ROMA / La ‘Salomé’ de Barrie Kosky divide al público
Roma. Teatro dell’Opera. 17-III-2024. John Daszak, Katarina Dalayman, Lise Lindstrom, Nichokas Brownlee, Joel Prieto, Karina Kherunts, Michael J. Scott, Christopher Lemmings, Marcello Nardis, Eduardo Niave, Edwin Kaye, Nicola Straniero, Alessandro Guerzoni, Giuseppe Ruggero. Dirección musical: Marc Albrecht. Dirección escénica: Barrie Kosky. Richard Strauss: Salomé.
El Teatro de la Ópera de Roma avanza lentamente hacia una internacionalización de su programación, proponiendo sobre todo a directores de escena que, si bien son habituales en los teatros europeos, son muy raros en Roma. Ahora es el turno del australiano Barrie Kosky, quien firma la dirección escénica de Salomé, de Richard Strauss, un acto único de gran intensidad dramática.
Kosky, junto a la escenógrafa Katrin Lea Tag, realizan un trabajo de sustracción potenciando la teatralidad del texto, con la palabra como protagonista. Así, el escenario es una caja negra donde un rayo de luz atraviesa la oscuridad: un punto que ilumina al protagonista del momento.
La representación comienza en la sala envuelta en tinieblas, atravesada por ruidos siniestros: el inquietante susurro de un batir de alas es un presagio de muerte. Entonces aparece una figura femenina, enfundada en un vestido brillante de pedrería, adornado con un suntuoso tocado de largas plumas blancas en forma de anémona. Tentáculos tóxicos, como tóxicas son las aspiraciones de Salomé, que se mueve lenta y sensual, pavoneándose con su vistoso adorno, metáfora de la conciencia narcisista del poder seductor de su irresistible belleza que arrastrará a Herodes al torbellino del horrendo pacto: a cambio de la “danza”, tendrá la cabeza de Jochanaan para darle ese beso que, no concedido a ella en vida, no podrá rechazar en la muerte. Beso necrófilo, pues. Esa cabeza, macabro trofeo, oscila como un péndulo: mientras Herodes se debate alternativamente entre el deseo irresistible impulsado por la excitación lasciva y un último suspiro de dignidad: atraído magnéticamente por el joven cuerpo de Salomé, acepta el strip-tease fatal de la perversa doncella. Esas oscilaciones representan magníficamente la parábola de la fluctuación imparable, del fluctuar del alma humana entre los instintos, innombrables, animalescos, compulsivos, y el mundo de la racionalidad, regido por los frenos inhibidores de la ética.
Marc Albrecht, consumado intérprete straussiano, se adentra en la partitura que tanto peso tiene en la evocación del drama de Herodes. Su dirección es un caleidoscopio de colores y sonidos que refleja los sentimientos, un bosque de sugerencias en el que uno se pierde… La orquesta ofrece una muy buena interpretación: aunque comienza con una cierta suavidad, pronto adquiere una tensión dramática que engancha al oyente, incluso si no alcanza esa dureza aguda, esa aspereza ácida que pone la piel de gallina, que reverbera el drama amoral en escena.
El reparto es valioso. Lisa Lindstrom, una “veterana” en el papel de Salomé, tiene siempre la fuerza vocal para atravesar el muro de decibelios de la musculosa orquesta. Fuerza atemperada por refinados pianissimi muy íntimos. Ofrece momentos de intenso patetismo. Jochanaan tiene la poderosa voz de Nicholas Brownlee, perfecta para retratar la obstinada intransigencia del radicalismo de la fe. El Herodes de John Deszac es convincente en el drama de la debilidad de la carne que le lleva a cumplir el insano pacto. Katarina Dalayman, voz wagneriana, libera de florituras el papel de Herodías, retratando bien la vida banal de una vieja pareja según la lectura del director.
Una buena versión de Salomé, cuya dirección escénica no ha sido del todo apreciada por el público más tradicionalista o menos acostumbrado a la representación menos convencional de las óperas, tal como se hace al otro lado de los Alpes. Hubo una mezcla de ‘¡Buh!’ y ‘¡Bravo! Para ser justos, los primeros vinieron en respuesta a los segundos.
Franco Soda
(foto: Fabrizio Sansoni/Teatro dell’Opera di Roma)