Presesentado el libro ‘Manos que suenan’ de Almudena Alfaro en el Teatro de la Zarzuela
Manos. Así, tal cuales. Manos que tienen dueños a quienes solemos conocer por sus rostros, acaso por sus voces. Pero ¿quién conoce a alguien por las manos? Los humanos no nos cansamos de mirar las manos de un bebé, porque contienen el misterio de la belleza en miniatura. Las besamos, jugamos con ellas. Esas manitas que nos hacen sonreír. Luego los bebés crecen, atraviesan el refugio privilegiado de la infancia, se rebelan contra los feudalismos paternales en la adolescencia y, un buen día, se dan cuenta de que se han transformado en mujeres y hombres mayores. Sus manos dejaron de causar el arrobo de quienes las contemplaban hace muchos años. Todos fuimos ese bebé a quien con amor besaron las manos. De adultos, besar las manos, salvo en los actos protocolarios de la realeza y el Vaticano, es un acto íntimo, muy íntimo.
Nos fijamos poco en las manos, esas manos con las que creamos casi todo en la vida. Por eso el libro de Almudena Alfaro resulta tan hermoso: Manos que suenan. Y no, no son manos de bebés, sino de personas adultas, manos de artistas. Anoche se presentó en el ambigú del Teatro de la Zarzuela.
Manos que suenan, un título que a uno le evoca aquel Hablan los sonidos, suenan las palabras del gran barítono Dietrich Fischer-Dieskau. Una paradoja esa de que suenen las manos cuando para escucharlas habría que descifrar el enigma de las imágenes que las inmortalizan en este libro. Porque eso es Manos que suenan: un libro de magníficas fotografías en blanco y negro que retratan la escena musical española actual. En él aparecen retratadas las manos de quince compositores, de diez directores de orquesta, de más de un centenar de intérpretes, de ocho artesanos musicales y de otras decenas de personas sin las que el acto musical por excelencia, el concierto, no sería posible.
El acto de presentación estuvo moderado por el crítico musical Arturo Reverter, autor del prólogo de este libro y cuyas manos aparecen en él. Almudena Alfaro estuvo acompañada también por el compositor Jorge Grundman y Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela. Las manos de ambos aparecen igualmente retratadas en Manos que suenan. Fue el propio Grundman quien relató, con el sentido del humor que lo caracteriza, que la idea de hacer un libro surgió a raíz de que Almudena Alfaro le pidiera permiso para fotografiar sus manos. Grundman pensó que no había ningún documento fotográfico de las manos de los grandes músicos del pasado y que sería una idea muy interesante elaborar un libro que reflejara la escena musical de España a través de las manos de los artistas. Almudena Alfaro se puso manos a la obra y así nació este precioso compendio de manos. No se trata solo de fotografías. También hay textos que las aderezan. Al mirar las imágenes, surge la pregunta: ¿y estas son las manos de tal o cual artista? Claro, nos quedamos con los rostros, quizás con los cuerpos, pero ¡ay! las manos, esas manos que pasan tan inadvertidas.
Entre el público que abarrotaba la sala se encontraban algunas de las personas cuyas manos habían sido retratadas en el libro. Fue el crítico musical Arturo Reverter quien, con su natural desparpajo, improvisó una mini-entrevista con alguna de esas personas, entrevista que las pilló desprevenidas, pero que resultó muy amena. Entre ellas estaban las pianistas Rosa Torres Pardo, Ana Guijarro y Federico Lechner, el organero Luis Magaz, la castañuelista Teresa Laiz, el hijo (Bruno) del llorado director de escena Gustavo Tambascio, el director de comunicación del Teatro de la Zarzuela Juan Marchán y el maestro Enrique García Asensio, quien habló del arte de la batuta en una escena musical en la que cada vez son más los directores que no la utilizan.
La presentación terminó con un broche musical a cargo del pianista Mario Prisuelos —sus manos también aparecen en el libro— quien interpretó el Fandango de los Cuadros Goyescos de Federico Moreno Torroba (1891-1982) y, a cuatro manos con Federico Lechner, Tres danzas de boda de György Ligeti (1923-2006). El arte improvisador de Lechner es asombroso y ayer lo demostró con estas sencillas danzas que adornó con esas imposibles escalas jazzísticas de su cuño. El recital continuó con Rapsodia vascongada de José María de Usandizaga (1887-1915) y concluyó con la actuación de la soprano Milagros Martín —sobra decir que sus manos también han quedado inmortalizadas en el libro— quien interpretó, acompañada al piano por Prisuelos, Canción de la gitana de Ruperto Chapí. No terminó ahí la cosa, porque la soprano se vino arriba y regaló una propina sorprendente, porque dijo que solo la cantaría si el maestro Enrique García Asensio la dirigía. El maestro se prestó amablemente a ello y ¡sin batuta! Y así, de esa guisa, con Milagros cantando el Chotis del Eliseo de a La Gran Vía de Federico Chueca (1846-1908) —también se marcó un baile con Juan Marchán—, Mario tocando y Enrique dirigiendo terminó este encuentro de manos, de esas manos que suenan en blanco y negro.
Michael Thallium
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