SALZBURGO/ Fígaro o uno de los nuestros

Salzburgo. Grosses Festspielhaus. Festival de Salzburgo. 5-VIII–2023. Mozart, Le nozze di Figaro. Andrè Schuen, Adriana González, Sabine Devieilhe, Krzysztof Bączyk, Lea Desandre, Kristina Hammarström, Peter Kálmán, Manuel Günther, Andrew Morstein, Serafina Starke, Rafał Pawnuk. Director musical: Raphaël Pichon. Director de escena: Martin Kušej.
La pregunta que permanece en la Haus für Mozart después de la representación es si se puede convertir una comedia en una película de gánsteres. El director de escena Martin Kušej así lo cree. El trasfondo político y social de Le nozze di Figaro le interesa mucho menos que el intercambio de engaños y favores entre las parejas y los triángulos amorosos que se forman en la obra de Da Ponte. Por eso, la escena nos lleva a un hotel o un edificio de apartamentos regentado por el Conde, que es el jefe del clan donde Fígaro es un esbirro más que ha cometido el error de enamorarse de una de las favoritas del jefe.
La escenografía de Raimund Orfeo Voigt es oscura, en ángulos rectos y colores fríos, que retrotrae a la estética de finales de los setenta, como sucede en Casino (Martin Scorsese, 1995) o La gran estafa americana (David O. Russell, 2013)Quizá parte de la inspiración para los personajes provino de estas cintas, empujados a una supervivencia dentro de una organización edificada sobre el crimen y el silencio.
Por eso, en estas «bodas» de Kusej, Almaviva recuerda tanto a Don Giovanni, y Fígaro, a un Leporello más oscuro y vengativo, en la línea del Yago de Othello. La escena más clara se produce en el segundo acto, donde unas niñas vestidas de blanco aporrean los ventanales entre sangre y lluvia frente a un Conde, como si sus fantasmas, los de crímenes pasados, vinieran a visitarle con frecuencia. Es una escena de una gran fuerza visual que expresa la razón de vivir del conde, condenado a ocupar el vértice de una banda que quiere desestabilizar la base. Y de esa manera, aunque el director de escena trate de huir de la crítica social que anida en esta obra, vuelve a entrar por los poros de una música y un texto que no pueden disimular su genialidad.
Raphaël Pichon ayuda mucho a este concepto con una dirección de contrastes, enérgica desde el preludio y los tutti, y lírica y sensual en las arias y dúos. Las voces se suman a este vendaval con brillantez, aunque no es difícil preguntarse si el equilibrio entre ellas debería haber sido otro. Susanna (Sabine Devieilhe) parece más ligera y Fígaro (Krzysztof Bączyk), más oscuro y profundo de lo habitual, y esta distancia no concilia la relación que ha de haber entre ambos. Sin embargo, sobre todo en el caso de la soprano francesa, sus números individuales están repletos de matices y silencios. Lo mismo ocurre con el Cherubino de Lea Desandre, la mezzo que vino del barroco y que cantó un «Voi che sapete» con mucho gusto y color. Adriana González fue una condesa muy creíble y muy aplaudida en sus dos arias, que cantó con una línea muy suave, aunque su timbre de soprano, que tiende a oscurecerse ya ensancharse, sea más idónea para un Verdi, por ejemplo.
Andrè Schuen es perfecto para este conde Almaviva de Martin Kusej: nada aristocrático y un punto más psicópata, tan narcisista como el que habita el libreto, y que lleva todo ese carácter a su manera de cantar. No le ayudó en su aria algo que hacen muchos directores de escena: ha de vestirse mientras canta (en este caso, lo viste una mujer con la que ha pasado la noche) en una forma poco imaginativa de resolver la escena mientras distrae el canto del personaje.
Felipe Santos
Foto: Matthias Horn