ROMA / Michieletto lleva la ‘Flauta mágica’ al colegio
Roma. Teatro dell’Opera. 14-I-2024. Juan Francisco Gatell, Zachary Aktman, Markus Werba, Emõke Baràth, Alexsandra Olczyk, John Relyea, Caterina di Tonno, Marcello Nardis, Arturo Epinosa, Nicola Straniero, Anja Jeruc, Valentina Gargano, Adriana Di Paola, Dorotea Marzullo, Miriam Noce, Laetitia De Paola. Dirección musical: Marco Spotti. Dirección escénica: Damiano Michieletto. Mozart: La flauta mágica.
El enfant terrible de la dirección escénica italiana, Damiano Michieletto, regresa a Roma, donde firma la dirección de La flauta mágica de Mozart. Sus producciones suelen dividir: aclamadas o abucheadas, son fruto en todo caso de mucha ponderación. Son meta-tramas, donde una historia paralela encaja, o casi, con el libreto original. Puede gustar o no. Viendo el éxito de Michieletto, que firma nuevas producciones en todas partes, tanto en Italia como en los más importantes teatros internacionales, parece que hay más admiradores que detractores.
Aquí la idea es tan simple como atrevida: un colegial, un poco atrasado en sus estudios, se aburre durante las clases. Escapa al aburrimiento volando con las alas de la imaginación: sueña despierto. La pizarra, lugar físico e instrumento cognitivo en la escuela, es aquí la ventana a un mundo onírico. Un mundo privado y fantástico, reflejo del viaje iniciático del Papageno no iniciado, así como de Tamino. La Reina de la Noche es la representación del oscurantismo. De hecho, quiere quemar los libros, es decir, el conocimiento. Todo lo contrario de la Ilustración masónica defendida en el libreto de Schikaneder por Sarastro, campeón del pensamiento racional. Las tres Damas son monjitas revoloteando alrededor del estudiante apático. Una vez terminado el sueño, la pizarra vuelve a cerrarse. Tamino vuelve a la realidad: las aburridas lecciones. Y triunfa el amor.
La escuela, alegoría del rito de paso a la edad adulta a través de los conocimientos que allí se transmiten, es una dimensión fantástica a lo Harry Potter. Aunque se trata de una clave rebuscada, al final todo cuadra. Los abucheos fueron numerosos en el estreno, pero los “bravos” fueron más. El público romano, perezoso y más tradicionalista, se indignó por la temeraria interpretación, sacrílega para ellos.
La dirección de Marco Spotti fue un poco perezosa: no incisiva. El sonido orquestal fue a veces un poco tímido: se ahogó en el foso de la orquesta. Venía de lejos. Fugaz. Un elogio para el coro, siempre presente. La dicción fue siempre perfecta. No podrían haberlo hecho mejor.
El reparto, sobre el papel, tenía gran nivel. En el escenario, un poco menos. En la Flauta Mágica, la expectación siempre se centra en la Reina de la Noche, que es la “prueba de fuego” en esa aria que hace temblar a las sopranos: la pirotécnica cascada de sobreagudos al final de un aria ya de por sí emocionante, todo ello interpretado en una tesitura peligrosa. Alexsandra Olczyk tiene unos agudos brillantes y seguros, mientras que en las agilidades el legato no estuvo tan fina.
En el reparto masculino, los dos protagonistas -Tamino (Juan Francisco Gatell) y Papageno (Markus Werba)-, el uno un estudiante apático con una imaginación prodigiosa, el otro un conserje, estuvieron igualmente bien en la inflexión de voz que otorga fuerza dramática a los dos personajes, perfectos en la dicción como en la técnica. Emöke Baráth fue una Pamina comme il faut.
Otra sacudida del polvo de la tradición que todavía cubre la programación de la Ópera, muy apreciada por el público más tradicionalista: una modernización que ha sido la marca de la era Fuortes, y que el nuevo director artístico Giambrone parece querer abrazar.
Franco Soda
(fotos: Michele Crosera / Teatro La Fenice de Venecia)