Relevo en Granada
La designación de Antonio Moral como director del Festival de Granada para sus próximas cinco ediciones es una buena noticia para el certamen andaluz y para la música en España. Y es también un ejemplo de cómo cuando las cosas se analizan y se deciden poniendo la lógica por encima de cuestiones tan poco objetivas como el paisanaje el resultado no puede ser sino, en principio, positivo. Que las instituciones representadas en el Consejo Rector del Festival llegaran a la elección de Moral por consenso —recordemos: “acuerdo adoptado por consentimiento entre todos los miembros de un grupo”, según la a veces mal aplicada definición de la Real Academia Española— supone, además de la gratificación para el nombre elegido, la seguridad de que este va a contar con el apoyo de quienes le han mostrado con creces su confianza para llevar las riendas de una empresa —sesenta y ocho ediciones lo contemplan— que es historia viva de la música entre nosotros. Según la nota de prensa correspondiente, “los miembros del Consejo Rector han valorado la excelencia en la trayectoria del candidato, su solidez y prestigio, así como su dilatada experiencia tanto en la dirección de festivales como en la gestión pública al frente de organismos con gran proyección internacional”. Recordemos que, en efecto, Moral ha sido, entre otras cosas, director del Programa de Música de la Fundación Caja de Madrid, creador y director del Festival Mozart, director de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, director artístico del Teatro Real y director general del Centro Nacional de Difusión Musical del Ministerio de Cultura, dos etapas de su carrera, estas últimas, en las que dejó una huella decisiva. Hablamos, pues, de una trayectoria incomparable hoy por hoy con la de cualquier otro gestor profesional en el ámbito de la música española.
Y ahí, en la gestión, es donde puede estar la diferencia fundamental con la breve etapa del antecesor de Moral, Pablo Heras-Casado al frente del Festival de Granada. Cualquiera que siga con atención la actualidad de la vida musical sabe lo difícil que es que un intérprete se haga cargo de una programación por mucho que la idea pueda tentarle, un tanto a la manera, si se nos permite la comparación, de aquella frase que, dando la vuelta al tópico, decía que todo escritor es un crítico frustrado. Programar es una muy atractiva obligación pero que requiere no ya una agenda de primera clase sino un conocimiento del medio y del contexto, de lo que de negocio hay en la música, de disponibilidades y de actitudes muy difícil de manejar por alguien que ya tiene en su carrera ocupación suficiente. Por eso seguramente no cuajaron como sucesoras del maestro otras alternativas procedentes del mismo ámbito que estuvieron en los medios o sobre algunas mesas. Cada profesional sabe de lo suyo y aquí de lo que se trata es de proponer y gestionar, un trabajo que nada tiene que ver con el de dirigir.
A veces hemos comentado en Scherzo cómo algunos festivales, incluso cercanos geográficamente, se parecen entre sí, en las líneas más vistosas de su oferta, como gotas de agua. Cualquiera que haya seguido la trayectoria de Antonio Moral estará seguro de que, a priori, una de las bazas ganadoras de Granada con su elección es la de la personalidad, la de la propuesta claramente diferenciada del resto. Sin duda, inculcará su idiosincrasia a su programación —ese algo de creación parecida a la del director de un museo que cada vez se predica más de la gestión cultural—para ir construyendo el presente y el futuro de un festival sin el que no se entendería la evolución de la oferta musical española en el último medio siglo.
Desde aquí deseamos al Festival Internacional de Música y Danza de Granada y a Antonio Moral todo lo mejor en la nueva etapa que emprenden juntos. Ojalá el tiempo demuestre que, tal y como creemos, la decisión de ambos ha sido un acierto compartido. ¶
[Foto: Miguel Balbuena]
(Editorial publicado en el nº 358 de SCHERZO, enero 2020)