QUINCENA MUSICAL / A cuatro manos
Monasterio de Leyre. 19-VIII-2023. Juan de la Rubia y Xabier Urtasun, órgano. Obras de Grieg, Ravel, Guridi et al. San Sebastián. Auditorio Kursaal. 20-VIII-2023. Mitsuko Uchida y Jonathan Biss, piano. Obras de Schubert.
Este pasado fin de semana ha habido un invitado de honor en la Quincena Musical: el repertorio para cuatro manos. Si inhabitual es un programa dedicado a obras para un piano y dos intérpretes, no digamos la rareza que constituye un concierto para cuatro manos al órgano. Ambas cosas pudimos escuchar en el marco de este festival en dos días consecutivos aunque, lógicamente, en ubicaciones distintas.
Comenzaremos por esa ocasión única que fue el programa ofrecido por Juan de la Rubia y Xabier Urtasun en el órgano del monasterio de Leyre y dentro del ciclo “Quincena Andante”. Este fantástico instrumento es el resultado de una reconstrucción total llevada a cabo por Albert Blancafort en 2009 y es especialmente apreciado por los organistas: tocar un órgano de tal calidad en un lugar tan especial constituye sin duda una experiencia que puede provocar adicción. Estos dos organistas confeccionaron un precioso programa con tres obras escritas para cuatro manos originalmente y otras tres transcritas por ellos mismos. Comenzaron con el Preludio y fuga en Do mayor de de Johann Georg Albrechtsberger (1736-1809), obra en la descendencia de los sagrados cánones bachianos pero que sirvió para imbricar esta modalidad a cuatro manos en los modelos más clásicos. Dimos un pequeño salto atrás en el tiempo para escuchar el conocido A fancy for two to play de Thomas Tomkins (1572-1656) que es mucho más habitual al clave pero que sirvió para ir demostrando la versatilidad del instrumento de Blancafort. Este primer bloque se cerró con la Fantasía para órgano a cuatro manos op. 35 de Adolf Friedrich Hesse (1809-1863), gran virtuoso del órgano que dejó una importante escuela y divulgó la obra organística de Bach en Francia. Dicha Fantasía contiene hermosos momentos, como esa introducción muy teatral y dramática o esos pasajes de corte mendelssohniano, en la más pura esencia del romanticismo alemán. Si las tres obras fueron magníficamente interpretadas por De la Rubia y Urtasun, que ya habían demostrado para entonces un muy buen trabajo de cámara, lo mejor estaba por venir.
Los dos organistas dedicaron la segunda parte de su concierto a una serie de transcripciones de obras orquestales al órgano. Juan de la Rubia ya había transcrito previamente las Diez Melodías Vascas de Guridi, aunque aquí hubo un trabajo de readaptación a cuatro manos, pero en lo que a Peer Gynt y Ma mère l´Oye se refiere, hay que señalar que el trabajo de “organificación” ha sido hecho por ambos músicos específicamente pensando en el órgano de Leyre, lo cual no deja de ser un lujo para quienes asistimos al concierto. Los cuatro movimientos de la Suite op. 46 nº 1 de “Peer Gynt” interpretados resultaron un auténtico acierto en esta versión. Tan contrastada, dinámica y variada como el original para orquesta, constituyó una auténtica sorpresa por la inventiva desplegada en cuanto a los registros y la evocación instrumental y rítmica, de modo que ni siquiera se echó de menos la percusión. Deliciosa La mañana tanto por el aspecto tímbrico, muy bien resuelto, como por la interpretación, hondamente apasionada y lírica. Solemne y muy bien graduada La muerte de Aase, sin dejarse ganar por la posible precipitación, aún más difícil de controlar a cuatro manos, lo cual indica hasta qué punto está bien hecho el trabajo de interiorización de la pulsación ¡a dos! La danza de Anitra sonó perfectamente contrastada en temas y efectos, para asombro de los asistentes, que teníamos en la cabeza ese acompañamiento en pizzicati. Señalar aquí la dificultad añadida de que el retorno del sonido en Leyre no es inmediato, sino que hay un pequeño desfase, con lo cual la preparación en cuanto a gestualidad y respiraciones físicas ha de ser de gran exactitud para que una pieza como ésta no se vaya de las manos. Por último La gruta del Rey de la Montaña fue toda una lección recopilatoria de todo lo anterior, con ese comienzo tan fidedignamente evocador de fagotes e instrumentos graves y esos accelerando y crescendo continuos, en los que Urtasun y De la Rubia dieron una lección de compenetración.
Para la transcripción de Ma Mère l’Oye de Ravel hubo una combinación de la versión original para cuatro manos y la orquestal, como es lógico. Quien haya tenido la ocasión de tocar esta partitura sabrá de lo extremadamente delicada que es y la dificultad que comporta cuadrar todo por la sutileza y esencialidad de su escritura. Una vez más, resultó un auténtico gozo escuchar la elección de registros para esta obra tan coloreada y llena de hallazgos y el estupendo trabajo de cámara de ambos organistas. Destacar la tan complicada Les entretiens de la Belle et la Bête, que sonó perfectamente adecuada y muy clara con la registración elegida. También debió suponer un verdadero encaje de bolillos en ese lugar la pizpireta Laideronette, impératrice des pagodes, con esas semicorcheas, en pentatónica chinoiserie sobre el bajo casi ostinato. Fantástica la gradación del Jardin féerique hasta la explosión final, cuyos glissandi, tan efectistas y cómodos al piano, son una tortura al órgano.
El concierto se cerró con otras cuatro magníficas transcripciones de cuatro de las Diez Melodías Vascas de Guridi, las Narrativa, Religiosa, Amorosa y Festiva que, una vez más, recogieron perfectamente el espíritu caracteriológico y tímbrico de las partituras en una interpretación llena de lirismo y exaltación. Como propina, la Gnossienne nº 1 de Satie, a la que nunca le habíamos escuchado extraer tanto jugo.
Al día siguiente, y ya de vuelta a las aguas del Cantábrico, pudimos escuchar un programa para piano a cuatro manos íntegramente dedicado a Schubert con Mitsuko Uchida y Jonathan Biss. Personalmente, me resulta un poco complicado concebir este repertorio en un gran auditorio, porque la escritura de la época es bastante recargada en cuanto a la forma de doblar las notas de los acordes y el instrumento satura. La única forma de evitar este problema es tocar rebajando los matices y encontrando una gama mucho mayor de piano y pianissimo, lo cual es absolutamente imposible en un contexto como el del Kursaal. Eso supone que si las obras son repetitivas, uno acaba un poco cargado de ciertos temas y ciertos recursos. No podemos olvidar que los instrumentos eran diferentes y las necesidades o el objeto con el que se compusieron estas obras, en muchos casos no tenían nada que ver con los actuales recitales en modernas salas, sino que se pensaban mayoritariamente para salones privados. He querido avanzar esto para explicar mi sensación de cierto empacho con el programa.
A esto se añade que Uchida y Biss se empeñaron en hacer todas y cada una de las repeticiones de todas y cada una de las partituras. A día de hoy, y en según qué contextos y a riesgo de ser inmolada en la pira de los anti-historicistas y antirrevisiones musicológicas, me parece que no sólo no son necesarias, sino que son un auténtico tostón. Una vez más, creo que habría que considerar el contexto tanto para el que fueron compuestas como para el que fueron editadas y creo que su aspecto formal y estructural no se vería muy alterado si, piadosamente, los intérpretes nos ahorrasen alguna que otra insistencia.
En la primera parte fueron tres las obras interpretadas, un poco como si se tratara de un tríptico a modo de sonata reconstruida, con un primer movimiento rápido, el Allegro D947 “Lebensstürme”, una marcha fúnebre, que fue la Marcha D819/5 en mi bemol menor y un último movimiento ligero, el Rondó D951 en la mayor. Todas estas obras contienen temas maravillosos, con ese lirismo tan intenso, sincero y desprovisto de aspavientos de Schubert, pero su construcción no es tan decantada como en otras obras suyas precisamente porque el propósito no era el mismo. Así, la partitura intermedia, como marcha fúnebre que era, nos acercó un poco a la eternidad por lo larga que se hizo.
Dicho todo esto, no hay que olvidar que teníamos delante a una de las mayores especialistas en Schubert y por tanto, hubo cosas muy buenas, pero también otras que resultaron un tanto sorprendentes. La disposición de ambos pianistas para la primera parte fue con Uchida en la parte grave y Biss en la aguda. Para mi sorpresa, la mano derecha de Uchida me sonó demasiado fuerte durante casi la totalidad de las tres obras. El relleno armónico, en ocasiones muy interesante por las continuas y sorprendentes modulaciones del vienés, puede tener enjundia y hasta debe ser destacado a veces, pero no oírse sistemáticamente por encima de otros planos más importantes. A eso se añade que Biss logró unos pianissimi muy interesantes aunque en algunos momentos no lo bastante timbrados, quizá por no haber podido probar lo bastante la sala o el piano, pero el desequilibrio estaba ahí y lo estuvo durante toda la primera parte. Y por último, las raras veces en que Biss intentó hacer un pequeño rubato o respirar un poquito más, Uchida no le hizo el más mínimo caso. Está claro quién manda en ese dúo.
Para la segunda parte, en que interpretaron el Divertimento a la húngara D818, cambiaron las tornas, Uchida se puso en la parte superior y ¡oh, milagro! la cosa fue totalmente distinta: balance perfecto, voces perfectamente jerarquizadas, temas bien cantados. En definitiva: parece que no ha habido alguien externo que les haya dicho lo que pasa, o bien Mitsuko Uchida no presta suficiente atención a su partenaire, además de timbrar mejor. En cuanto a la obra, un poco lo mismo que con las tres anteriores. Bellísimo el movimiento inicial, con ese primer tema terrible y conmovedor y ese otro que parece querer escapar a la fatalidad con su ritmo húngaro tan vivaz, pero todo un tanto repetitivo. La Marcha, con ese carácter entre solemne y burlón y esa segunda sección con ese acompañamiento rítmicamente tan atractivo estaría fenomenal si durara la mitad. Y para qué hablar del último movimiento, que toma ese tema de danza con el que hizo su breve y deliciosa Melodía húngara D 817, pero que en este caso alterna con otros temas a los que les da mil vueltas para no ir muy lejos.
Vamos, que está claro por qué la Fantasía D 940 en fa menor está considerada su mejor obra para piano a cuatro manos. Y que no se entiende por qué no la programaron.
Ana García Urcola