RASCAFRÍA / Cuando el violín se fue de casa
Madrid. Monasterio de Santa María de El Paular. 27-X-2019. MUSica ALcheMIca. Directora, violín y viola d’amore: Lina Tur Bonet. Obras de Cima, Castello, Uccelini, Falconieri, Marini, Weichlein, Marais y Corelli.
El violín surge en la primera mitad del siglo XVI, como un simple miembro —el más agudo— de la familia de las violas, y durante casi cien años no pasa de representar ese papel de comparsa. Su emancipación como instrumento solista se produce con el cambio de centuria, gracias sobre a un grupo de músicos que trabajan en el norte de Italia: Giovanni Paolo Cima, Dario Castello, Giovanni Battista Buonamente, Giovanni Battista Fontana, Biagio Marini, Francesco Turini o Tarquinio Merula. La del violín es una evolución rápida. Casi podría decirse que es una revolución. Una revolución que ha marcado el devenir de la música de Occidente en los últimos cuatrocientos años.
El último programa de la violinista ibicenca Lina Tur Bonet recoge ese momento en que el violín abandona la casa familiar de las violas y decide independizarse. Tur se centra, por supuesto, en la imparable eclosión que se está produciendo en Italia, pero sin olvidarse de lo que ocurre en otras partes de Europa. En Austria, por ejemplo, donde surge una extraordinaria plétora violinística, de la que son sus más conspicuos representantes Johann Heinrich Schmelzer y Heinrich Ignaz Franz von Biber, pero en la que hay que incluir también a un muy desconocido —aún hoy— alumno del segundo, Romanus Weichlein.
A todos estos primeros compositores que se dedican con ahínco a escribir para violín les unen no pocos rasgos, del cual seguramente el más destacable son sus audaces armonías. De ahí, el título del programa: La Follia (Follie, ciaccone ed altre bizarrie). Y sí, es que aquella música tenía mucho de locura (follia, en italiano), de extravagancia y de inusual. ¡Bendita locura!
Tur, que conoce a la perfección este repertorio, selecciona obras de Cima (Sonata Seconda per violino e basso en Sol menor), de Castello (Sonate Decima per due soprano), de Uccellini (Sonata detta “La Laura rilucente” en Do menor y Aria sopra “La Bergamasca”), del napolitano Andrea Falconieri (Folia echa para mi señora Dona Tarolilla de Carallenos), de Marini (Passacaglia en Sol menor de su colección Afetti musicali), de Weichlein (la bellísima Sonata III en La menor de Encaenia Musices) y, por supuesto, de Arcangelo Corelli (la Sonata nº 12 de su Opus V, conocida como “La Follia”), pues no hubo autor que influyera tanto como Corelli en todos los músicos de la primera mitad del siglo XVIII como él, ni tampoco que sentara cimentos tan sólidos para que el violín fuera lo que es hoy. Añadió Tur un arreglo de la pieza de Marin Marais La Rêveuse para viola d’amore, la prima hermana del violín. Como no había mucha producción para este infrecuente instrumento (que, al igual que el violín, nace y se desarrolla en el norte de Italia y Austria), sus intérpretes habían de recurrir a arreglar ellos mismos obras compuestas en origen para otros instrumentos.
Llegaban directamente Tur y sus acompañantes al Monasterio de Santa María de El Paular después de haber grabado en Roma este mismo programa, así que estaba perfectamente engrasado. Junto a la violinista española aparecían su inseparable Dani Espasa (clave y órgano), con quien acaba de publicar en el sello Aparté un disco con sonatas de Haendel y Bach, además de otros notabilísimos instrumentistas especializados en música barroca: Valerio Losito (violín), Lola Fernández y Teresa Ceccato (violas), Marco Ceccato (violonchelo) y Giangiacomo Pinardi (laúd). El concierto fue una auténtica locura, para hacer bueno el título del mismo, donde todos y cada uno de los miembros de MUSica ALcheMIca derrocharon un increíble talento.
En poco más de un año, el ciclo “Musica en El Paular – Silencios” se ha convertido en uno de los más importantes del calendario de la música antigua española. Y eso ha sido posible por actuaciones tan portentosas como las del pasado domingo. Quien no haya pasado todavía por estas matinales de la sierra madrileña del Guadarrama no sabe lo mucho y bueno que se está perdiendo.
Eduardo Torrico
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