SALZBURGO / Bruckner al límite por Andris Nelsons
Salzburgo. Festival de Pascua. Grosses Festpielhaus. 2-IV-2023. Gewandhaus de Leipzig. Director: Andris Nelsons. Obras de Gubaidulina y Bruckner.
Al día siguiente de su estreno en el Festival de Pascua con Tannhäuser, ya estaba Andris Nelsons preparado con el primero de sus conciertos sinfónicos, dedicado a Gubaidulina y Bruckner. Quizá fue esa premura o el cansancio lo que provocó el titubeo inicial en el muy importante segundo movimiento de la Séptima Sinfonía. Un cambio de tempo repentino, quizá no advertido en el ensayo, y costó algunos compases recuperar el pulso para volver a sumergirse en esa solemnidad fúnebre y vivificante a un tiempo que fluye por la primera parte de la obra bruckneriana.
Como ocurrió la noche anterior, Nelsons disfrutó llevando los tempi hasta el máximo razonable, retrasando las entradas todo lo posible hasta llegar a un estatismo que amenaza con perder la necesaria tensión de las frases. No llegó a los extremos de la ópera, pero en ocasiones la masa sonora sonaba demasiado apelmazada, necesitada de cierta fluidez, que desde luego consiguió en el portentoso final del segundo movimiento. Luego, paradójicamente, logró extraer del tercer y cuarto movimientos el brío y la intensidad del que suelen adolecer con respecto a la interpretación corriente sus dos hermanos mayores. Excelente final y más que notable versión después de todo.
Antes, tiempo para la pieza Der Zorn Gottes (La ira de Dios) para orquesta, compuesta por Sofia Gubaidulina por encargo del festival. Su estreno se retrasó por la pandemia y terminó viendo la luz con la Orquesta Sinfónica de la ORF bajo la dirección de Oksana Lyniv en 2020. Así que esa noche llegaba a Salzburgo con el sabor del gran acontecimiento siempre pospuesto.
La obra comienza con el presagio traído por trombones, tubas y contrabajos, que finaliza con la cuerda en fortissimo antes de que finalice la primera sección. Luego, las tubas recordarán a pasajes mágicos escuchados en el Anillo wagneriano hasta llegar a una nueva intervención de la cuerda que dejará en el concertino la ejecución de la nota más aguda posible. Llega el anuncio de esa ira divina que se traduce como un crescendo hasta llegar al tutti donde sobresalen las tubas wagnerianas, las trompas y toda la madera. Hacia la conclusión, surge una evidente cita de Beethoven antes de que la obra finalice de forma mucho más abrupta. Página, por tanto, que necesita de un conjunto musical homogéneo en todas sus secciones, especialmente metales y cuerda. Brilló su interpretación en manos de los talentosos profesores de la Gewandhaus, con especial atención esta vez a la excelente sección de las tubas wagnerianas, la flauta de Cornelia Grohmann y el primer violín de Frank-Michael Erben.
Felipe Santos