EDITORIAL / Replantearse el sistema de ayudas
Hace unos meses, nuestros colegas de la revista Visual publicaban un editorial que nos parece muy interesante reproducir en parte en nuestras páginas con alguna actualización cronológica, y de cuyo contenido participamos por completo.
“Desde hace ya años, la revista cultural mantiene el difícil equilibrio entre los compromisos con el conocimiento y con el lector, por un lado, y con su pequeña economía de subsistencia, por otro. Está bien que sea así. Las revistas culturales son un espacio de reflexión en el tiempo. Son una ventana abierta al debate y a las opiniones. Es así desde hace tres siglos. Pero, sobre todo, son el archivo de la evolución de la cultura. Casi siempre, este compromiso ha estado asociado a una persona o pequeño grupo de personas. Como dice a menudo un pequeño editor de los de antes, las revistas culturales son un estado de ánimo”. A lo que nosotros añadiríamos, “en peligro de extinción”.
En esa economía de subsistencia, ha cumplido un papel importante el Ministerio de Cultura con sus ayudas a la edición. No siempre por su cuantía, que ha ido reduciéndose significativamente. Pero hasta hace unos años —la miopía del Tribunal de Cuentas acabó con ello—, la cuantía de esas ayudas era compensada por los editores con suscripciones sin coste a las bibliotecas públicas. Un sistema que funcionaba, que garantizaba el acceso a sus contenidos. Algún miope quiso ver ahí una compra encubierta. El resultado fue tan absurdo que las ayudas se mantuvieron, pero las revistas dejaron de estar en muchas bibliotecas. Nadie salió ganando, ni siquiera el miope.
Como otros sectores, la edición minoritaria está sufriendo los vaivenes de la economía postpandemia. Cabría pensar que como los demás, si no fuese por un pequeño detalle: la materia prima, el papel, supone el coste más directo sobre el producto final. Y el papel se ha incrementado en un 45 % en el primer semestre de 2022, lo que se suma al 20 % de incremento en 2021. Otras industrias han podido paliar el aumento de los costes, siquiera parcialmente, con incrementos en el precio final. Los editores lo han tenido menos fácil. Por un lado, el sistema de suscripciones supone que se fija el precio con un año de adelanto. Por otro, y volvemos al estado de ánimo, el compromiso con el lector va más allá del intercambio de mercancía y dinero: los editores de revistas culturales saben que no es el momento y no han incrementado sus precios.
La buena noticia es que las revistas culturales siguen ahí, pocas han desaparecido. Quizá porque sus economías de guerra son, además, creativas. Pero el mazazo ha llegado a final del pasado año 2022, de la mano del ministerio de Iceta.
Las ayudas se conceden a ejercicio finalizado. El editor cuenta con ellas, pero no sabe a ciencia cierta cuánto le va a tocar. Aunque se hace una idea. Hasta ahora. A principios de noviembre de 2022, ha sabido que las que corresponden a los números editados en ese año cubrirán también los editados en 2023. La partida presupuestaria es la misma que en años anteriores, pero corresponderá al doble de números, al doble de ejemplares, al doble de artículos y al doble de los costes de impresión. Y al doble de resmas de papel, claro. La puntilla, señor Iceta. En la práctica, se han reducido a la mitad.
No existe, hasta donde sabemos, un motivo que lo justifique. Es una trampa al solitario que la cultura se hace a sí misma. Pero es que el mazazo es doble: como otras industrias de la cultura, la edición se acogió durante la pandemia a los créditos que el gobierno procuró para paliar el destrozo que suponía aquella crisis…, créditos que precisamente ahora es cuando hay que empezar a pagar, “cumplido el periodo de carencia”.
A finales de año están previstas elecciones generales. De cara a ellas los partidos políticos redactarán sus programas en los cuales, sin duda alguna, la cultura ocupará un espacio menor dedicado a las grandes palabras, los rasgos elementales de una acción en la que se recordarán cosas por hacer desde tiempo inmemorial y se olvidarán de nuevo otras que causan ya cierta vergüenza ajena. Desde luego las revistas culturales no estaremos ahí. Sólo pedimos que se nos trate con seriedad, que se nos ayude, en la medida de lo posible, para que una empresa cultural sea tan factible como cualquier otra. Que se eche una mano a nuestra imaginación, a la misma que ha encontrado en lo digital una posibilidad de supervivencia y que, a fin de cuentas, acabará apoyándose más en otras instancias distintas al Ministerio de Cultura, empezando por sus lectores, en definitiva, quienes deberán decidir si nos quieren o no. Es urgente replantearse un sistema que antaño funcionaba y que hoy tiende a hacernos la vida imposible. ¶