Saariaho antes de Saariaho. Escuchas en su recuerdo

Con el pesar de una despedida inesperada, la de la compositora finlandesa Kaija Saariaho (1952-2023), pensamos en su música, que repentinamente ha adquirido la forma cerrada de legado y escrutamos cuantos obituarios han aparecido de manera apresurada. Casi todos coinciden en destacar dos aspectos, el de la desaparición de la gran música que el país de Sibelius ha aportado en la segunda mitad del siglo XX y el de la enorme consideración alcanzada como autora operística. Por descontado todas las notas concuerdan en algo –y esta tampoco iba a ser excepción–, la constatación de la preeminencia de su figura no ha venido auspiciada por ninguna artificial operación cultural; su música responde por sí sola a los porqués de la grandeza con la que se la señala.
No obstante conviene poner en valor a Saariaho antes incluso de Saariaho. Con L’amour de loin, encargo del Festival de Salzburgo, la compositora inició un recorrido que habría de auparla a lo más alto de los cenáculos de la lírica. Tendrían que venir algunos títulos mediante hasta llegar a la ópera que mejor lograría encerrar sus pensamientos, Only The Sound Remains, venturosamente programada en el Teatro Real de Madrid en 2018. Nunca traicionó su propio sendero, aunque a veces este, por la rimbombancia del aparato operístico, se dilatara. Sin embargo, en la obra de teatro musical recién referida confluían muchas de sus inquietudes, plasmadas de una forma sobresaliente. Estaba coyunturalmente en ella el teatro Noh japonés, también una cuidada decantación de la música tradicional finesa y un tratamiento electroacústico (Saariaho sintetizó el postrero espectralismo y las enseñanzas de Pierre Boulez durante su estancia en el IRCAM) que quintaesenciaba aún más la escritura instrumental prolongándola con ecos y espacios sonoros confortables, ensoñados.
“La ópera puede ser un camino espiritual de elevación”, reiteró entonces, con motivo de este título, en unas entrevistas y otras. Pero esa vía espiritual ya se había iniciado mucho tiempo antes. Incluso en una soberbia obra temprana como Verblendungen (1982-84), también una de las más intransigentes y permeables a múltiples escuchas de su catálogo (recogida discográficamente en un añejo CD del sello BIS, lanzado en 1997, cuyo título daba pista sobre su carácter de presentación en sociedad: A portrait of Kaija Saariaho). Se trata de una obra para gran orquesta y dispositivo electrónico de una robustez desacostumbrada en muchas de sus partituras ulteriores. En ella conviven capas electrónicas muy perceptibles y texturas instrumentales masivas; ambas buscan un camino de expresividad directa, de apelación constante al oyente. Nunca estuvo la post-espectral Saariaho tan cerca de Xenakis como en algunas de las implosiones de color que restallan aquí. Y, al mismo tiempo, tan distante del compositor de Jonchaies en otra pieza del mismo tiempo que la citada, Jardin Secret I, única obra de música electrónica en su catálogo (hay otra, Stilleben, de 1988, más adscrita al arte radiofónico). Tajante creación esta que perfectamente podríamos englobar más en una idea de computer music (se piensa en Morton Subotnick) que bajo el paraguas de la electroacústica centroeuropea.
En este hilo de brillantes extrañezas convengamos en la escucha de Lichtbogen (1986), probablemente más conocida que Verblendungen por estar escrita para ensemble (lo que la hace más propicia para ser ejecutada) y también por su recreación del sonido de la aurora boreal mucho antes de que un John Luther Adams diera forma a sus gélidos paisajes sonoros (Artic Dreams). También Lichtbogen forma parte de una obra grande de Saariaho que ha de escucharse en toda su integridad y complejidad, el ballet Maa (1991), donde la delicadeza de algunas secciones llevan la poética de la finesa a una probable idea de minimalismo en la concreción del gesto instrumental y en la desnudez de muchos de sus momentos más inspirados. Su escasa impronta rítmica y el tono ambiental que estampa la electrónica casi parecen señalarlo como un anti-ballet.
Concluiremos esta sesión de escucha posible y que quizás habría extrañado a la propia compositora con el cuarteto de cuerdas con electrónica Nymphea (1987), que estrenó el Kronos Quartet. Granulosa y orgánica composición en la que se abocó al esculpido de un ambiente en el que los efectos electrónicos interceptan cada una de las líneas que desprenden los instrumentistas, quienes dan forma a un conglomerado en el que frases expresionistas se entrecruzan con otras a modo de detritus ruidistas. Al final se susurra fantasmagóricamente un poema de Arseniy Tarkovski acerca del deseo del ser humano por alcanzar lo desconocido (…but there has to be more). Si hay ese más, ojalá Kaija Saariaho lo esté habitando y descubriendo en este justo momento.
Ismael G. Cabral