SABADELL / Manon Lescaut: Intensidad arrebatadora
Sabadell. Teatro La Farándula. 23-II-2024. 36º ciclo Ópera en Cataluña. 41ª temporada Ópera en Sabadell. Carmen Solís, Enrique Ferrer, Milan Perisic, Jorge Juan Morata, Juan Carlos Esteve, Laura Obradors, Quim Cornet, Oriol Luque, Alejandro Chelet, Lluís Vergés. Orquesta Sinfónica del Vallés. Coro AAOS, Director musical: Elio Orciuolo. Director de escena: Carles Ortiz. Puccini: Manon Lescaut.
La fundación Ópera en Cataluña, en plenos fastos del centenario de la muerte de Giacomo Puccini, repone el montaje ya presentado en 2017 de su tercera ópera y primer gran éxito de público y crítica: Manon Lescaut, estrenada el 1 de febrero de 1893 en el teatro Regio de Turín.
Aunque el estilo de las cuatro “hijas líricas” basadas en la moralizante novela del abate Prévost, publicada en 1731 –las óperas homónimas de Auber (1856), Massenet (1884), Puccini (1893) y Henze (1952) con Boulevard Solitude– es muy dispar; el trabajo de las muchas manos que intervinieron en el libreto y del propio Puccini estuvo orientado a distanciarse lo máximo posible del apego a la literalidad de la estructura de la novela que plasmó Massenet nueve años antes.
Puccini se sintió atraído por la trayectoria de una joven que se abre a la vida y al amor sin filtro ni mesura, que quiere tenerlo todo y que por eso todo lo pierde, incluso la existencia, eso sí, en brazos de su desesperado amado. Ese viaje a una pasión desmedida, reflejada en el amor/deseo a la juventud, la buena vida en forma de jaula dorada, al juego, a la aventura en otro continente… está musicado con acentos conmovedores y escenas de alto voltaje dramático, sobre todo en sus dos últimos actos, con la cesura de un inspiradísimo intermezzo.
En toda ópera uno aspira a sentirse conmovido, pero en Puccini y su Manon Lescaut más todavía, sea mediante un montaje rompedor o tradicional. En Sabadell optaron por la segunda vía, concebida por Carles Ortiz, que sigue fielmente las ambientaciones de la obra: posada de Amiens, lujosa casa de Geronte en el París de Luis XV, puerto de Le Havre y la “arida landa” de la Luisiana. La ambientación y el vestuario, fieles a la época, permiten seguir la trama sin el peaje de los metadiscursos de iluminados directores de escena que se alejan de aquello que se está cantando.
La presencia del director italiano Elio Orciuolo se notó muchísimo por el férreo y firme control de la orquesta. Logró un sonido muy cálido de las diferentes familias instrumentales y una concertación precisa, en la que el coro y los solistas funcionaron como un mecanismo perfectamente ajustado, lo que impulsó la calidad del espectáculo, así como su fluidez en todos los sentidos. El intermezzo fue para mi gusto algo más lento de lo deseable, pero tuvo la ventaja de mostrar con más detalle la densidad de la escritura orquestal, no en vano Puccini siempre estuvo al corriente de la modernidad de su época, ejemplificada en Wagner y Strauss, en el tratamiento armónico, sin perder la riqueza melódica post verdiana diseminada por toda la obra. La orquesta plasmó la altísima expresividad en la escena del embarque, con unos volúmenes flexibles que no taparon a ningún cantante a pesar de la arrebatadora interacción entre el coro y los tres solistas principales.
La calidad orquestal maridó perfectamente con la del reparto reunido en Sabadell, encabezado por la Manon Lescaut de la soprano extremeña Carmen Solís. Mucho y bien me habían hablado de ella, pero la realidad superó con creces las expectativas, pues desde las primeras frases del canto más conversacional del primer acto quedó bien claro que es una soprano de raza, spinto plena, capaz de modular su amplio instrumento desde un volumen bien controlado hasta unos apianados de exquisita factura. No solo estuvo modélica en la interpretación de esa melancolía y lucidez que impregna arias tan diferentes como “In quelle trine morbide” y “Sola, perduta, abbandonata”, sino que en sus dúos con el Des Grieux del tenor Enrique Ferrer alcanzó tal entrega escénica que era casi imposible no emocionarse. Voz de mórbido centro, sensual grave y firme agudo dominó el personaje mediante un fraseo que alcanzó su clímax en su conmovedora frase final “Le mie colpe travolgerà l´oblio ma l´amor mio… non muor.” Sus dúos con el tenor ilustraron perfectamente ese énfasis pucciniano en lo sentimental. Incluso su dúctil voz fue amoldándose a la ingenuidad de una adolescente, pasando por el doble juego como mantenida en el segundo acto hasta la lucidez de su desgracia en los dos últimos actos.
No quedó a la zaga el tenor madrileño Enrique Ferrer, pues Des Grieux le sienta como anillo al dedo a su vocalidad. No diría que es un tenor spinto de manual, pues su voz no tiene ese squillo heroico pero sí que es capaz de contagiarse de la pasionalidad del rol, mostrando en su gola la transición de ese joven que pasa de cínico estudiante a hombre totalmente entregado a su pasión aunque le lleve hasta el barro de una vida al límite. Aunque empezó más contenido en “Donna non vidi mai” en el primer acto, estuvo totalmente lanzado en “Non, pazzo son!” en medio de un tercer acto muy intenso dramáticamente, además de alcanzar gran talla fraseadora en la tragedia del último acto, manteniendo las notas más elevadas con excelente apoyo. Solís y Ferrer, con enfoque similar de sus medios vocales y su traslación a un fraseo intensísimo, se apoyaron en todos los dúos e impulsaron la función sabadellense a las cotas de calidad y arrebato que demanda Manon Lescaut.
El barítono serbio Milan Perisic (Lescaut) dio muestras de una encomiable calidad vocal, gracias a la grata homogeneidad en la zona central y superior y buena proyección de la voz, además de resultar muy creíble actoralmente, aunque su papel, entre interesado y busca vidas, se construye más desde el fraseo y los matices. Mimbres tiene para una excelente carrera y su talento reclama papeles de mayor lucimiento.
El Edmondo del tenor Jorge Juan Morata quedó algo desdibujado pues la voz requiere mayor volumen y proyección para destacar. El Geronte del bajo Juan Carlos Esteve convenció actoralmente en el cometido de amante maduro autoengañado y vengativo y mostró una voz bien proyectada, de calidad y que precisa evolucionar hacia roles más exigentes.
La soprano Laura Obradors destacó en el rol de músico en su madrigal, con un buen canto legato, arcaico adrede, gracias a un instrumento redondo y sin aristas, que debe con todo ganar en cuerpo.
Comprimarios como el farolero del tenor Oriol Luque, a pesar del actual corte de pelo que destacaba entre tanta peluca castaña y blanca empolvada, el barítono Alejandro Chelet (sargento) y el bajo Lluís Vergés (comandante) demostraron que hay cantera y banquillo para ir ganando presencia en futuros montajes, pues sus breves frases dan poco de sí pero muestran posibilidades si se les va dando continuidad. El posadero del barítono Quim Cornet precisa sin embargo mayor apoyo para que la voz corra y sea más audible.
Josep Subirá
(fotos: A. Bofill)