PERELADA / Jonah Hoskins y Serena Sáenz: flamante sorpresa y espléndida consagración

Perelada, 5-VIII-2023. Iglesia del Carmen. Serena Sáenz, soprano. Jonah Hoskins, tenor. Maciej Pikulski, piano. Arias de ópera de Donizetti, Massenet, Rossini y Verdi. Romanzas de zarzuela de Vives, Giménez, Moreno Torroba y Roig.
La cancelación del previsto Xabier Anduaga pudo afectar en negativo al recital de arias y dúos que cerraba la presente edición del festival de Perelada y que estaba dedicado a la memoria del profesor, crítico y divulgador operístico Roger Alier, fallecido recientemente.
La dirección artística del festival tuvo gran rapidez de reflejos e hizo debutar en España al tenor norteamericano de casi 27 años Jonah Hoskins, segundo premio del concurso Operalia de 2021. Y pasó lo que a veces pasa con las sustituciones de última hora: que dan la campanada y cogen impulso para una meritoria carrera. Ojalá sea su caso, pues el de Hoskins fue un ejemplo de cómo “llegar y besar el santo”.
Valor no le faltó al abordar en frío lo que muchos hacen al final o como bis: el aria “Ah, mes amis” de La fille du régiment. Se marcó un Do agudo de más, cantando diez en lugar de los nueve escritos y adornó con una cadencia previa el último. Causó sensación por su voz cálida, bien timbrada, brillante, y de qué modo, arriba, con cuerpo de lírico-ligero pero con centro algo carnoso. En el rondó “Cessa di più resistere” del Barbiere di Siviglia Hoskins lució unas messe di voce de manual, yendo a más en la cabaletta conclusiva si bien aquí tiró más de técnica que de interpretación.
La soprano barcelonesa Serena Sáenz sacó sus mejores armas para no quedarse atrás y abordó el aria del Cours de la Reine y la gavota posterior de la Manon, de Massenet, con una superlativa brillantez en la agilidad, impecables reguladores y seguros y mantenidos sobreagudos conclusivos. Se avecinaba un festín belcantista de los que a uno le entusiasman.
La escena de la locura de Lucia di Lammermoor fue un prodigio de mecanismo, pero además la soprano fraseó con gusto y sorteó muy bien la reverberación del sonido que hace de la iglesia del Carmen una especie de frontón si no se controla la emisión en forte. Los efectos de eco de la cadencia, aquí sin flauta o armónica vítrea, fueron prudentes y sorteó el escollo que la podría haber vuelto loca de verdad. Serena Sáenz hizo gala de esa admirable agilidad expresiva, emisión homogénea en los registros central y superior y una firmeza en el apoyo de los sobreagudos que hacía tiempo que no escuchaba en una cantante joven y que son la marca distintiva de las grandes sopranos en el rol de Lucia.
La primera parte se cerró con la modélica fusión tímbrica y de canto en legato del dúo “Tornami a dir che m´ami” de Don Pasquale, muy sentido y sin empalago.
La dosis de calidad y virtuosismo durante todo el recital se trasladó también al acompañamiento al piano del polaco Maciej Pikulski gracias a dos deslumbrantes piezas de Franz Liszt: las paráfrasis concertísticas de Rigoletto y del “Miserere” del Trovatore, ejecutadas a velocidad endiablada y sin fallos. Impulsó a los solistas y deslumbró en el virtuosismo individual de ambas piezas, no pudiéndosele pedir más.
La segunda parte estuvo ocupada por el dúo “Parigi o cara” de La traviata, donde la soprano ha de ampliar potencia y expresividad en el centro. El tenor estuvo algo más plano a pesar del lirismo exhibido. En “Caro nome” Sáenz aplicó unos reguladores excelsos, stacatti impecables y una calidez interpretativa muy emocionante, evitando quedar solo en dar las notas.
El dúo “Esulti pur la barbara” de L´elisir d´amore incluyó no sólo la consabida botella sino una gran brillantez, aunque se echara de menos una poco de claridad en la dicción de ambos en las secciones al unísono. En “Una furtiva lagrima” Hoskins hizo gala de sentimiento para compensar un fraseo algo plano, a pesar del primor técnico de pianísimos y otras figuras.
El apartado de zarzuela dio comienzo con Hoskins y la romanza de Doña Francisquita “Por el humo se sabe”, de Vives, con un español más que aceptable a pesar de que la “ll” sonaba “l” pero tanto ahí como en Luisa Fernanda y “De ese apacible rincón de Madrid”, la calidad de la voz no podía esconder que “heredó” parte del programa concebido para Anduaga. El fraseo brilló por su ausencia y pasó sin pena ni gloria.
Serena Sáenz se volcó en “Me llaman la primorosa” del Barbero de Sevilla, de Gerónimo Giménez y en “Yo soy Cecilia Valdés”, de la zarzuela homónima de Gonzalo Roig. Aunque no le faltó ni fuelle ni brillantez en la coloratura, quedó claro que en una voz más lírica ambas piezas ganan pues la dicción en la zona central fue muy mejorable y por mucho que se moviera con suma gracia en la zarzuela cubana, ese baile no hacia olvidar que debería abordar dichas piezas más adelante, en función de la evolución natural de la voz.
Los bises fueron muy banales: el archifamoso “O sole mio” de Di Capua, donde Hoskins ofreció calidez y un entendible napolitano con resabios pavarottianos; la archiconocida “O mio babbino caro” del Gianni Schicchi que pronto debutará Serena Sáenz en Viena y se cerró, tal vez porque es Perelada famosa por sus vinos, con el manido brindis de La traviata.
Con todo, un broche de oro, una gratísima sorpresa la de Jonah Hoskins que se ha de pulir actoralmente y la consagración de Serena Sáenz como rutilante soprano lírico-ligera, de calidad áurea y soberbia técnica como hacía tiempo no escuchaba.
Josep Subirá