Plácido Domingo: “La ópera vivirá para siempre”

No han pasado ni dos horas desde su triunfal actuación en Nabucco la tarde del sábado 10 de octubre en el Maggio Fiorentino, cuando Plácido Domingo, junto con su esposa Marta y su equipo, llega al hotel donde se aloja. Las lujosas habitaciones del salón y del bar están desiertas por la ausencia de turistas internacionales; el silencio que nos envuelve es sin duda propicio para la conversación, aunque un poco intimidante. A sus casi ochenta años (los cumplirá en enero), Domingo aparece en gran forma, después de haber sido duramente golpeado por el coronavirus la pasada primavera —no se bajará la máscara ffp2 ni siquiera para la sesión fotográfica—, su energía física e intelectual refleja como nunca el lema que lo ha guiado a lo largo de su vida: “Si paro, me oxido” (If I rest, I rust).
En esta entrevista, estaba conmigo también un colega francés de la revista Diapason. Por esta razón, después de las presentaciones, el discurso empieza precisamente por las relaciones del tenor con París y sus teatros: “En Francia viví tres épocas: la primera fue la de mi debut, que coincidió con la época de Liebermann, cuando canté Vespri siciliani, Otello, Forza del destino. Un hermoso periodo, seguido de una larga interrupción, en la que no volví a París. La tercera fase, por así decirlo, ha sido la de la Ópera de la Bastilla, de su inauguración, en la que he protagonizado tres o cuatro títulos. Ahora bien, me gustaría terminar mi carrera volviendo a la Ópera Garnier, un teatro que adoro: sé que tienen en su repertorio una producción de Thaïs pensada para este teatro, con una superposición de las figuras de la protagonista y de Sarah Bernhardt. Ya he cantado Athanaël muchas veces, es un papel perfecto para mí y me gustaría volver a interpretarlo en el Palais Garnier”.
(…) ¿Cómo se ha preparado para su regreso al escenario, primero con Boccanegra en Viena y ahora con este Nabucco florentino, después de los largos meses de enfermedad y convalecencia?
He estado más de cinco meses sin pisar el escenario; he retomado la actividad con algún concierto en Italia, en Verona —como cantante y director— y en Caserta. Luego, como ha dicho usted, ha sido el turno del primer ‘experimento’ vienés con Simon Boccanegra: me he sentido muy afortunado y feliz por este regreso: no tanto por mí, sino porque he visto que los teatros han tenido la valentía de no rendirse ante la difícil situación. Mire lo que está haciendo Alexander Pereira en Florencia: entre una representación y otra de Nabucco, he escuchado grandes conciertos de Juan Diego Flórez y Cecilia Bartoli, La Rondine con Ailyn Pérez, la Creación de Haydn dirigida por Zubin Mehta… Una actividad realmente extraordinaria, que es la misma que ha logrado transmitir en todos los teatros que ha dirigido: sabe cómo hacer feliz al público. En cuanto a mí, no puedo decirle lo feliz que estoy de cantar una ópera de Verdi hoy, en el día de su cumpleaños [10 de octubre, precisamente]; además, la producción de Leo Muscato me ha convencido totalmente, está bien hecha y sin complicaciones innecesarias. La hemos montado con pocos ensayos, gracias también a la contribución de un extraordinario reparto vocal.
¿Cuál es el secreto de su longevidad artística, de su energía tan increíble?
No sé qué decirle. El teatro me ha alimentado toda mi vida, desde que asistía siendo niño a las representaciones de zarzuela de mis padres. Estar en el escenario es algo natural para mí. Entiendo que es un privilegio, ahora más que nunca. El hecho de llevar 60 años cantando es algo que no puedo explicar del todo. Por supuesto, en 2009 tuve la inteligencia de comprender que el repertorio para tenor ya me planteaba problemas, tendría que limitarme a dos o tres personajes. Entonces pensé que el momento de retirarme estaba cerca, pero antes quería darme el gusto de cantar Simon Boccanegra. Pensaba en proponérselo a Salzburgo, pero Barenboim, con su energía, me involucró en un proyecto que incluía Berlín y la Scala: fueron unas funciones preciosas, me sentí muy cómodo a la hora de adaptar mi voz a esta tesitura, aunque creía que todo terminaría ahí. En cambio, me llovieron miles de propuestas para cantar otros papeles baritonales de Verdi, empezando por la película de Rigoletto: ¡creo que ya tengo una docena de óperas en mi repertorio! Me atrae sobre todo la psicología de los padres verdianos, donde considero que se refleja la tragedia del compositor aún joven, cuando murieron sus dos hijos; las páginas más emotivas son los dúos entre padre e hija —más que entre padre e hijo—. Pienso en Boccanegra, Aida, Rigoletto, Giovanna d’Arco, Luisa Miller… Me sentía bien, el público me aplaudía, ¿por qué no aceptar? Luego vinieron dos personajes crueles y terribles como Nabucco y Macbeth (aunque el perfil histórico del primero es bastante diferente al que vemos en la ópera de Verdi): de ellos me fascina el hecho de que sean antihéroes, hombres débiles bajo una corteza superficial de insensibilidad y maldad. (…)
Nicola Cattò
[Foto: Fiorenzo Niccoli]
(Extracto de la entrevista publicada en el nº 368 de la revista SCHERZO, de diciembre de 2020)