RIBADEO / Por el amor y la muerte
Ribadeo. Auditorio. 20-VIII-2021. VIII Festival Bal y Gay. Javier Perianes, piano. Obras de Beethoven, Chopin, Granados y Liszt.
El Festival Bal y Gay ha vivido con este recital de Javier Perianes un momento crucial en su todavía breve pero intensa historia. Y el onubense ha vuelto a demostrar por qué es uno de los grandes pianistas de hoy aquí, allí y en cualquier parte. Quien haya seguido su trayectoria ha podido ver el crecimiento constante de un artista a quien ya no se le pueden aplicar los criterios de la edad —a punto de cumplir los cuarenta y tres— o de la ciudadanía —ese “españoles” que sirve, todavía, para limitar los méritos— como restrictos de una categoría que le corresponde por derecho propio, cumpla los años que cumpla y haya nacido donde fuere. Y dejando claro, además, que no parece haber para él plaza pequeña y que lo que ofrece alcanza la misma altura en el Auditorio Hernán Naval de Ribadeo que en la Konzerthaus de Viena o en el Davis Symphony Hall de San Francisco, por poner dos de sus próximos destinos.
El programa giraba alrededor de la vida y la muerte con cuatro obras erizadas de dificultades técnicas y de expresión: la Sonata nº 12, op. 26 de Beethoven, la Sonata Nº 2 de Chopin, Los requiebros y El amor y la muerte de Goyescas de Granados y Funerales de las Armonías poéticas y religiosas de Liszt. En la sonata de Beethoven el discurso surgió de una interiorización muy clara del estilo, eso que seguirá apareciendo a lo largo del recital, que será uno de sus fundamentos, pero que aquí se encuentra con disquisiciones, guiños, recursos interiores que hay que saber negociar mientras se mantiene la trama. Chopin fue poderoso y certeramente dramático, con el detalle añadido de la muy sabia contención en el último tiempo. En Granados lució en plenitud esa mezcla extraordinaria de gran pianismo romántico y de elegancia castiza —la gracia en Requiebros, el dolor en El amor y la muerte— que le otorga su personalidad única. Y en Liszt la suma del efecto y la idea sin dejar pasar esos atisbos de aventura sonora que culminarían, muchos años después, en sus últimas piezas. Como encores igualmente complementarios, la preciosa Mazurca, op. 63 nº 3 de Chopin y la transcripción lisztiana de la Muerte de amor de Tristán e Isolda de Wagner como un final en las alturas. La sesión discurrió con muy poquitas pausas, como buscando el pianista su concentración máxima y que, al mismo tiempo, no hubiera distracción para una audiencia cómplice.
Todo el recital tuvo una altura descomunal. Estamos acostumbrados a que se nos vaya la mano en el elogio o en la censura de lo propio, siempre pendientes de la comparación y el pero. Aquí ni hizo falta aquella ni apareció este. El resultado llegó por la vía de la inteligencia y a través de una mecánica sin fisuras, de un sonido impecable e implacable, segurísimo siempre en toda la gama dinámica, una suerte de virtuosismo natural, nunca impostado, nunca retórico, una admirable capacidad para emocionar sin trampas, haciendo música de la mejor manera posible.
Luis Suñén