RINER / Orquesta del Miracle: ha nacido una estrella
Riner (Lérida). Iglesia del Monasterio del Miracle. 3-VI-2023. Festival Espurnes Barroques. Marta Mathèu, soprano. Orquesta del Miracle. Juan de la Rubia, director. Obras de G. Muffat, F. Valls, J.S. Bach, Vivaldi , Purcell y Haendel.
El festival Espurnes Barroques es un ejemplo de cómo la música puede trascender lo cultural para alcanzar otras esferas de la vida. Durante cinco fines de semana de los meses de mayo y junio, se organizan más de veinte conciertos, la mayoría de ellos centrados en la música barroca. La fundación tiene una clara vocación de dinamizar e influir a varios niveles en el territorio rural en que se imbrica, una veintena de pequeños municipios de las comarcas leridanas del Solsonès, Bages, Anoia y Segarra, tal y como informa su página web. Por cierto, unos parajes por momentos casi idílicos. Esta actividad concertística se ve complementada por una intensa labor pedagógica que excede el ámbito cronológico del festival para extenderse por buena parte del año, trabajando con distintos colectivos de la zona, llevando a cabo importantes acciones inclusivas y haciendo encaje de bolillos con un presupuesto modesto que estiran casi de forma inverosímil. El festival apuesta por un enfoque multidisciplinar que va más allá de la música, dando también cabida en sus conciertos a la danza, las artes plásticas y la gastronomía.
Para esta sexta edición su director, Josep Barcons, junto al organista Juan de la Rubia, aunaron esfuerzos para crear una orquesta barroca que toma el nombre de la sede de la fundación del festival: el Santuario del Miracle. Y así ha nacido la Orquesta del Miracle. Voy a intentar resistirme a hacer juegos de palabras con su nombre pero tiene un mérito enorme haber conseguido llevar a buen término tan loable propósito porque estamos ante una orquesta barroca en toda regla, con más de 20 músicos… ¡y qué músicos! El grupo tendrá su sede en el propio monasterio y se concentrará todos los años durante cuatro días para preparar el programa del concierto que ofrecerán en el festival. Como no puede ser de otra manera, la idea es llevar esos y otros programas más allá de los confines del monasterio y, si yo fuera programador, no dudaría en intentar apuntarme el tanto de ser el primero en contratarles porque el resultado artístico es, ya se lo adelanto, sencillamente deslumbrante. Lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que al frente de la orquesta se encuentra Juan de la Rubia –sobran las presentaciones, estamos ante el posiblemente mejor organista español y uno de los mejores músicos del momento–, que ha reclutado a un elenco de músicos de ensueño, la mayor parte jóvenes pero sobradamente preparados, no en vano ya están colaborando la mayor parte con las mejores orquestas barrocas del momento. Entre ellos se encuentran el violinista y concertino de la orquesta Ignacio Ramal –ya me he referido a él en anteriores crónicas, así que no repetiré su excelencia–, el violonchelista Marc Alomar, el fagotista Carles Vallès (quizás el más veterano del grupo) o el flautista David Gutiérrez, líder del grupo Anacronía. La paradoja, tal y como señalaba Juan de la Rubia en la presentación oficial de la orquesta que tuvo lugar antes del concierto, es que muchos de estos músicos, que oscilan entre los 25 y 35 años, no tienen un grupo estable en España. Así que la Orquesta del Miracle nace con la intención de paliar en parte la escasez de formaciones barrocas estables y de cierta envergadura en nuestro país.
Para su presentación en sociedad la orquesta contó con la presencia como hada madrina de la soprano Marta Mathèu, que se ha sumado al proyecto con el mismo entusiasmo y dedicación que los músicos. Su grado de implicación ha sido admirable y ha contagiado su humor y vitalidad a toda la orquesta.
El ambicioso y atractivo programa diseñado por de la Rubia, bajo el título “Miracles per Europa”, pretendía ser un compendio de los más importantes estilos y algunas de las principales formas musicales que se podían encontrar en la música europea a finales del siglo XVII y el primer tercio del siglo XVIII, ideado para demostrar el potencial y la versatilidad de la orquesta. El orgánico de la misma para este concierto estaba formado por cuatro violines primeros, cuatro segundos, dos violas (tres en el concierto de Brandemburgo), dos violonchelos (tres de nuevo en el Brandemburgo), contrabajo, oboe, traverso (que hizo las partes del segundo oboe en algunas partes del concierto), fagot, flauta de pico (para la obra de Valls), cuerda pulsada y clave-órgano. Juan de la Rubia dirigió desde el clave, de pie, alternando momentos en que abandonaba el teclado para dar indicaciones a la orquesta, siempre con un gesto discreto (otra cosa estaría fuera de lugar en este repertorio), elegante y yo diría que incluso amable.
Desde los primeros compases del Concerto grosso nº 4 de Muffat, ya nos sorprendió –relativamente–, el sonido poderoso y bien empastado de la orquesta. El intenso trabajo de ensayos se ha traducido en una orquesta que ya tiene personalidad y empaque. Frente a las raquíticas formaciones que tan frecuentemente se presentan con un instrumento por parte, da gusto encontrarse con una sección de cuerda bien nutrida, sobre todo en una obra como ésta en la que el juego entre el concertino (grupo de solistas) y el ripieno (resto de la orquesta) es parte esencial del efecto que se persigue. Y esto tiene más valía si tenemos en cuenta las condiciones acústicas extremas de la iglesia del Miracle, un templo barroco con un retablo espectacular pero con unas condiciones espaciales muy ingratas para hacer música, con una reverberación inmensa, que ha sido parcialmente mitigada durante el concierto colocando alfombras en el suelo y gracias a la presencia del numerosísimo público que llenaba el aforo de la iglesia (el número de asistentes doblaba la población del pueblo de Riner, a cuyas afueras se ubica el monasterio). La inclusión de Muffat en el programa resumía el espíritu del mismo, pues este compositor estudió durante su juventud con Lully en Francia y más tarde conoció a Corelli en Roma, de tal forma que ya materializó la idea de los gustos reunidos, el concepto que utilizará años después François Couperin para referirse al ideal de conjugar lo mejor de la música francesa e italiana; e incluso podemos decir que avanza también el estilo mixto de Telemann y otros compositores alemanes. Corelli, Telemann o incluso Lully y Rameau (con los ajustes y refuerzos oportunos) son compositores que estoy seguro que esta orquesta es capaz de afrontar con todas las garantías.
El siguiente compositor en comparecer en el programa fue Johann Sebastian Bach. Primero con el aria inicial de la célebre Cantata 202, Weichet nur, betrübte Schatten (Apartaos tristes sombras), con el doble protagonismo para la soprano Marta Mathèu y el oboísta Rodrigo López Paz. Y ambos estuvieron soberbios: Mathèu delicada y jovial, siguiendo el sentido del texto; el joven oboísta cubano segurísimo, con un bello sonido, sin estridencias, y un gran control de la respiración. Después fue turno para el Concierto de Brandemburgo nº 3, quizás el más italiano del conjunto pero con un tejido contrapuntístico endiablado marca de la casa. Las tres partes de violín, las tres de viola (mención especial para un formidable Joaquín Reyes) y el sólido soporte de la sección grave de cuerda y el clave de Xabi Urtasun, todo se integró en un conjunto equilibrado que por momentos (sólo por momentos) nos hizo olvidar la dificultad que supone interpretar esta obra, que básicamente consta de dos movimientos que se suelen enlazar con un breve puente de apenas dos compases; esta cadencia pide a gritos una improvisación, que como tal nunca se dejaba escrita y muchas interpretaciones se limitan a tocar este escuálido pasaje tal cual, apenas ornamentado. Juan de la Rubia no podía dejar las cosas así e improvisó al clave un movimiento de unos dos minutos en el más genuino espíritu barroco, muy bello, un poco arcaizante (¿ecos de Georg Böhm o incluso Froberger?) tras el cual fue atacado el frenético perpetuum mobile del tercer movimiento.
Turno a continuación para la aportación ibérica en la persona de Francisco Valls, músico que a finales del siglo XVII y principios del XVIII ocupó importantes puestos en algunos de los templos más importantes de Cataluña hasta ser nombrado maestro de capilla de la catedral de Barcelona. Su tono divino Pues hoy benignas las luces es una obra sorprendente por su calidad, de estilo muy italianizante (los ritornellos recordaban a los de los oratorios de Alessandro Scarlatti), con una parte solista para soprano que Marta Mathéu cantó con gusto y buena dicción, y con una sección final con protagonismo instrumental para el traverso y la flauta de pico (Carles Vallès, que abandonó por un momento el fagot para demostrar su versatilidad), curiosa combinación que quizás no esté en la obra original y se deba a un arreglo (¿del director?) para adaptar la obra a los instrumentos disponibles.
No podía faltar Vivaldi en un recorrido por la música barroca europea. El Concierto para violín, órgano y orquesta en re menor, RV 541 es una obra plenamente representativa de su estilo maduro. En el primer movimiento, entre ritornello y ritornello de la orquesta, el protagonismo es para los dos instrumentos solistas, en armoniosa convivencia o en abierto duelo por destacar. Cuando se tienen dos solistas como Ramal y de la Rubia en estos duelos pueden saltar chispas (lo cual conjuga bien con el nombre del festival) y esto es lo que ocurrió: cada intervención del uno era respondida con más intensidad y virtuosismo por el otro, emulando las competiciones entre músicos que se relatan de la época barroca (algunas probablemente inventadas o, al menos, sazonadas adecuadamente por la imaginación del escriba de turno). El segundo movimiento dejó en solitario al violín acompañado con delicadeza por la tiorba de Francesco Olivero, Y en el tercero el órgano retomó el protagonismo, con un Juan de la Rubia sensacional; es imposible sacar más rendimiento a un órgano positivo aunque supongo que ayuda el hecho de que el instrumento que tocó no es un positivo al uso sino un fantástico ejemplar de Frédéric Desmottes, organero francés afincado desde hace muchos años en Landete (Cuenca), capaz de conseguir un sonido más bello, con más cuerpo y presencia que los anodinos órganos de concierto habituales.
En el aspecto vocal lo mejor estaba aún por llegar y lo haría con un hábil golpe de efecto. Tras los aplausos a la obra de Vivaldi, empezó a sonar el chelo que anuncia el lamento de Dido del Dido y Eneas de Purcell, pero faltaba la cantante. Una voz empezó a sonar desde un lugar oculto y a los pocos segundos Marta Mathèu apareció con su vestido rojo en medio del retablo, entre santos, ángeles y dorados. El sentimiento con el que cantó esta música sublime, el control de la respiración para reducir hasta casi lo inaudible la sección final del lamento de una Dido a punto de expirar por el dolor del abandono, con unos filados portentosos, todo ello maravillosamente proyectado desde las alturas, convirtieron este momento en algo casi mágico.
Para terminar (es un decir) nos quedaba el bloque dedicado a Haendel, casi un concierto dentro del concierto, que el público asumió como algo unitario, a modo de sinfonía en varios movimientos, ya que no aplaudió tras ninguna de las cuatro arias de Rodelinda ni tras la música instrumental que se intercalaba (la obertura de Rodelinda, dos movimientos del Concerto grosso op. 3 nº 3 y el movimiento final del Concierto para órgano op.4 nº 3). La obertura sonó rotunda, con los ritmos a la francesa bien marcados y una ágil sección fugada; hay que decir que el traverso se hizo cargo de la segunda parte de oboe durante toda esta parte final del programa. Las arias de la protagonista de esta ópera, compuesta por Haendel en 1725 en un momento de estado de gracia en el que encadenó tres obras maestras (Giulio Cesare, Tamerlano, y Rodelinda) cubren un amplio arco dramático que quedó plenamente recogido en el concierto por la selección de Marta Mathèu. Empezó con las patéticas Ritorna, oh caro e dolce mio tesoro y Ombre, piante, urne funeste, donde la soprano tarraconense hizo gala de una gran intensidad dramática y un recurso que repitió en todas las arias y que ya había dejado ver en las obras que cantó anteriormente: en los da capo, en lugar de realizar grandes ornamentaciones y para no caer en la monotonía de la simple repetición de la sección A del aria, llevó el canto a su terreno, jugando con las dinámicas, donde ella se siente más cómoda, comenzando estas secciones en pianissimo y continuando con unas messe di voce que no están al alcance de cualquiera, haciendo gala de un fiato envidiable. El aria de bravura L’empio rigor del fato y la exultante Mio caro bene también encontraron una afortunada interpretación, tanto por técnica como por sentimiento. La orquesta, bajo la transparente dirección de su director, mostró en todo momento una comodidad asombrosa, anunciando que es una formación que puede acometer el repertorio de las óperas haendelianas perfectamente. Y es que parece que el sajón es un compositor que le va como anillo al dedo, como atestiguaron en los interludios instrumentales, entre los que no me resisto a destacar el del concierto de órgano, con Juan de la Rubia de nuevo como protagonista; después de lo escuchado animaría a que una de las primeras grabaciones del grupo fuera la integral de los conciertos para órgano de Haendel o, al menos, el opus 4. Me atrevería a decir que a día de hoy no existe ningún registro a la altura, ni siquiera el de Ghielmi.
Tantos minutos sin aplausos presagiaban una ovación final que, efectivamente, se produjo. Como agradecimiento, los músicos repitieron el movimiento final del Concierto op.3 nº 3 y el lamento de Purcell, ahora ya con la soprano abajo, privada de su efímera naturaleza escultórica pero cantando, si cabe, todavía mejor que la primera vez. En cuanto a la orquesta, simplemente les diré que dentro de algunos años podré decir, con un deje de orgullo y algo de nostalgia, “yo estuve en el primer concierto de la Orquesta del Miracle”. Le auguro y deseo una larga y fructífera vida.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Marc Trilla)