SEVILLA / ROSS: fuego en la batuta, por Ismael G. Cabral
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 17-01-2019. Alexei Volodin, piano. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Marc Albrecht. Obras de Strauss, Rachmaninov, Dukas y Stravinsky.
Ismael G. Cabral
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casión importante la de encontrarnos con un director invitado en el podio de la Sinfónica de Sevilla como Marc Albrecht [en la foto]. Especialmente porque no vamos sobrados por estos pagos de batutas con una trayectoria tan sugerente y respetable como la del director alemán. Sobre el papel, además, un programa inteligente, bien confeccionado (algo tampoco muy habitual), que incluso daba crédito al infrecuente Concierto nº 4 de Rachmaninov.
Comenzó con una versión henchida de contrastes y con uso muy hábil y dramático de los silencios y los crescendos de Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel de Richard Strauss. Albrecht imprimió a la ROSS un tono
vitriólicamente ácido, burlón (y a fe que, por más que obvio, no es gratuito indicarlo), puede que incluso sabiamente agrio en los metales. Fue la suya una dirección que tendió más a la disección que al emborronamiento dramático; de gestualidad diáfana, sin excesos ni pintorescos bailes. Todo un placer verle conducir a los profesores de la orquesta.
Los mismos valores apreciados en Strauss se volvieron a poner de relieve en El aprendiz de brujo de Dukas, compositor del que urge (bueno, lleva urgiendo casi un siglo) recuperar otras tantas partituras suyas.
Ejemplar la respuesta de la Sinfónica de Sevilla, quizás en una lectura algo más brumosa de la cuenta, menos amable de lo que buena parte de la amplia discografía de la pieza nos tiene acostumbrados.
Con la suite de El pájaro de fuego de Stravinsky, concluyó el concierto. Solo lamentamos no haber recurrido a la interpretación del ballet íntegro, aunque ello hubiera obligado a una replanteamiento de todo el programa. Albrecht planteó una versión de esmerado preciosismo y, a la par, de recargadas tensiones. Desde luego que la ROSS entregó un sonido más conectado con las aristas del siglo XX que con cuanto de conexión con el pasado tiene todavía esta música. En la coda, el director elevó el nivel de desasosiego a una enorme altura, precipitando el final de una interpretación soberbia técnica y estéticamente.
Por el camino Alexei Volodin desgranó el Cuarto de Rachmaninov, música esta que se enroca una y otra vez y que no parece encontrar el sentido del discurso en sus procelosos treinta minutos. El pianista, además de hacer gala de un imponente dominio técnico, buscó antes que imponerse mezclarse con el aparato orquestal que conducía Albrecht. No hubo atisbo de superficialidad en el sonar del teclado del ruso, mimetizado e incisivo, defendiendo lo mejor que podía los ríos de virtuosismo que tan interiorizados trajo.
Ismael G. Cabral
(Foto: Guillermo Mendo/ROSS)