ROMA / No hemos vencido al coronavirus, pero él tampoco nos ha derrotado (Rigoletto en el Circo Massimo)
Roma. Circo Massimo. 16-VII-2020. Verdi, Rigoletto. Iván Ayón Rivas, Roberto Frontali, Rosa Feola, Riccardi Zanellato, Martina Belli, Irida Dragoti, Gabriele Sagona, Alessio Verna, Pietro Picone, Matteo Ferrara, Angela Nicoli, Marika Spadafino, Leo Paul Chiarot. Director Musical. Daniele Gatti. Director de escena: Damiano Michieletto.
El Teatro dell’Opera de Roma, obligado en marzo a cerrar sus puertas por el confinamiento, ha podido mantener su tradicional temporada de verano, aunque para ello ha debido de migrar de las Termas de Caracalla al Circo Massimo, cumpliendo así con el criterio de distanciamiento interpersonal impuesto por las autoridades sanitarias. En el lado oeste del que fuera mayor estadio de la antigüedad (¡250.000 espectadores!), el Teatro dell’Opera erigió, para este Rigoletto, un moloch recubierto tela negra (¡una Kaaba en el corazón de Roma!) sobre un escenario de 1.500 metros cuadrados al aire libre, 500 de los cuales estaban reservados a la orquesta, que había situado a las flautas en primera fila, mientras el coro se dividía en dos en los laterales.
Evidentemente, la distancia entre los instrumentistas, dadas las generosas e inusuales dimensiones del recinto, dificultó la coordinación entre los intérpretes, pero el talento de Daniele Gatti hizo milagros y consiguió la que orquesta sonara de maravilla. Fue la suya es una lectura intimista, envuelta en un torbellino de colores inesperados. Gatti logró acariciar la parte heroica de los metales con gracia y elegancia. Todo ello, ante la presencia de 1.400 espectadores.
La producción escénica planteaba grandes desafíos espaciales. Por ejemplo, cómo situar la acción en un primer plano en medio de escenario tan disperso. Fue aquí donde intervino el genio creativo de Damiano Michieletto, que adoptó una estratagema del metateatro, al actuar como telón de fondo una megapantalla en la que se proyectaban las imágenes filmadas por dos camarógrafos. Como por arte de magia, el efecto de zoom recomponía una escena desestructurada por la distancia entre los protagonistas, haciendo que pareciera casi un vídeo de la misma obra.
El enfant terrible de la escuela de escenografía italiana decide trasladar a Rigoletto al mundo contemporáneo, a un país indefinido (¿sudamericano?), en el que el Duque (¿Niarchos?) es jefe de una banda de mafiosos y los cortesanos, los gánsteres matones. Es como una road-movie, en la que todo se desarrolla entre una espléndida colección de coches de los años 70 (único ‘mobiliario’ sobre el escenario), con diferentes puestas de escena para cada acto. La labor de Michieletto recibió muchos aplausos, pero también críticas por parte de un público demasiado tradicional que sigue exigiendo que la acción transcurra en la propia época de… ¡Verdi! Es un público que va al teatro para complacerse dentro de ese capullo de su zona de confort. Afortunadamente, se trata de una minoría.
El elenco vocal resultó también excelente. Los tres actores principales estuvieron extraordinarios. Roberto Frontali, bordó el papel de Rigoletto con su extraordinaria presencia escénica. Rosa Feola fue una Gilda de manual en Roma, ciudad en la que dio sus primeros pasos como soprano. El tenor Iván Ayón Rivas fue quizá el menos incisivo de los tres, pero su físico le vino como anillo al dedo a su papel de vanidoso Duque de Mantua.
Entre tanto acierto, un único lunar. O, más bien, dos: los subtítulos, en posición de estéreo a ambos lados Circo Massimo, obligaron al espectador a un ejercicio continuo de torsión de cuello, resintiéndose las cervicales. ¿No habría sido mejor poner los subtítulos en la pantalla sobre la que se proyectan las imágenes? También resultó algo molesto el retraso en la sincronización audio-vídeo, aunque fuera mínimo, ya que el sonido de las voces era siempre el mismo, con independencia de la posición que estas tuvieran en el escenario. Era tanta la calidad del sonido amplificado que se asemejaba más a una grabación discográfica que una actuación en directo. En definitiva, un Rigoletto de… Netflix. Y una curiosidad: ¿dónde estaban colocados los micrófonos? Fue imposible ver uno solo.
La pareja Fuortes-Vlad (superintendente-director artístico) ha dado en el clavo al hacer que el Teatro dell’Opera haya uno de los primeros en abrir las puertas, cuando se temía que estuviera condenado a estar mucho tiempo clausurado. Un gran espectáculo, a la altura de los grandes festivales europeos, muchos de los cuales siguen con sus persianas bajadas. Bien que hicieron los representantes de las instituciones políticas (desde el presidente de la República Italiana hasta el alcalde de Roma) dando apoyo moral con su asistencia al estreno.
Franco Soda