
El libreto se basa en la novela de Nikos Kazantzakis, Cristo de nuevo crucificado, que cuenta la historia de los habitantes de Likóvrisi (Anatolia) en 1922 cuando han de elegir entre ellos a los actores que representarán una dramatización de la Pasión. Mientras tanto, un grupo de refugiados, que huyen de una población cercana destruida ante el avance del ejército otomano, llegan al lugar con voluntad de quedarse e incluso «trabajar una tierra» que les cedan. Los ancianos, que gobiernan la localidad en consejo, se muestran reacios. Sin embargo, los habitantes que iban a representar a Cristo, sus apóstoles y María Magdalena deciden ayudarles.
Estos dos grupos son reconocibles en el amplio escenario del Felsenreitschule por sus ropas. Mientras los habitantes aparecen en un gris azulado, que parece confundirse con el escenario, los refugiados entran en una oleada multicolor. A medida que alguien decida ayudarles, irán abandonando el tono homogéneo y uniforme, por la anarquía del color. Así hasta la escena final en la que Manolios, que lidera a sus «apóstoles» y ha ido intentando convencer a sus vecinos de que compartan los que tienen con los refugiados se convierte en el mismo Cristo y es asesinado por aquellos que empezaron a verlo como un problema político. Mientras sobre las paredes han escrito en naranja un gigantesco “Refugiados fuera», su cuerpo termina sobre un gigantesco charco de rojo sangre.
Toda la escena ideada por Simon Stone fluye sin aparente esfuerzo, moviendo grandes grupos a izquierda y derecha, con una economía de medios radical. Apenas una cruz de luz que guía a los fieles, una cascada de agua en medio del escenario que purifica y bautiza, de algún modo, a quienes asumirán en primera persona los roles que les habían propuesto en la dramatización. Fue muy aplaudido el regista británico, casi tanto o más que Maxime Pascal, que debutaba en el festival al frente de la Filarmónica de Viena. Fue la suya una lectura poderosa, que supo extraer la complejidad de la aparente simplicidad de la música de Martinů, esa combinación de atonalidades y música modal que termina con un interludio muy bello, justo cuando los refugiados han de retomar la marcha hacia otro lugar. Del reparto destacó el brío y el caudal de Sara Jakubiak (La viuda Katerina) para hacer una María Magdalena sensible y leal. Charles Workman (Yannakos) negó repetidamente como Pedro confiriéndole una voz pétrea y dubitativamente segura y Sebastian Kohlhepp (Manolios) fue un Cristo sobresaliente durante toda la noche.
Felipe Santos
(fotos: Monika Rittershaus)