Recordando a Virginia Zeani

Mujer bellísima, excelente actriz y cantante de voz rica, brillante y generosa, Virginia Zeani acaba de fallecer casi centenaria en el estado americano de Florida, donde se había instalado en su retiro y donde durante varios años ejerció una provechosa actividad como profesora de canto e interpretación (antes había hecho lo mismo en la Universidad de Bloomington en Indiana). Solo con citar entre sus alumnas a Sylvia McNair, Elizabeth Futral, Elina Garanca y Vivica Genaux, se puede inferir que su tarea docente fue bien fructífera.
Zeani nació húngara en Bucarest en 1925, en una década prodigiosa en la que también vinieron al mundo celebridades sopraniles del calibre de Renata Tebaldi, Maria Callas, Victoria de los Angeles, Joan Sutherland, Antonietta Stella y Pilar Lorengar, con las que compartió repertorio en una dura concurrencia que no le impidió realizar una extraordinaria carrera. Soprano lírico- ligera en principio (Elvira, Gilda, Linda o Lucia), paulatinamente fue asumiendo partes de mayor peso vocal y dramático (Tosca, Fedora, Adriana Lecouvreur), cumplimentando un buen número de partituras variadas y disímiles desde la Cleopatra haendeliana a las de creación contemporánea. Fue una intérprete muy destacada de La voix humaine de Poulenc, elogiada por el compositor, de quien estrenó en la Scala en 1957 la delicada Blanche de la Force de Dialogues des Carmélites. Participó en algunas recuperaciones rossinianas, entonces rarezas y hoy ya reintegradas en los teatros como Zelmira y Desdemona así como el Mercadante de una Elisa e Claudio sin mucho futuro. También incidió en algún que otro Wagner (Senta, Elsa), Chaikovski (Tatiana) o Mascagni (parte de Mariella de Il piccolo Marat alentada probablemente por su marido, el gran bajo Nicola Rossi Lemeni, que era un siniestro L’Orco), sin olvidar, por supuesto, destacados títulos de Massenet, Donizetti y desde luego Verdi y Puccini. Muestra de una inquietud profesional tan original como arriesgada para la época.
Zeani ha dejado grabaciones suficientes para dar cuenta de su talento y sus inquietudes. Merecen destacarse: Alissa de Raffaello de Banfield (estrenada por ella en 1965), una memorable Traviata (con Violetta Valéry había debutado en 1948), El cónsul de Menotti (en italiano) o El demonio de Rubinstein, ofreciendo pruebas de su gran clase y capacidad para dominar estilos.
En el Liceu barcelonés se la escuchó con frecuencia, pero conviene destacar una incendiaria Fedora en 1977 con Plácido Domingo, con grabación en vivo incluida, cuya escucha sigue siendo muy recomendable. En 1965 fue en Madrid una carnosa Butterfly junto a Jaime Aragall.
Zeani había estudiado en su ciudad natal con Lucia Anghel y con famosa soprano rusa Lydia Lipkowskaya, perfeccionándose en Milán con el no menos célebre Aureliano Pertile. Sin duda, los dejó a todos en un buen lugar como docentes. Desde 1983 estaba retirada de los escenarios.
Con ella se va una la últimas y mejores representantes de una época dorada de la ópera del siglo XX.
Fernando Fraga